¿Por qué Chile Podemos Más terminó así? Los hitos de la coalición de derecha, antes de su peor derrota presidencial

(CLAUDIO REYES / AFP)

El desenlace de esta noche termina de facto con la coalición, sin candidato oficial -al que ni siquiera acompañaron cuando reconoció su derrota-, lista parlamentaria ni gobierno que una a sus partidos. En sus 32 años de vida y bajo distintos nombres, acumularon triunfos, derrotas y peleas en que la sangre casi llegó al río.


Se acabó. Fueron treinta y dos años. Se batieron en ocho municipales, nueve parlamentarias y ocho presidenciales, de las cuales ganaron dos, siempre con Sebastián Piñera. Esta noche han quedado fuera de la final. Su candidato oficial, Sebastián Sichel, no logró pasar a la segunda vuelta presidencial, peleaba entre el tercer y cuarto puesto décima a décima con Franco Parisi, y coronan así un tren de derrotas -plebiscito, constituyentes, gobernadores, municipales-, salvo en la legislativa, en la que no sólo zafaron de un descalabro, sino que inesperadamente consiguieron la mitad de la Cámara Alta..

Pero en la hora postrera de la presidencial, al exDC ni siquiera lo acompañaron a la hora de la verdad la UDI, RN y Evópoli. Solo el PRI.

Chile Podemos Más, antes llamada Chile Vamos, Coalición por el Cambio, Alianza por Chile, Alianza a secas, Union por Chile, Democracia y Progreso, en fin, la liga de partidos de derecha que pasó tres cuartos de su historia en la oposición bregando por ese otro cuatro en que pasó en el poder, estaría hoy frente a su final. Eso venían anticipando ciertos dirigentes cuando se ponían ante lo consumado. Uno de ellos decía: “si esto pasa, se disuelve de facto”.

Kast votando ayer. No quiso ir a primarias con la coalición y se salió con la suya. KARIN POZO/AGENCIAUNO

Pero también ante las consecuencias que tenga el trasvase de las fuerzas a José Antonio Kast, el ex diputado UDI que de la mano de su partido, el Republicano (28,52% con el 58,28% de las mesas), desplazó a Sichel por la derecha asestando el knock out a la coalición. En teoría, ese cruce debiese comenzar pronto, según sea la negociación entre el mundo de Kast, la UDi y Renovación Nacional. Más complejos se ve el panorama con Evópoli, el único partido con peso propio que parió este bloque en sus más de tres décadas, y que se alimentó de quienes no les llenaba ninguno de los anteriores.

Representantes de una derecha más liberal, los Evopoli tienen un doble dilema. Uno, si se van a plegar al republicano para el 21 de diciembre. Dos, si se definirán dentro o fuera de un hipotético nuevo oficialismo, para quienes piensen que el candidato tiene chances de ganar.

Lo resolverá el martes en la tarde un consejo general extraordinario. Cuando hace algunas semanas su presidente Andrés Molina se apuró a sentenciar que si Kast pasaba se irían con él, hubo tironeo interno y él bajó un cambio. En Evópoli esto ha plantado dos fuerzas.

Las opciones son apoyarlo de lleno o dar libertad de acción. Disponerse a ser parte de un gobierno es más complicado. Quedar a la zaga de Kast, mucho más conservador que ellos, sería hipotecar el proyecto de este partido. Y si pierde en diciembre, él quedaría como líder de una derecha endurecida en la oposición.

Si el exUDI lo logra -en la derecha persisten quienes creen que no podrá- en Evópoli los partidarios de marginarse del gobierno sostienen que tendrían que irse a fundar la oposición de derecha a un gobierno de derecha dura, algo nunca visto: “Sería como si Vox ganara en España y el PP se quedara fuera”.

Para los padres de la coalición vencida esta noche, esto sería más expedito. Gran parte de la UDI ya había dado el paso, y solo algunos parlamentarios y la directiva seguían declarando lealtad a Sichel. Pero seguir a Kast puede llevarles al abismo que el partido fundado por Jaime Guzmán se desfonde si sus filas se pasan al republicano.

En RN partieron las tempranas deserciones de congresistas pro Kast; Republicanos se omitió en los distritos de la bancada evangélica. ¿Qué tanta resistencia plantará la facción de Mario Desbordes? Algunos creen que con Gabriel Boric y el PC al frente, no mucha.

Como sea, el bloque ya no tiene ni candidato, ni lista parlamentaria ni gobierno -le quedan tres meses y algo- que los una. ¿Esperanza? Llegó entrada la noche, con un panorama parlamentario menos malo del esperado y en que, junto a los republicanos, mantienen un peso relevante en ambas cámaras.

Pero ha sido el peor período de la historia de la coalición, lamentan fuera de comillas dirigentes. Años de triunfos, derrotas, períodos de bonanza, crisis, y ácidas peleas de poder que llevaron las cosas al borde más de una vez.

Tocando el cielo, volviendo al infierno

El punto de arranque fue la derrota del plebiscito de 1988, que llevó a la derecha a encarar las elecciones presidenciales y parlamentarias del año siguiente bajo el pacto Democracia y Progreso. Pero antes de empezar tuvieron su primer quiebre cuando la UDI se independizó de RN e hizo partido aparte (RN era uno solo y unía a los gremialistas y otros movimientos) luego de un fuerte conflicto.

Democracia y Progreso fue el primer pacto RN-UDI. Un entonces muy joven Andrés Allamand ya andaba en negociaciones, acuerdos y conflictos. Por años sería un protagonista. Por años buscaría una y otra vez la Presidencia; siempre se le cruzaría alguien en el camino.

