Adulterio, disparos y cárcel: Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, el tormentoso amor de dos poetas malditos

Verlaine y Rimbaud. Detalle de Le coin de table, de Henri Fantin-Latour. The Granger Collection, New York.
Verlaine y Rimbaud. Detalle de Le coin de table, de Henri Fantin-Latour. The Granger Collection, New York.

La breve historia amorosa de los franceses es una de las más célebres del anecdotario literario del siglo XX. Una relación angustiosa que implicó excesos y el auge creativo de sus carreras. A 168 años del natalicio de Rimbaud, recordamos los meses que unieron su vida a la de Verlaine, los que coincidieron con el fin de su breve, pero sustancial y trascendental ejercicio como poeta.


El año 1873 marcó el principio del fin. La cita era en un motel de Bruselas, localidad a la que Paul Verlaine llegó con la esperanza de recomponer el vínculo roto con su ex esposa. Sin embargo, Mathilde, cansada de los maltratos físicos y las adicciones del poeta, no estaba dispuesta a dar un paso hacia atrás. El reencuentro no fue posible y la desesperación de Verlaine comenzaba a crecer.

Con apenas 30 años, ya no reconocía en el espejo al hombre que fue. El mismo que alguna vez gozó de las virtudes de un buen apellido, el respeto intelectual de la comunidad parisina y un matrimonio con una joven y bella mujer dispuesta a hacerlo feliz. Al parecer, después de los intensos meses de romance con el poeta Arthur Rimbaud -20 años más joven que él- llenos de excesos, inestabilidad y conflicto, Verlaine sentía que ya no quedaba nada más para él.

Alarmado por una carta donde su ex pareja afirmaba que se suicidaría si no lograba reconciliarse con la madre de su hijo, Rimbaud llegó a la habitación del motel para encontrarse con Verlaine. Sin embargo, las cosas no tardaron en salirse de control.

El joven escritor estaba decidido a cortar por lo sano y seguir caminos separados. Pese a su insistencia inicial para resolver las cosas, su postura era más firme que nunca. Ya no había vuelta atrás. Pero Verlaine no estaba de acuerdo.

Mientras Rimbaud terminaba de empacar sus cosas, el poeta sacó un revólver de 7 mm del cajón. Antes de disparar, sentenció: “Ya que me abandonas, que estos disparos lleven tu nombre”. Gracias a la inexperiencia, el alcohol y los nervios, ninguna de las balas tuvo consecuencias mortales. De dos, solo una alcanzó la muñeca de Rimbaud.

Verlaine y su madre lo acompañaron al hospital y luego a la estación de trenes. El joven estaba dispuesto a olvidar lo sucedido hasta que sintió que, en plena terminal, el hombre parecía buscar nuevamente el arma, ahora entre sus bolsillos. Llamó a la policía y el incidente concluyó con dos años de cárcel para Verlaine y el fin definitivo del intenso capítulo que unió la vida de dos próceres de la poesía francesa.

“Ven, querida gran alma”

Nacido en la pequeña ciudad de Charleville el 20 de octubre de 1854, la infancia de Arthur Rimbaud estuvo marcada por los castigos de una madre exigente y autoritaria que lo reprendía encerrándolo en el granero del hogar. A pesar de haber concebido a cinco hijos, la relación de sus padres nunca fue demasiado fluida. Hasta que, en 1860, después del nacimiento de su última hija, el progenitor salió de la casa familiar para no regresar más.

Contrario a la disciplina instaurada por la figura materna, Rimbaud fue un alma rebelde desde su niñez. Una actitud que estuvo lejos de repercutir en su currículum estudiantil, pues la excepcionalidad intelectual del muchacho era algo innegable. Sus notas eran impecables y se alzaba como el ganador indiscutible de todos los premios escolares.

Uno de sus profesores, George lzambard, describía al joven Rimbaud como un alumno brillante, de personalidad soñadora, higiene impecable y curiosidad infinita. Gracias al maestro, el poeta conocería la obra de Víctor Hugo, que años más tarde se referiría a él nada menos que como “el Shakespeare niño”.

