Rush y Soda: me verás volver
En la medida que el tiempo pasa, los códigos en la música pueden cambiar. En el mundo de los espectáculos, ya lo dijo James Bond: nunca digas nunca jamás.
“Sensaciones encontradas”, fue la respuesta instantánea de amigos y conocidos ante el retorno de Rush formalizado esta semana, que se concretará el próximo año con una breve gira estival por Norteamérica con la baterista alemana Anika Nilles (42). De pronto la línea de Vital signs -”everybody got mixed feelings”- se volvía contingente. Los canadienses dejaban de ser una banda conjugada en pasado, para convertirse en un presente activo que ya suma ensayos en pos de conciertos maratónicos que incluirán un homenaje al fallecido Neil Peart, uno de los bateristas y letristas definitivos del rock, un referente intelectual y emocional para millones de fans que derramaron lágrimas ante su muerte en 2020, provocando vacío y luto.
“Los hombres pensantes del heavy metal”, una de las escasas concesiones de la prensa en general adversa, parecían tropezar con la honestidad artística que sedujo por décadas a su público mayoritariamente masculino. “A uno le gusta creer en la libertad de la música -escribió Peart en The spirit of radio-, pero premios brillantes y compromisos interminables, rompen la ilusión de la integridad”. “El arte como expresión, no como campañas de mercado -acuñó en Natural science-, todavía capturará nuestra imaginación”. ¿Y la integridad? ¿Quién es Anika? ¿Por qué no llamaron a este o este otro? ¿Qué diablos sucede con mi banda?
Entonces, aparecieron los memes. “Madura, no eres el dueño de Rush -decía uno- y ellos pueden hacer lo que quieran”. Los fans del trío, hermanados con los de Tool en la creencia de nadie-está-a-la-altura, tropezaban en un código de honor propio que dejaba fuera el derecho de Geddy Lee y Alex Lifeson de tocar las canciones que escribieron desde que eran amigos en la secundaria, una obra por la que ganaron fama de músicos entre músicos. ¿A quién debían pedir permiso si no era a sí mismos? Hasta Paul McCartney los alentó. “Es lo que hacemos”, dijo a Lee y Lifeson en un regado carrete en Londres.
El afiche de la nueva gira diseñado por Hugh Syme, el ilustrador de su discografía, resulta conmovedor. La imagen de tres avecillas -dos de ellas posadas en un cable de tránsito que sostiene un semáforo en verde, la tercera emprendiendo vuelo- resume que el espíritu de Rush persiste a pesar de la pérdida. La señal de avance indica el nuevo capítulo de una banda de amigos que sufrió una baja. No son tipos sin hablarse por años hasta que un cerro de dinero les hizo cambiar de opinión.
En el mismo plano del retorno bajo una ausencia irremediable, el segundo regreso de Soda Stereo sin Gustavo Cerati con fechas espaciadas en Buenos Aires entre marzo y junio próximos, con claras posibilidades de sumar shows por Latinoamérica, conlleva un escenario distinto al de Rush donde las partes eran iguales creativamente. Cerati en cambio, era el protagonista de Soda -la voz y el compositor-, marcando un notorio desequilibrio de poderes. La primera gira de 2020 quedó trunca por la pandemia. Retomada con un par de conciertos en 2021 en Argentina, y otros en 2022, la pasada por Chile del 3 de mayo en el estadio Monumental fue una cita accidentada con fallas técnicas y la paciencia devota de la asistencia. Zeta y Charly Alberti salvaron la noche por el cariño entrañable del público chileno hacia la banda, la primera fanaticada que conquistaron fuera de sus fronteras. Ciertamente, también tienen derecho a tributar las canciones moldeadas con sus temperamentos musicales, y que públicos nuevos disfruten la experiencia de verlos en vivo.
En la medida que el tiempo pasa, los códigos pueden cambiar. En el mundo de los espectáculos, ya lo dijo James Bond: nunca digas nunca jamás.
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