Mi Raúl Ruiz favorito: miradas en torno al más grande cineasta chileno

Desde el fallecimiento del director, hace diez años, el exuberante cine del autor de Días de campo continúa siendo venerado y despierta nuevas preguntas en sus espectadores. Aquí, un grupo de especialistas consultados por Culto revela cuál es la obra preferida de su filmografía, con un claro dominio de su primera etapa chilena, en que estrenó cintas como Palomita blanca y Tres tristes tigres.


Crítico de la estructura de tres actos, todoterreno y mordaz en su mirada del chileno, Raúl Ruiz se erigió como una figura irrepetible. En sus 70 años dirigió cerca de 120 películas repartidas por Chile, Francia, Portugal, Italia y hasta en Taiwán, donde hay un filme que aún no se ha recuperado.

A la hora de elegir su cinta favorita, en conmemoración de los primeros diez años de su muerte (un 19 de agosto en París, Francia), los consultados se inclinan en su mayoría por su primera etapa chilena. Un periodo en que estrechó lazos con actores como Luis Alarcón y Shenda Román, y en el que -desde su cine inquieto y excepcional- observó con suspicacia a la Unidad Popular, un antecedente de la fractura que le produjo con otros socialistas la cruda Diálogo de exiliados (1974),

También de esos años es El realismo socialista, que actualmente está en postproducción bajo la batuta de Valeria Sarmiento y la productora Poetastros, responsables de recuperar La telenovela errante (1990-2017) y El tango del viudo y su espejo deformante (1967-2020).

Ruiz nunca se fue del todo y su revisión nunca se agota. Aquí, un posible viaje por su obra.

Antonella Estévez, editora de CineChile.cl

Se ha dicho tantísimo sobre Raúl Ruiz y una de las cosas que queda clara en que en su larguísima filmografía podemos encontrar al mismo tiempo diversidad y un cierto tono que cruza cada una de sus películas. Su inteligencia, amplia cultura y humor aparecen incluso en las más oscuras de sus películas. Si tuviera que escoger, decanto por el Ruiz inicial en que desarrolló largometrajes que son fundamentales para la historia del cine chileno como Tres tristes tigres, Palomita Blanca y Dialogo de exiliados. En todas esas películas -y también en los cortos de la época- hay una mirada aguda a la sociedad chilena y a la idiosincrasia de quienes nacimos en este país, a nuestras inseguridades, al caos que creamos y habitamos, y a la manera en que intentamos construir una imagen para los otros.

Curiosamente durante toda su época francesa algunas de estas características aparecen incluso en personajes que no son chilenos, como lo hacen en mi obra favorita del Ruiz tardío: la tremenda Misterios de Lisboa. Un melodrama que cumple con todas las exigencias del género, filmada con una delicada exquisitez y con sus característicos toques de humor negro, que vuelve con algunos de los temas centrales de la obra del cineasta como los fantasmas, los relatos sobre el pasado y la construcción de la identidad. Temas que aparecen también en las últimas películas que filmó en Chile como Días de campo, La recta provincia y La noche de enfrente, en donde la sofisticación visual y su madurez narrativa cruza con los mismos temas que venía trabajando desde el inicio de su cine ahora con la prestancia y precisión que le dieron más de cinco décadas de hacer cine.

Tres tristes tigres (1968).

Felipe Blanco, periodista, crítico y programador de cine

En general la atracción hacia Ruiz en mi caso va mutando permanentemente y por estos días estoy más interesado en su primer período en Chile, especialmente en Nadie dijo nada (1971), una obra totalmente extraña para el cine chileno en ese tiempo y que confirmaba la consolidación del universo ruiziano. La película fue un encargo de la RAI que el director pensó inicialmente como una secuela de Tres tristes tigres y narra el deambular de un grupo de amigos que, a diferencia aquella cinta, pertenecen a una intelectualidad ilustrada y de izquierda. En ella el director profundiza en esa narrativa dispersa y aleatoria en la que incorpora mucho de su propia vida noctámbula y reproduce al mismo tiempo el mismo circuito de periodistas y escritores que solía frecuentar en esos años, enfatizando en esos personajes la ambivalencia entre la radicalización política y el gusto por la vida burguesa. Como en otras de sus obras del período aquí también están Luis Alarcón, Jaime Vadell, Shenda Román y Nelson Villagra, que interpreta a un diablo que canta tango.

La película debía estrenarse en salas a fines de 1972, pero por problemas de distribución nunca llegó. Nadie dijo nada está disponible en Youtube y aunque sea en una copia con imagen y audio deficientes -grabada de un pase por la televisión italiana-, verla hoy sigue siendo tan fascinante como revelador de lo inmenso del universo del director ya en esos años tempranos.

Cristián Jiménez, director y guionista

Es una pregunta difícil, porque la obra de Ruiz es tan extensa y tan variopinta. Creo conocerla más o menos bien, pero hay sorpresas permanentemente u olvidos, que hacen que uno vuelva a ver una película e igual se sorprenda. Siempre me ha llamado la atención una diferencia grande que percibo entre sus películas chilenas (sobre todo de la primera época) y las que hizo en Francia. Es como si hubiese una cuestión muchísimo más cálida cuando filma en nuestro país y en Francia a ratos hiciera un cine mucho más formal y frío, con destellos de ternura y mucha nostalgia, pero en que prima una emoción mucho más intelectual.