Retrato de Paul Verlaine , pintado por Eugene Carriere (1849-1906), 1891. Imagen: Cordon Press.
Retrato de Paul Verlaine , pintado por Eugene Carriere (1849-1906), 1891. Imagen: Cordon Press.

Con apenas 16 años, Rimbaud desarrolló el hábito de escapar de su casa. La primera vez intentó llegar a París confiado de que podría arribar un tren sin tener boleto ni dinero. Pero los soldados prusianos lo descubrieron y lo enviaron a la cárcel. Izambard llegó a su rescate y lo acogió en su casa ubicada en Douai por un tiempo, en lo que lograba reestablecer contacto con su madre.

Como era de esperar, el reencuentro con la madre trajo consigo un castigo de aquellos. Sin embargo, los días lejos del hogar valieron la pena. Ahí fue cuando el joven comenzó a contactarse con editoriales y personalidades del mundo literario en la búsqueda de que sus poemas, frescos y disruptivos, fueran publicados en alguna revista de la movida del parnasianismo.

La segunda fuga tampoco tuvo éxito. Eran tiempos de guerra civil y Paris se encontraba entonces en estado de sitio. Así, el destino fue Charleroi, donde intentó fallidamente conseguir un trabajo como redactor en el periódico Journal de Charleroi. Finalmente, terminó regresando a su casa escoltado por la policía.

Entre todas las personalidades literarias con las que intentó establecer contacto, Rimbaud recibió una carta de vuelta del poeta de 27 años, Paul Verlaine. Como respuesta a los poemas enviados por el adolescente, entre los que se encontraba el célebre El barco ebrio, Verlaine le envió una breve misiva que decía: “Ven, querida gran alma, te esperamos, te queremos”. Y, dentro del sobre, un boleto de tren con dirección a París.

Mural de Arthur Rimbaud en Charleville-Mézières. Fotografía de Dmitry Kostyukov para The New York Times
Mural de Arthur Rimbaud en Charleville-Mézières. Fotografía de Dmitry Kostyukov para The New York Times

Cuando arribó en la terminal parisina el 15 de septiembre de 1871, el poeta insigne del movimiento simbolista lo esperaba. Allí se instaló en la casa de Verlaine, que vivía con su esposa Mathilde Mauté, de 17 años y embarazada del primer hijo del matrimonio.

Así comenzó el período de complicidad en el que Rimbaud pudo vivir en carne propia la bohemia intelectual de París. Impactado por su belleza y la solidez y madurez de sus ideas, la amistad entre Verlaine y Rimbaud empezó a adquirir otro tono. La tensión sexual era evidente y la atracción aumentaba ante los ojos atónitos de Mathilde, que observaba cómo los varones salían a emborracharse con ajenjo, fumar opio y drogarse con hachís.

Pese a ser el epicentro del desarrollo cultural de Europa, la homosexualidad no era bien vista por sus colegas. Aquello, sumado a su irreverencia que muchas veces se traducía en insolencia y arrogancia, decantó en dificultades para que Rimbaud difundiera sus poemas, a pesar de que su carácter excepcional era innegable.

La situación ya era insostenible: los rumores sobre un amorío entre ambos estaban instaurados y la esposa de Verlaine, instalada en la casa de sus padres, se mostraba decidida a divorciarse si Rimbaud no desaparecía sus vidas. Entonces, Verlaine se fue a la casa de su mamá y Rimbaud regresó por un tiempo a su natal Charleville.

Aún con todos los obstáculos, la relación de los poetas estaba por comenzar su época más convulsionada. Una vez de vuelta en París, el contacto se reactivó. El joven escritor se sentía preso en un mundo vacío y aburrido. Incluso consideró quitarse la vida. Pero, en vez de eso, decidió que lo mejor sería dar un giro radical. Así, el 7 de julio de 1872, se topó con Verlaine cerca de su casa. “Me voy a Bélgica, no volverás a verme, a menos que quieras acompañarme”, le dijo. Sin pensarlo dos veces, el poeta respondió: “Entonces, vamos”.

