Agustín Fernández Mallo, escritor y físico español: "La ciencia también se vale de metáforas"
Acaba de llegar a Chile Trilogía de la guerra, novela con la que el creador del Proyecto Nocilla obtuvo el premio Seix Barral. "La actitud del poeta y la del científico es la misma: redefinir lo que hasta ese momento creíamos estable y cerrado", dice.
Hace 12 años, el físico y poeta Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) irrumpió en el mapa narrativo hispanoamericano con Nocilla Dream, la primera de tres novelas interconectadas. Era el Proyecto Nocilla, un conjunto de historias, en apariencia caóticas, articuladas desde varios ejes: el viaje permanente, la desaparición de la frontera entre cultura popular y la ciencia dura, y el recurso del zapping como estrategia de expansión narrativa. Fue todo un suceso e hizo que la prensa hablara de la Generación Nocilla, cuyo nombre alude a un dulce similar a la Nutella, pero a través de la canción que le dedicaron los incorregibles Siniestro Total.
Esta vez, lo nuevo de Fernández Mallo se titula Trilogía de la guerra, novela compuesta por historias con diferentes detonantes. La primera tiene de referencia una isla que sirvió como campo de detenidos durante la Guerra Civil española; la segunda la protagoniza quien fuera el cuarto y desconocido astronauta del Apolo 11, mientras que la última se construye desde el recorrido de una mujer por las playas de Normandía donde desembarcaron los aliados en 1944.
A medida que el lector avanza, se despliega una serie de conexiones e historias dentro de otras historias abiertas a áreas impensadas como la física, la biología, la pintura, la política y la religión. En suma, lo esencial del concepto Poesía Postpoética, propuesta acuñada por el propio autor para definir (y defender) la experimentación y la conexión con otras artes; una actitud que "aspira a ser laboratorio", como dice en su ensayo Postpoesía, finalista del Premio Anagrama en 2009.
Trilogía de la guerra ha sido calificada como una de las novelas más importantes publicadas en España en la última década. A su autor le tomó cinco años y de paso fue ganadora del Premio Biblioteca Breve del sello Seix Barral.
En varias reseñas su libro es definido como una "novela total". ¿Qué le parece el término? ¿Tuvo esa impresión cuando la escribía?
No, no lo iba viendo porque cuando escribo no me pregunto demasiado acerca de la naturaleza de lo que estoy haciendo, pero esa pretensión de totalidad está en mis obras de modo inconsciente y espontáneamente se estructuran en red. No es que tenga que pensarlo, es el modo en que pienso el mundo. Eso se refleja en mis textos y esa forma de red es la que permite que sin esfuerzo un detalle anodino se conecte con un hecho mundial o relevante que ocurre en la otra punta del planeta. Es una forma de narrar que minimiza las jerarquías y que exige que tanto yo como el lector entendamos que, por ejemplo, en una vulgar taza de café que compras en un supermercado de tu calle puede estar concentrada la historia de una civilización. En realidad es una versión de la idea del Aleph borgiano, o aquello que decía Blake, de que en un grano de arena está contenido el mundo.
¿Cuál fue su sensación al terminar esta novela? Digo, el momento en que termina de contar.
Uno nunca sabe cuándo es ese momento. Las cosas son mucho más grises, del mismo modo que tampoco sabes cuándo estás empezando una novela. Mi método de trabajo es la ausencia de método, como cuando escribo un poema: no tengo muy claro dónde voy, y del mismo modo no tengo muy claro cuándo la novela está terminada. Por lo general, la termino cuando las páginas ya me han dicho todo, cuando vuelvo a ellas y veo que ya me han contestado de manera más o menos profunda a los cientos de preguntas que yo les hacía. Pudo haber sido un relato breve, o un ensayo o un poema, o podría haber sido nada, pero fue creciendo y me llevó a Nueva York, a Uruguay, a la Luna, a Shanghái o al desembarco en Normandía. Cinco años de intensa escritura y de emocionantes construcciones de mundos muy reales pero también muy simbólicos que fueron apareciendo. Me interesa toda esa cara B de la realidad, que está aquí, junto a nosotros y que nunca vemos. En ese sentido la actitud del poeta y la del científico es la misma: redefinir lo que hasta ese momento creíamos estable y cerrado.
La novela tiene mucha conexión con su último libro de poesía, Ya nadie se llamará como yo. Se han filtrado frases, escenas, imágenes.
La verdad es que no soy consciente de esas filtraciones, de hecho, me entero ahora de ellas porque tú me las dices, pero no me extrañan porque la poesía está en el núcleo narrativo de cuanto escribo, se irradia hacia lugares en los que clásicamente no tiene esa presencia, como la narrativa o el ensayo. Mis novelas están atravesadas por metáforas, líneas de flujo y corrientes subterráneas que pertenecen al ámbito de la poesía, y que son las que le dan un sentido y un alcance a la obra. Es manejar la física y la metafísica por igual. Por lo demás, la metáfora es un fundamental mecanismo de conocimiento del mundo y de creación de mundo, también las ciencias se valen de las metáforas para construir su corpus más sólido.
Ud. dejó su trabajo como físico para dedicarse a la literatura. Han pasado varios años desde entonces
Desde que empecé a estudiar ciencias veía que en ellas había algo estético, cierta belleza, y he tratado de reflejarlo en mis novelas y poemas. Es la idea de que las ciencias son una construcción de humanos, como el cine, la pintura o la comida, y que por ello están sujetas a criterios de metáfora, política u otros. Ciñéndome a lo que me preguntas, es sencillo: tras el impacto que tuvo mi literatura, que llegó por las novelas pero que venía construyendo en la poesía años atrás, hubo un momento en el que no podía compaginar de forma seria y responsable mi trabajo como físico y la literatura, de modo que tras 20 años como físico, hace ocho decidí dedicarme sólo a la literatura. Se vive mucho peor económicamente porque, como sabes, la literatura apenas aporta réditos monetarios, pero vivo más tranquilo y más dedicado a una sola cosa.
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