No sé si podría decir cuál es mi película favorita. Hay muchos momentos ruizianos que adoro, que cuando uno es chileno, existen también fuera de las películas de Ruiz, por algo decimos a veces: esto de acá parece escena de Ruiz. Y no es tan extraordinario, ocurre con cierta frecuencia.

Adoro la escena en Cofralandes en que dos amigos se paran a conversar y se arma una cola por accidente y nadie en la cola sabe bien para qué es la cola, hasta para comprar entradas para un concierto dicen algunos. La escena de la chica sonámbula en La ciudad de los piratas, en que avanza hacia el mar. La escena en El dominio perdido en que el aviador que interpreta Cluzet le dice a Grégoire Colin que quiso morir y no pudo y que a partir de ese momento solo tendrá compañeros de juego. El striptease en Las tres coronas del marinero en que el personaje va más allá de quitarse la ropa. Y quizá la más triste de todas, la escena final de Diálogo de exiliados en que una vez conseguido el permiso de trabajo para el obrero, su compañero de militancia de origen burgués se despide de él, diciéndole una frase a la vez cómica y trágica: nos vemos en la próxima revolución.

Yenny Cáceres, periodista y autora de Los años chilenos de Raúl Ruiz

Palomita blanca (1973) fue la primera película que vi de Ruiz, el año 92, cuando finalmente se estrenó, y lo que más me impactó fue que los personajes hablaran en “chileno”. Ese rasgo, esa preocupación por rescatar la forma de hablar que tenemos los chilenos, dispersa, llena de atajos, será fundamental en el Ruiz de la etapa chilena, antes de su exilio en Francia. Tiene escenas inolvidables, como el delirante monólogo del profesor. Hoy, a casi 50 años de su filmación, sigue más vigente que nunca como un retrato del Chile de la UP, de un país dividido, clasista y a punto de estallar.

Palomita Blanca (1973-1992).

Rodrigo González, periodista y crítico de cine

No creo ser muy original al decir que me gusta la etapa pre-golpe militar de Raúl Ruiz. Muchos preferimos esas películas a los filmes hechos en Francia, en general más intelectuales. Me encanta Diálogo de exiliados, que en rigor se hizo después del 11 de septiembre de 1973, pero es sobre compatriotas en París, cada cual más chileno que el otro, con todos los defectos, desde la pillería de último minuto hasta el clasismo. También me gusta mucho el cortometraje Ahora te vamos a llamar hermano, realizado en plena UP, en 1971, y que muestra los intentos de acercamiento entre el pueblo mapuche y Chile. La película partió como parte de un encargo gubernamental, pero ahí otra vez Ruiz deja ver su espíritu afilado y sardónico, exhibiendo en pocos minutos el divorcio entre las buenas intenciones políticas y la realidad compleja mapuche. Este divorcio, demás está decirlo, hoy parece casi catastrófico.

También es notable Nadie dijo nada, largometraje de 1971 sobre cuatro amigos bohemios, borrachines y filósofos de bar que terminan sacando cuentas de la vida y las artes hasta altas horas de la madrugada. Actúan Jaime Vadell, Luis Alarcón y Shenda Román, entre otros.

Todas esas películas son una joya en mi opinión. Todas las de pre 1973 o 1974.

Pablo Marín, periodista y crítico de cine

Mi Ruiz favorito es uno que descubrí tardía y progresivamente, el llamado “Ruiz chileno”, cuya obra va del cortometraje La maleta (1963) a Diálogo de exiliados (Francia, 1974). En ese conjunto despunta Tres tristes tigres, con escenas tan esenciales como aquella en que dos personajes en un bar le responden “no se sabe” a un tercero que pregunta si puede sentarse en su mesa, o el momento en que un vecino del departamento de Rudy (Jaime Vadell) ve cómo este es golpeado por Tito (Nelson Villagra) y sólo atina a preguntar, “¿hace rato que le están pegando?”. Es también el período en que se rueda Palomita blanca, retablo de un Chile que ya para su estreno, en 1992, parecía muerto y enterrado, pero cuyas trazas identitarias son incluso hoy menos ajenas de lo que quisiéramos creer. Y todo cierra con Diálogo de exiliados, filme repudiado por los pocos expatriados que llegaron a verlo, dada cierta crueldad ruiciana, pero cuyo acercamiento etnográfico es aún hoy motivo de fascinación.

Diálogo de exiliados (1974).

Andrés Nazarala, crítico de cine y escritor

Es casi imposible elegir una película favorita de Ruiz ya que hizo más de 120 y, como todo gran artista, su filmografía tiene períodos muy diversos entre sí. Si me viera forzado a entregar un título escogería Nadie dijo nada (1971), por lo que me provoca cada vez que la veo. Es una mezcla entre humor y desolación por estos personajes perdidos: un grupo de escritores borrachos que se reúnen en tugurios de la bohemia santiaguina de entonces. Dicen que el director se inspiró en Germán Marín y Waldo Rojas y hay varios chistes locales, pero la película es más que eso: una adaptación libre de Enoch Soames, cuento de Max Beerbohm sobre un escritor que hace un pacto con el diablo para saber si será recordado en cien años. Después de Tres tristes tigres, Ruiz vuelve a demostrar que es un gran demoledor de fuentes de inspiración, con el mismo elenco de esa ópera prima. Todos están muy bien, en especial Luis Alarcón. Su poética en torno a una bohemia en extinción se cruza también con lo sobrenatural. Este es el Ruiz de las borracheras, las conversaciones serpenteantes y el sarcasmo amable, en este caso aplicado a una escena literaria que cincuenta años más tarde pareciera vivir las mismas pellejerías.

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