Manuscrito de Arthur Rimbaud
Manuscrito de Arthur Rimbaud

La pareja llegó a Bruselas y luego a Londres. Solían frecuentar el club de los exiliados de la Comuna, movimiento revolucionario francés que inspiró profundamente el trabajo de Rimbaud. Entre idas y venidas, intentos fallidos de Verlaine por retomar su matrimonio y carencias económicas, las cosas comenzaron a salirse de control. Ahí fue cuando Verlaine llegó a Bruselas en la antesala del incidente con el revólver.

Durante esos días de separación, Rimbaud envió una serie de cartas a su ex compañero que daban cuenta no sólo de su estado anímico, sino también de las dificultades económicas que representó su partida repentina.

“Regresa, regresa, querido amigo, mi único amigo, regresa. Te juro que seré bueno. Si fui horrible contigo, es una broma en la cual me excedí, de la que me arrepiento más de lo que te imaginas. Regresa, olvidemos esto por completo. Qué desgracia que hayas creído en esta broma. Heme aquí, hace dos días que no dejo de llorar. Regresa. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido. Solo tienes que hacer el viaje de nuevo. Volveremos a vivir aquí con mucha valentía, pacientemente. Ah, te lo suplico. Además, es por tu bien. Regresa, recuperarás todas tus cosas. Espero que ahora sepas bien que no había nada real en nuestra discusión”, comienza una de las epístolas enviadas desde Londres.

Las siguientes cartas dejan al descubierto la angustia que significó la partida de Verlaine. En una de ellas, escribe: “Solo conmigo puedes ser libre, y dado que te juro ser muy amable en lo venidero, que por mi parte lamento los errores, que por fin tengo la mente despejada, que te quiero, si no deseas regresar o que me reúna contigo, cometes un crimen del que te arrepentirás por muchos años, por la pérdida de toda libertad, y por las penas quizá más atroces que todas las que has vivido. Después, recuerda lo que eras antes de conocerme”.

En otra, el joven señala: “La única palabra verdadera es: regresa, quiero estar contigo, te amo, si escuchas, demostrarás valentía y un espíritu sincero. De lo contrario, me das lástima. Pero te amo, te abrazo y volveremos a vernos”.

La vida después de la tormenta

Luego del episodio del balazo, las vidas de Rimbaud y Verlaine volvieron a toparse una última vez, en 1875. Bebieron una cerveza y desmenuzaron la conversión al catolicismo que tuvo Verlaine en la cárcel.

En esos años, y luego de una breve carrera, Rimbaud decidió abandonar la poesía por un trabajo estable. Algunas versiones señalan que su aspiración era lograr una vida común, ajena a las precariedades. Otras, que su objetivo era conseguir el dinero suficiente para retomar la escritura cuando tuviera la estabilidad económica suficiente.

Pasó por múltiples países. Se alistó en las tropas carlistas españolas, en el ejército irlandés y muy pronto desistió de cualquier proyección dentro de la milicia. Recorrió Europa junto a una compañía circense y tras pasar por Suecia, Grecia, Sumatra, Egipto y otros países, decidió asentar cabeza en Harrar y Adén, donde se dedicó a la compra y venta de marfil, el contrabando de armas y diversos elementos y el tráfico de esclavos.

Ultima foto conocida de Arthur Rimbaud, de su época de comerciante en Abisinia.
Ultima foto conocida de Arthur Rimbaud, de su época de comerciante en Abisinia.

Regresó a Francia a los 37 años, en la víspera de su muerte. Había sido diagnosticado con una gangrena en la pierna que terminó con la amputación del miembro. Lo último que supo de Verlaine fue que publicó Iluminaciones, libro escrito en 1874 que el poeta confió a su amigo.

En Una temporada en el infierno, de las obras más emblemáticas de Rimbaud, el escritor ahonda en las luces y sombras de su precoz romance con el poeta capitalino. En el caso de Verlaine, el ensayo titulado como Los poetas malditos trascendió como una de sus grandes creaciones.

Tristan Corbière, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore y Auguste Villiers de L’Isle-Adam fueron algunos de los poetas honrados en el trabajo de Verlaine. La lista cierra con Arthur Rimbaud y el mismísimo Verlaine, mencionado en el libro como “el Pobre Lelian”.

Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud
Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud

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