El divorcio de los Fernández complica a Argentina

El presidente Alberto Fernández dando un discurso en el Congreso argentino, junto a la vicepresidente Cristina Fernández. Foto: AFP.

A causa del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, el oficialismo trasandino está partido en dos. De a poco, los albertistas y los cristinistas intentan acercarse, en miras a mantener la unidad para las elecciones del 2023.


Alberto y Cristina sencillamente no se hablan. Desde hace unas semanas, no hay intercambios, llamadas ni mensajes de WhatsApp entre las dos máximas autoridades del poder Ejecutivo argentino: una relación que se enfrió luego de las pasadas elecciones legislativas y el acuerdo conseguido con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La prensa argentina habla de la disputa entre el “albertismo” y el clásico kirschnerismo, también llamado “cristinismo”. Si Alberto le debe a Cristina Kirchner la proclamación como candidato presidencial en 2019, también se sabe que ella no habría podido ganar las elecciones sola. Para los expertos, teniendo en cuenta ese pacto inicial, la posibilidad de roces era inevitable, y ahora que Fernández se aleja del kirchnerismo y La Cámpora, muchos se preguntan cuán viable era una alianza como esta, y qué futuro tiene.

En tanto, la pospandemia y el contexto internacional presionan la economía argentina, que si bien creció un 10% en 2021, el 37,3% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, una situación peor que en 2019. Los Fernández ven en estos números otra amenaza para las elecciones del 2023.

El analista y biógrafo de Cristina Fernández, José Ángel Di Mauro, apunta: “Está claro que las diferencias ideológicas son muy claras y previas a la elección de Alberto Fernández por parte de CFK para encabezar la fórmula presidencial. Hay que ver qué dijo el actual Presidente desde que dejó de ser jefe de Gabinete de Cristina en 2008, hasta que se reconciliaron. Y no opinaba nada bueno de su gobierno, ni de sus causas judiciales, ni de nada… Se entiende que esas diferencias fueron archivadas una vez que se formó el binomio para enfrentar a Macri, pero tarde o temprano quedarían expuestas con el paso del tiempo y la gestión”.

Alberto Fernández y Cristina Fernández saludan a sus seguidores en el Congreso Argentino. Foto: Reuters

El centro de todo: el acuerdo firmado con el FMI para refinanciar una deuda de US$ 44 mil 500 millones. La propuesta, proveniente de la gestión del Presidente, cayó mal dentro de La Cámpora, llevando a la renuncia de Máximo Kirchner, el hijo de la vicepresidenta, a la jefatura del bloque oficialista en la Cámara de Diputados. Esta renuncia ya dejaba clara la división interna del peronismo, y se mostró en la votación del acuerdo en el Parlamento: los kirschneristas votaron en contra, y el albertismo tuvo que buscar los votos necesarios en la oposición.

A medida que las críticas entre un bando y otro crecían, y la rebelión se hacía evidente, Alberto Fernández mostraba su decepción con quienes fueron sus compañeros de fórmula electoral: “Cuando me propusieron estar a cargo sabía que iba a tener que tomar decisiones, y esperaba que me acompañaran, y no me acompañaron”, señaló el mandatario en una entrevista radial.

Las cosas venían en decadencia entre Cristina y Alberto desde las primarias de las legislativas, en septiembre del año pasado: la vicepresidenta ordenó que los ministros de su lado del peronismo presentaran una renuncia, y responsabilizó al Jefe de Estado de la derrota que, ya en noviembre, cayó con todo su peso sobre la gestión Fernández-Fernández.

El jueves 24, una marcha convocada por La Cámpora, la agrupación política liderada por Máximo Kirchner, reunió a 70 mil personas en la Plaza de Mayo. El evento fue leído como una provocación al albertismo: un recordatorio del “músculo callejero” que la vicepresidenta puede movilizar.

Julio Burdman, doctor en Ciencia Política y profesor de la Universidad de Buenos Aires, describe el conflicto interno en el peronismo. “Diferencias hay varias, pero la principal es la firma por el acuerdo con el FMI. El cristinismo, expresado sobre todo en la figura de Máximo Kirschner, sostiene que el Presidente negocio mal con el organismo. Que logró un acuerdo bastante estándar, y no logró imponer la defensa del interés argentino según la cual el acuerdo firmado por Mauricio Macri era ilegal porque permitió la fuga de capitales, cosa que estaría prohibida por el estatuto del FMI”, apunta el politólogo.

“Más allá de las diferencias, Cristina está decepcionada de la gestión de Alberto y, lo que es peor, convencida de que dejan el poder el año que viene. Su deseo hubiera sido que Alberto hiciera el trabajo sucio, y el próximo turno fuera para alguien más propio, como Axel Kicillof o su hijo. Ahora tiene la sensación de que la gestión fue tan mala que no podrá seguir Alberto ni otro propio”, apunta Di Mauro.

