Ford v Ferrari: enemigos íntimos

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Ford v Ferrari.

Ambientada durante la década del sesenta, Contra lo imposible cuenta el trabajo que hizo Ford —de la mano de Le Mans 66— para reconvertirse y pasar de ser una marca familiar a un objeto de deseo para las nuevas generaciones de la era del rock y la libertad sexual.



Más o menos desde que existe el capitalismo como tal, las marcas han generado apego e incluso devoción entre algunos de sus consumidores. Pero hay pocas fidelidades tan inexplicables como las que profesan los seguidores de una u otra marca de automóviles. Es como el club de fútbol: hay personas que heredan esa inclinación y, así como son de Barcelona o de Juventus desde el momento en el que nacen, también son de Ford o de Chevrolet por designio familiar. Un absurdo, si se mira desde una cierta perspectiva, pero también de esas pasiones dramáticas y algo bizarras está hecho el género humano.

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Ford vs Ferrari, la película que llegó a nuestra lengua traducida como Contra lo imposible, trabaja sobre ese vector, aunque toma la decisión —accidental o deliberada— de nunca poner el foco en los fanáticos y narrar directamente la locura de los dueños de las empresas y la obsesión de dos fierreros, de dos enfermos de los autos, interpretados por Christian Bale y Matt Damon.

Ambientada durante unos pocos años de la década del sesenta, cuenta el trabajo que hizo Ford para reconvertirse y pasar de ser una marca familiar y una de las mayores industrias de Estados Unidos a ser un objeto de deseo para las nuevas generaciones de la era del rock y la libertad sexual. ¿Y cómo hacer algo así? Ganando el Campeonato del Mundo Le Mans de Francia, una carrera frenética y emblemática que siempre ganaba Ferrari, que Ford nunca había podido conquistar. Ese fue el razonamiento de los ejecutivos: si ganamos esa carrera, el mundo va a saber que no solo podemos hacer muchos autos, sino que también fabricamos los autos más rápidos. A los jóvenes de los años sesenta, parecen decirnos, les interesaba la velocidad.

Henry Ford II, nieto del icónico fundador de la Ford, no está muy convencido de embarcarse en esa epopeya, que le costaría un alud de tiempo y dinero, pero algo lo termina de decidir: se entera, en algún momento, que Enzo Ferrari se burló de la posibilidad de que Ford alguna vez le pudiera ganar una carrera, y esa risa del otro lado del Atlántico lo exaspera. Así, el orgullo creó una batalla y Ford y Ferrari se convirtieron, durante los años en los que transcurre el film, en enemigos íntimos. ¿No es, finalmente, el orgullo, el sentimiento que desató muchos de los grandes conflictos del siglo XX; no es, finalmente, el orgullo, una ceguera momentánea que ha sido el combustible secreto de muchas de las grandes tramas a las que hemos asistido como espectadores? La mitad de las cosas del mundo se hacen por orgullo, pero entonces el Señor Ford encontró en los personajes de Bale y Damon lo que estaba buscando, la otra cara de la misma moneda: dos hombres que tienen una obsesión. Obsesión + orgullo: la ecuación es imparable y los años de oro de Ford serían producto de esa combinación.

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Filmada de un modo clásico, sin estridencias pero sin una gota de aburrimiento, Contra lo imposible pasó algo desapercibida cuando circuló por salas quizás, justamente, por sus virtudes: esa una película elegante, hecha con los elementos de hierro del cine tradicional norteamericano. No incorpora nada nuevo, no tuvo grandes campañas publicitarias y sobre todo no sorprende pero no defrauda. ¿Cuántas veces se puede narrar la amistad conflictiva pero indestructible entre dos hombres? Contra lo imposible dice que siempre se puede contar una vez más.

Las películas de autos son un subgénero propio en la historia del cine; seamos "fierreros" o no, es innegable que los autos producen un efecto pregnante a las cámaras. De hecho, el nacimiento del cine es contemporáneo a la aparición del Futurismo, la vanguardia artística italiana comandada por Marinetti, que consideraba a las máquinas como fuente de deleite estético y apuntó, en su manifiesto de 1909: "Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, con su capot adornado de gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo, un automóvil rugiente […] es más bello que la Victoria de Samotracia". En Ford vs. Ferrari, la belleza es toda italiana: el auto que presenta Enzo Ferrari para la carrera Le Mans 66 es exquisito, y los planos cortos del auto en movimiento se asemejan a la danza, a la pintura.

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Por lo demás, cuando creemos que estamos viendo una película de carreras de autos, quizás estemos asistiendo a un relato más profundo, porque la verdadera carrera, en definitiva, es la del hombre contra la técnica. ¿Qué más puede conquistar el hombre en términos tecnológicos? ¿Hasta dónde queremos llegar? En los últimos años esa carrera tomó una velocidad pasmosa; por un lado, parece que ya nada es imposible, pero si nada es imposible, los hechos pierden un poco el sentido. Cuando no hay una resistencia, no hay nada contra la que pelear, ¿cuál es el sentido de la búsqueda? En el momento de Le Mans 66, todavía conquistar un récord técnico por la velocidad de un auto era algo maravilloso, que hablaba de la capacidad intelectual y práctica del hombre. Era, todavía, un mundo analógico, y esa épica decía muchas cosas. Por eso también una película como esta no va a pasar de moda.

https://www.youtube.com/watch?v=I3h9Z89U9ZA

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