Las mejores series de 2020 según la crítica local

El mundo del porno, el destino de un turbio abogado y la docuserie de la mayor estrella de los Chicago Bulls; también, una historia de la era #MeToo, la versión poética y más triste de Dark y un “Truman Show estalinista” que opera como un retrato implacable de la Unión Soviética, figuran entre las mejores historias seriadas de 2020.


Consultados por Culto, un grupo de críticos chilenos entrega sus impresiones de los últimos doce meses en pantalla. Entre sus elecciones figuran el proyecto que recrea el mundo soviético a través de 14 películas, la historia que cuenta con una violación como motor y el talle y detalle de Michael Jordan como atleta planetario.

Estas fueron las favoritas.

Better Call Saul (Netflix)

Por Matías de la Maza (Radio Infinita). Lo de BSS es un milagro porque no solo, temporada tras temporada, ha aguantado la tremenda presión de expandir el universo de Breaking Bad, sino que se supera en cada ciclo. La quinta temporada fue la mejor, acercándonos al final de la tragedia que es el destino sellado de Saul Goodman. Y Tony Dalton se mandó la mejor actuación del año como Lalo Salamanca. Un crimen que haya sido ignorado en los Emmys.

I May Destroy You (HBO)

Por Rodrigo Munizaga (Culto). Michaela Coel escribe, dirige y protagoniza la historia definitiva de la era #MeToo. Sus textos son tan excepcionales que desde el primer capítulo uno ya empatiza y se entrega a la historia, como si uno fuera parte. Más allá de lo provocador que es abordar el abuso sexual con toques de comedia, la transformación de la protagonista, su aceptación de que es una víctima y la dificultad para lograr salir a flote es un viaje interno y externo complejo y a nivel de espesor dramático que no vi en ninguna otra serie de este año. Como bonus, entrega una relación de amistad entrañable (“Your birth is my birth, your death is my death”), una luz entre tanta oscuridad, de que siempre estará para apoyarte tu mejor amiga o amigo.

The Last Dance (Netflix)

Por Isabel Plant (Radio Pauta). La docuserie sobre Michael Jordan y los Chicago Bulls fue mi mayor escape dentro de la pandemia (a veces pienso que hace bien la entrega de capítulos por semanas para saborear mejor). El mundo del deporte, incluso para los que jamás hemos encestado una pelota o metido un gol o ganado un Grand Slam, tiene toda la experiencia humana atomizada, con sus triunfos eufóricos y sus caídas espectaculares y sus regresos triunfales. Estaba todo eso y más; con figuras como Dennis Rodman y su espíritu rebelde; el entrenador Phil Jackson y la sabiduría de potenciar las diferencias para unir al equipo además de respetar sus caminos propios; la condena de ser siempre segundo de Pippen; y el maravilloso minuto de gloria de Steve Kerr, quien había asumido con orgullo que nunca iba a ser protagonista, pero podía ser un gran compañero (hasta que salvó el día). Fue además un viaje al pasado a la música y zapatillas de los 90, y por sobre todo, un estudio de personaje a uno de los atletas más famosos del mundo. Michael Jordan es fascinante porque no es perfecto: es casi sicóticamente competitivo —siempre necesita un enemigo y si no tiene se lo inventa—, en el activismo racial se quedó siempre al debe, prefiere jugar golf a estar encestando tres puntos. Y esta serie, con un acceso inédito a un hombre esquivo, no lo mostró en su faceta personal, pero sí que nos hizo entender qué es lo que hace a un gran deportista: sudor, constancia, cabeza y en el caso de Jordan, algo de magia al elevarse del suelo, cada vez que saltó y ganó el juego. (Hago trampa: otros placeres de la pandemia fueron Gambito de Dama y Lennox Hill y I may destroy you).

Dau

DAU (dau.com)

Por Rodrigo González (La Tercera). Una rareza, un asalto a las buenas costumbres y a la moral, un retrato implacable de la Unión Soviética que no es más que una postal de la Rusia de hoy: el país de Tolstói, de Rasputín y de Lenin es siempre el mismo. DAU es un gran proyecto-película que al mismo tiempo tuvo instalaciones en museos de París y que recrea la vida soviética en un instituto de investigación científica de los años 30 a 60. Todos sus actores vivieron al menos un año bajo esas condiciones para “entrar en carácter”, a modo de un “Truman Show estalinista” lo definió The Guardian. El proyecto implica 14 películas, de las que este año se vieron 9 en el sitio web de la producción: en un tono que mezcla influencias de Fassbinder, Bergman y Haneke, el ruso Ilya Khrzhanovsky cuenta diversos episodios de la vida intelectual, política, romántica y alcohólica (sí, hay vodka y vino a raudales) de los ciudadanos de la gran madre Rusia. Advertencia: así como El Agente Topo hace bien, DAU puede dejar mal por un par de días.

Adult Material (Channel 4)

Por Ana Josefa Silva (El Mercurio). Adult Material, miniserie británica sobre el mundo del porno. Dirigida por Dawn Shadforth y escrita por Lucy Kirkwood. Protagonizada por Hayley Squires. Rupert Everett tiene un rol secundario relevante. Una mirada única y en toda su complejidad a la industria del porno. Sin glamour ni juicios morales, sigue a una conocida estrella porno, que tiene familia y una vida normal inserta en la sociedad a quien una situación puntual le hace replantearse cuál es el límite de esta industria de y para adultos. Vertiginosa e inquietante a más no poder.

Tales From The Loop (Amazon Prime)

Por Ernesto Garratt (Nerdnews). El eterno retorno. Esta es la versión poética y más triste de Dark, si se quiere reducir de qué va esta fascinante serie de Amazon Prime y desarrollada por Nathaniel Halpern (Legion, The Killing). En vez de un reactor nuclear (como pasa en Dark), lo que une a las familias y pobladores de un pequeño poblado rural de Estados Unidos, es una empresa de desarrollo tecnológico llamada El Bucle, donde el mandamás (Jonathan Pryce) de la compañía está a cargo de este proyecto cuyas consecuencias, que se aferran a los imposible y sobrenatural, influirán de maneras inesperadas tanto en su propia familia como en el entorno del lugar.

Cada uno de los ocho episodios funciona de manera independiente, es decir, pueden leerse como relatos autopoiéticos: viajes en el tiempo, robots poseídos por almas humanas, inteligencia artificial, etcétera. Pero lo que resulta aún más fascinante es que esos cuentos están conectados con una sutileza y elegancia admirables. Cada cosa que pasa, pasó o pasará tiene algún eco en el capítulo anterior o siguiente y esa interconexión solapada, discreta, es el alma triste y nostálgica que transita cada cuadro de la serie hasta convertirse en un paseo por la tristeza a secas.

En ese sentido, cada toma de Tales from The Loop, hecha con cuidada composición, como si se tratara de un libro ilustrado para adultos desolados, se inspira en el arte gráfico del artista Simon Stålenhag. La obra de este artista conceptual, ambientada en el campo sueco del presente, pero decorada con muestras mimetizadas de robots y tecnología neofuturista, se ha traducido con fidelidad a la pantalla de Tales from The Loop. Creo que es ese setting, esa capacidad de definir con vivaz realidad el sitio y entorno donde pasa esta acción, es el principal motor y corazón de esta historia apenada de su propia desgracia, pero con una hermosa alegría para seguir a pesar de todo. Ojo que entre los directores está Mark Romanek y Jodie Foster.

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