Viejas costumbres que no pienso interrumpir: un relato de Jaime Bayly
Cuando viajo con mi familia, o a solas por asuntos de trabajo que en rigor no constituyen un verdadero trabajo, mi asistenta me guarda cuidadosamente los periódicos que llegan cada día, en mi ausencia. Al volver a casa, encuentro una montaña de periódicos sobre la mesa, en la sala de lectura
Soy un hombre que lee los periódicos de la semana pasada. Estoy suscrito a tres periódicos que llegan a mi casa impresos en papel, a la antigua, todas las mañanas. Aunque también pago la suscripción digital de esos diarios, me niego a renunciar al placer de leerlos en papel, manchándome los dedos de tinta negra. Las noticias son manchas. Uno las lee y se mancha, es inevitable. Las noticias son, casi siempre, interrupciones más o menos severas en la felicidad de las personas. Leyéndolas, uno se mancha no solo las manos, sino también el espíritu. Un par de horas me toma leer los diarios sin premura. Acabada esa tarea, soy ciertamente un hombre menos feliz. ¿Por qué insisto en leer las noticias, cuando sé que ellas nos informan de la maldad humana, la ruindad humana, la estupidez humana? No lo sé. Es una vieja costumbre, soy un hombre viejo y no pienso interrumpirla.
Cuando viajo con mi familia, o a solas por asuntos de trabajo que en rigor no constituyen un verdadero trabajo, mi asistenta me guarda cuidadosamente los periódicos que llegan cada día, en mi ausencia. Al volver a casa, encuentro una montaña de periódicos sobre la mesa, en la sala de lectura. Mis viajes suelen extenderse una semana, diez días, nunca más de diez días. Aun si la travesía ha sido razonablemente confortable y placentera, nada supera a la felicidad de volver a casa, entrar en la sala de lectura y ver treinta periódicos apilados uno encima del otro, en el orden en que han llegado. En ese mismo orden los leeré: desde el día en que partí hasta el día en que volví. ¿Por qué me obligo a leer todos esos periódicos en papel, cuando, estando de viaje, los he leído en sus páginas digitales, informándome de las noticias más relevantes? No lo sé. Es una vieja costumbre, soy un hombre viejo y no piensointerrumpirla.
En realidad, no leo esos veinte o treinta periódicosamontonados para enterarme de lo que ha pasado en el mundo durante mi ausencia, sino para descubrir cosas más o menos irrelevantes, marginales, pintorescas, que no leí en los diarios digitales, estando de viaje. No es una tarea menor leer todos esos periódicos en papel. A veces me toma tres días, cuatro días, porque, ya en casa, primero debo leer los diarios del día que han arrojado esa mañana, en bolsas de plástico azules, a la cochera de mi casa, y luego paso a leer los periódicos viejos que mi asistenta ha guardado como si fueran un tesoro. Leyendo los diarios de la semana pasada en busca de algún pequeño secreto, alguna información memorable, algún chisme delicioso, me pregunto si mi descubrimiento del mundo, o mi conocimiento del mundo, proviene principalmente de mis viajes, o de mis lecturas de los periódicos. No lo sé. No lo tengo claro. He viajado bastante, pero he leído tantos periódicos que tal vez estos me han permitido conocer mejor el mundo, de un modo más sombrío y profundo, que los viajes mismos. No he viajado a Rusia ni a la China, ni pienso hacerlo en cien años: casi todo lo que sé de los rusos y los chinos lo he leído en los periódicos. No conozco Israel ni sus países vecinos y me temo que no me daré un paseo por allá lejos: casi todo lo que sé de esa región del mundo lo he aprendido en los diarios. En los viajes, generalmente visito lugares bonitos, paisajes estimulantes: las grandes ciudades, los parques, las playas, los lagos, los bosques, los volcanes, los archipiélagos. En los periódicos, en cambio, recorrolas zonas más peligrosas: las guerras, los crímenes, las catástrofes, los abusos, las injusticias, las peores vilezas y ruindades que perpetramos los humanos. En los viajes procuro entonces evitar las cosas feasdel mundo. Leyendo las noticias, sin embargo, mesumerjo en un océano de maldades, de horrores, de atrocidades que no tienen fin.