Manifestantes sostienen fotos de personas desaparecidas en el aniversario número 46 del golpe de Estado de 1976. Foto: Reuters

Después de un mes difícil para la Casa Rosada ya se comienzan a dar señales de un deshielo. Alberto Fernández comprometió su apoyo en un proyecto proveniente de los bloques más duros del kirchnerismo: el “Fondo Nacional para la Cancelación de la deuda con el FMI”. La portavoz del gobierno, Gabriela Cerrutti, hizo el anuncio: “El gobierno nacional valora la iniciativa del bloque de senadores del Frente de Todos, que impulsa la creación de un aporte especial de emergencia para quienes tengan bienes en el exterior no declarados”.

Dado este paso, siguió una respuesta –más bien indirecta– de la vicepresidenta, que en un tuit se mostró en su escritorio con el embajador de Estados Unidos en Buenos Aires, Marc Stanley: “Conversamos sobre distintos temas de interés común: lavado de dinero, trata de personas y derechos humanos. Además le solicité la colaboración de su país con el proyecto de ley que presentaron hoy los @Senadores_Todos para crear un Fondo Nacional para la cancelación de la deuda con el FMI, con recursos recuperados en el exterior del lavado y la evasión”. La mención del proyecto fue leída por la Casa Rosada como un gesto de buena voluntad por parte de Cristina Fernández.

El politólogo Fernando Pedrosa apunta a los fines electorales del deshielo: “Efectivamente hay una tregua entre ellos, y me imagino que hay gente entre ellos que dice: ‘no nos dividamos porque vamos a perder las elecciones’. Quizás Sergio Massa, sectores moderados del krischnerismo, algún grupo de gobernadores, pero efectivamente se dan cuenta de que la situación es crítica para el oficialismo, fracturarse sería abrir una puerta en un destino difícil de prever”.

“Es natural que el mayor margen de maniobra lo tiene el ala cristinista, porque la responsabilidad del gobierno recae sobre Alberto Fernández, que es el jefe de la gestión, el jefe de la negociación con el fondo internacional, y el responsable del nombramiento de los ministros más importantes en materia económica como Martín Guzmán, el de producción Matías Culfas y el presidente del Banco Central. Por lo tanto, el discurso cristinista es que el presidente está gobernando, y que ellos son la disidencia interna”, señala Burdman.

Manifestantes contra el FMI en una marcha en la Plaza de Mayo, en Buenos Aires. Foto: AFP

El oficialismo cierra sus heridas con un apuro: mantenerse unido y fuerte para las elecciones generales, que se vienen a fines de próximo año, y que tienen sus primarias en agosto. Las encuestas, sin embargo, ya acusan el golpe y le dan ventajas al bloque opositor: un estudio de mediados de marzo, de la consultora Zubán Córdoba, determinó que un 58,7% de las personas consultadas votaría por un opositor si las elecciones fueran hoy. Por otra parte, solo un 27,8% de los encuestados se inclinaría a votar por una figura del Frente de Todos.

“Si el gobierno está muy mal en las encuestas, la situación económica está muy mala en el país, la violencia y la inseguridad sigue subiendo, junto con la inflación… al final, esta coalición termina siendo una junta de sectores que solo están juntos para ganar. La posibilidad de perder les hace cuestionarse para qué están juntos. Imagina que las elecciones primarias acá se vienen en agosto 2023, con lo cual la definición de candidaturas y campaña será en marzo que viene”, comenta Pedrosa.

En ese contexto, Mauricio Macri ya comenzó a dar entrevistas televisivas, ofreciendo definiciones de cara al 2023. El expresidente, que podría estar en busca de su “segundo tiempo”, tiene competencia en su propia interna, con la creciente popularidad de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, ambos de su partido Propuesta Republicana (PRO).

“Hay un sector de la oposición que es el que está liderado por Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y hoy probablemente su líder más fuerte, y que está en una situación de cooperación con el gobierno, porque se ve a sí mismo como presidenciable fuerte para 2023, y está sentando una base de negociación con el fondo en la que él sea parte. Macri también queda comprometido, porque toda esta crisis de la deuda fue iniciada en su gobierno, así que él tiene poco para decir. Hoy Macri hace intervenciones públicas un poco extemporáneas, si se va por temas laterales, pero tiene un problema de discurso si nos vamos al tema central de la Argentina, que es la crisis de la deuda. Y creo que es un momento para que sectores más duros de la oposición, como el que lidera Patricia Ulrich dentro de Juntos por el Cambio, o Javier Milei por fuera de la coalición y con su Frente Libertario, se fortalezcan en esta coyuntura, que es lo que está sucediendo”, opina Burdman.

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