El Padrino: un bestseller imposible de rechazar

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James Caan, Marlon Brando, Al Pacino y John Cazale en El padrino (1972), ganadora de tres Oscar.

El libro de Mario Puzo que cumple 50 años instauró una serie de convenciones sobre el crimen organizado. En su origen, sin embargo, todo se reduce a la familia: la inspiración del Don fue la propia madre de Puzo.


Empleado de oficina estatal a tiempo completo y periodista de revistas sensacionalistas en las horas libres, Mario Puzo llegó a los 45 años incómodo con su vida laboral y quebrado económicamente. Debía 20 mil dólares a amigos, financieras y usureros, pero al mismo tiempo tenía que alimentar a su esposa y a sus cinco hijos que, probablemente, no tenían demasiado interés en sus ambiciones literarias. Fue en ese momento cuando su editor le sugirió algo que podía sacarlo de la bancarrota: escribir una ficción a partir del submundo del crimen organizado, un universo que había explorado ya en su novela The fortunate pilgrim (1965).

Puzo fue con la idea a cuatro editoriales y lo rechazaron. Sin embargo, necesitaba el dinero e insistió con el plan. Finalmente Putnam's sons le dio un adelanto por cinco mil dólares, equivalentes a 35 mil de hoy (23 millones de pesos chilenos) para volcar tinta en las historias de gángsters neoyorquinos.

Entusiasmado y con 30 páginas escritas bajo el título genérico de Mafia fue a Paramount Pictures. Al productor Robert Evans no le tomó mucho tiempo darle luz verde a una adaptación cinematográfica que con los actores indicados y el director correcto podía transformarse en una mina de oro.

Para cuando Francis Ford Coppola comenzó el rodaje de El padrino en 1971, Mario Puzo ya era un millonario y se había olvidado de sus anhelos de escribir literatura con mayúsculas. Aún así sería honesto consigo mismo hasta el fin de sus días: solía decir que si hubiera sabido que tanta gente iba a leer El padrino la "habría escrito mejor".

Pero más allá de la autocrítica de su autor, El padrino siempre fue más de lo que él sospechó. Sólo en términos linguísticos, palabras como "consigliere" o "Cosa Nostra" pasaron al vocabulario general y expresiones como "le haré una oferta que le será imposible rechazar" se transformaron en eslogans de uso común.

La madre, la doña

Mario Puzo, que creció con su madre después de que su padre fue enviado al manicomio, siempre consideró que su mejor novela era The fortunate pilgrim, escrita inmediatamente antes del bestseller de 1969. Estaban ahí algunos personajes del hampa ítaloamericana desarrollados en El padrino, pero antes que nada se trataba de la historia de Lucia Santa, una mujer que había emigrado de Italia para tener una vida mejor en Nueva York. Lucia era, en realidad, una representación de su propia madre Maria.

Viviendo en el barrio de Hell's Kitchen de Manhattan (la llamada "cocina del infierno", nido de gángsters irlandeses e italianos en los años 20 y 30), la madre de Puzo sacó adelante a sus 12 hijos (de dos matrimonios) y se negó a recibir a su segundo esposo cuando salió del asilo: era una "carga" económica y los muchachos estaban primero. Cálida, corajuda y despiadada al mismo tiempo, la madre de Puzo fue la real inspiración del carácter de Vito Corleone. El escritor, por lo demás, se encargó de subrayar aquello en varias oportunidades.

Si Lucia Santa precedió al Don, fue la calle y la infancia de Puzo la que estuvo en la génesis de los códigos morales de El padrino. Aunque el autor tenía origen napolitano (a diferencia de la siciliana familia Corleone), aprendió que los favores, lealtades y traiciones con que a diario se topaba en las calles de la Hell's Kitchen eran en realidad las leyes del mafioso cotidiano.

La "famiglia"

Puzo nunca conoció ni de cerca a Carlo Gambino o Frank Costello, los dos capos mafiosos a los que más se parecía Don Vito Corleone. Más allá de la mencionada experiencia juvenil en la comunidad italiana de Nueva York, el escritor no cultivó ni poseyó conocimiento directo del crimen organizado en las altas esferas. Sin embargo le bastó con empaparse de la vida de la "famiglia" ítaloamericana para crear el lenguaje, las maneras y las leyes tácitas bajo las que se moverían los Corleone, sus esbirros Clemenza y Tessio o sus archienemigos Barzini, Sollozzo y Tattaglia.

En su libro The godfather papers (1972), Puzo describió además con lujo de detalles como ese conocimiento y algunas conexiones adultas con el mundo del juego fueron el abono para su saga.

Gay Talese, el gran escritor y periodista estadounidense, fue uno de los mejores amigos de Puzo y tenía las cosas claras al describir la esencia de El padrino: "Si le sacamos el juego y los asesinatos, lo que tenemos es una historia muy concreta de cómo las familias ítalo-americanas se asimilaron a la cultura de Estados Unidos".

Después de todo, historias de gángsters siempre hubo en América. Lo que no había era la descripción de su vida puertas adentro. ¿Qué pasaba en el interior de sus casas, fuera en un vecindario pobre de la "cocina del infierno" o en una mansión de Las Vegas como la de Michael Corleone?

La historia de El padrino transcurre entre 1945 y 1955, desde la llegada de Michael Corleone tras el fin de la Segunda Guerra hasta la muerte del patriarca, Don Vito Corleone. En medio de todo aquello, Michael va tomando el poder de la familia y declara la guerra a las cuatro familias restantes de Nueva York.

La novela incluye varios pasajes de la infancia de Don Vito que luego serían incluidos en la película El padrino II (1974). La versión filmica que Francis Ford Coppola hizo de El padrino, se sabe, es canónica e idealizó a nivel de mito al crimen organizado. Las caracterizaciones de Marlon Brando (Vito Corleone), Al Pacino (Michael Corleone), John Cazale (Fredo Corleone), James Caan (Sonny Corleone) y Robert Duvall (Tom Hagen) son aún un caso de estudio por el nivel de apropiación de sus personajes.

Sin embargo, mucho antes de los 286 millones de dólares que ganó la película y de los 30 millones de copias que vendió la novela, hubo otra cosa. Existió una voz que según Puzo escuchaba cada vez que escribía un diálogo donde hablaba el Don. Era la voz de la autoridad y el cariño de su propia madre.

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