Bien es cierto que no todo es malo y descorazonador cuando leo los periódicos en papel. Hay tres secciones que me elevan el espíritu y me inducen a creer que, en medio de tantas tragedias, tantas muertes sin sentido, ciertas zonas de felicidad se encuentran reservadas para el goce discreto de las mentes curiosas. Disfruto especialmente de las críticas de cine, los obituarios y los casamientos, unas crónicas de amor enternecedoras que aparecen los domingos. Antes solo aparecían las reseñas con fotos de los matrimonios entre un hombre y una mujer, pero ahora publican también las bodas entre dos mujeres, o entre dos hombres, señal de que la especie humana evoluciona y, con ella, también la prensa del día. Cuando yo era joven, los grandes periódicos de mi país eran todos homofóbicos y hacían alarde de ello (a mí, por ejemplo, un crítico de televisión del diario más tradicional, un señor japonés, me machacaba sin piedad, escribiendo que yo era “del otro equipo”); ahora esas malas artes ya no se usan para descalificar a una persona, o a una pareja, enhorabuena.
Las críticas de cine me interesan porque, según ellas, decido si quiero ver la película o si prefiero abstenerme. Las críticas, cuando son buenas, me permiten ver la película sin todavía verla del todo, o ver cosas de ella que no alcanzaría a apreciar en la sala, como espectador. Para mí, las críticas son entonces una parte esencial de la película. Desde luego, hay críticos en los que confío más y otros con los que discrepo a menudo. Pero, en general, las páginas de cine, con los fotogramas de los artistas, son una fuente segura de felicidad, pues me recuerdan que hay un mundo paralelo, el de las ficciones, que me permitirá escapar, siquiera brevemente, de las grisuras del mundo real.
Más aprendo, creo, leyendo los obituarios. Me gusta leerlos todos, aun si no sé quién fue el muerto ilustre. Por lo general, publican tres o cuatro necrológicas cada día, con sus respectivas fotos(eligen, por supuesto, una buena foto del difunto, digamos una foto de sus tiempos de esplendor, una foto que le hace justicia). Solo si el finado fue una persona muy extraordinaria, le dan una página entera, repasando su vida memorable, aunque sin ocultar sus tropiezos. Si fue menos extraordinaria, le conceden media página. Pero nadie sale en los obituarios del periódico si no hizo alguna contribución más o menos significativa al mundo. Leyéndolos, recorro las vidas de esos muertos recientes, me informo de sus logros y conquistas, aprendo quiénes fueron y por qué destacaron, y hasta me hago amigo de ellos, aunque sea ya tarde. De paso, me invade la curiosidad de saber por qué murieron, sobre todo si eran jóvenes al perder la vida, y si dejan familia. Datos no menores son la edad del fallecido, las ciudades en que nació y expiró, cuántas veces se casó y cuántos hijos le sobreviven. Muy raramente la necrológica revela cuánto dinero deja, si acaso, el difunto. En general, me interesan más los obituarios de los artistas yempresarios, y bastante menos los de los políticos.
En cuanto a las páginas felices de los enamorados recién casados, conviene descubrir cómo se conocieron (a menudo interviene el azar, o la impaciencia por escapar de la soledad), quién tomó la iniciativa de pedirle matrimonio al otro y si llovió el día de la boda (algunas parejas contratan chamanes para impedir la lluvia). Pero lo que más aviva mi curiosidad, leyendo aquellas páginas dichosas sobre la terca continuidad del amor entre los humanos, es descubrir a las parejas que son muy parecidas entre sí (suele ocurrir entre los hombres homosexuales, idénticos uno al otro) y las que son bien distintas en sus rasgos faciales (bastante más frecuente entre los amantes de sexo opuesto). Yo me he casado dos veces, sin lluvia y sin chamanes, y mis esposas no se parecían a mí en modo alguno, casi mejor para ellas.
Leídos por fin todos los periódicos de la semana pasada, con especial atención a las críticas de cine, los obituarios y las bodas, siento que me he puesto al día, que soy un hombre medianamente informado, que por fin ha concluido el viaje y he terminado de arribar a mi casa. Pero ¿soy acaso una mejor persona por leer esos diarios antiguos? No. ¿Me he vueltomás inteligente, o menos tonto? No. ¿He aprendido cosas que me convenía saber? No lo sé. Quizás leer los periódicos en papel es un hábito perfectamente inútil y autodestructivo. Pero es una costumbre vieja, soy un hombre viejo y no pienso interrumpirla.
Lo último
Lo más leído
6.
Contenidos exclusivos y descuentos especiales
Digital + LT Beneficios$3.990/mes por 3 meses SUSCRÍBETE