Ciertos exponentes de la generación de Sebastián Piñera dicen que no tuvieron mejor momento que la famosa ‘democracia de los acuerdos’, durante el gobierno de Patricio Aylwin (1990-1994). Entonces irrumpió en RN la Patrulla Juvenil: Allamand, Piñera, Evelyn Matthei y Alberto Espina. Protagonizaron los primeros grandes escándalos de un secto propenso a cobrar viejas cuentas: el Piñeragate (1992) y el Caso Drogas (1995)

En la UDI tienden a mirar mejor el apogeo de su partido, cuando después de la estrecha derrota de Joaquín Lavín del ‘99 frente a Ricardo Lagos, ese partido creció en sucesivas municipales y parlamentarias, llegando a imponerse frente a sus socios de RN.

La pugna Lavín versus Piñera por el poder de la nominación presidencial enredó por años al sector.

Esa etapa, que se estiró hasta el primer gobierno de Michelle Bachelet, fue una constante lucha por la hegemonía del sector; decir que el bloque tenía cierta vocación canibal se convirtió en cliché. Se podrían colmar volúmenes con la descarnada guerra entre Piñera y Pablo Longueira (2001-2004), o el profundo antagonismo entre el Presidente Piñera y Jovino Novoa. Para qué hablar del trauma que dejó ahí el caso Spiniak.

No hubo mucho recambio por años. A la camada UDI que convivió con Kast en el Congreso -Darío Paya, Marcela Cubillos, Rodrigo Álvarez y tantos otros- todavía le dicen la generación perdida: nunca se pudieron hacer con el control del partido. Los coroneles y sus contemporáneos se iban rotando en el mando del partido que hasta XXX no tenía democracia interna.

Pero las pugnas entre ambos partidos nunca quebraron el bloque. Electoralmente era imposible. El 2001 llegaron a 57 diputados. Tras resolver la cuestión Piñera versus Lavín, y pasar otro período en la oposición (2006-2009), se les abrió el camino.

La pregunta de cuál fue la mejor etapa de esta coalición suele traer de vuelta que fue a contar del 2008-2009, cuando se unió detrás de Piñera. Hay otras respuestas; todas dicen que han tenido sus verdes más lucidos como oposición. Ordenada, con hambre de poder y eficaz, pero en la oposición.

“Todo ese proceso, hasta entrado el primer gobierno de Piñera, fue la época de oro”, describe una autoridad UDI. “Ganamos con una coalición ordenada, obtuvimos una seguidilla de victorias, la parlamentaria. Fue lejos nuestro mejor momento”, agrega.

Los mejores momentos de la liga han sido como oposición, en las campañas que llevaron a Piñera a La Moneda. Las dos veces eso duró menos de la mitad de cada período. Foto: Juan Farias / La Tercera - Juan Farias

Para esa campaña cambiaron nuevamente de nombre, a Coalición por el Cambio. En las legislativas 2009 rompieron marcas. La UDI por sí sola eligió 40 diputados. Atraídos por el “tsunami del poder” -como lo justificaban entonces- los enemigos de Piñera en ese partido olvidaron parte de su encono: había miles de cargos por repartir en el aparato estatal.

Claro que con esos mismos 40 escaños -advertían duros como Víctor Pérez- la UDI tenía un seguro ante cualquier conflicto con el Presidente. Lo usarían después.

La era dorada les duró menos como fuerza de gobierno. Eso terminó en la primera mitad del 2011, para la crisis estudiantil que hizo famosa a Boric y su generación. “Ahí se echó a perder todo de nuevo”, resume otro dirigente. El conflicto se alargó y revalidó la fama mataministros de Educación. Piñera perdió dos seguidos en apenas cinco meses: Lavín y Felipe Bulnes.

Después, derrotas. El voto voluntario al que el gobierno apostó en vano, el descalabro de la municipal 2012 y el constante apremio de que el regreso Chile de Bachelet apurara lo que terminó pasando en la presidencial del año siguiente. En esas parlamentarias volvieron atrás: bajaron a 49 diputados (36,23%). Y de vuelta a la oposición.

Un par de históricos de RN apuntan que todo ha sido cíclico. Recuerdan “uno de los mejores períodos” en la campaña 2017 que los llevó de vuelta a La Moneda. Lejos sus mejores números: como Chile Vamos se dispararon a 72 diputados.

Ese trago dulce se acabó al año y siete meses en Palacio, el 18/O. Desde entonces la coalición vivió su negro más espeso. Se desarticuló rápidamente, las riñas a veces congelaron hasta saludos en ceremonias y ritos elementales, como las reuniones de directivas y comités políticos en La Moneda.

El acuerdo del 15/N cavó un foso entre la derecha que hasta hoy culpa a Piñera -incluyendo viejos camaradas suyos- de haber “entregado la Constitución” y los que defendieron el hito. La pugna entre el Apruebo y el Rechazo agravó la crisis. Entre el racimo de consecuencias, la enésima versión del round RN duros contra blandos (Allamand / Desbordes).

En la coalición abunda el diagnóstico que el segundo gobierno de Piñera no solo fue más malo que el primero: también contribuyó a pulverizar a su sector.

En los meses siguientes es cosa de ver cómo se ha fraccionado la derecha en la Convención Constituyente.

Menos ayudó que el viejo problema de la distancia y desdén del Presidente con sus partidos cayera hasta la desafección más profunda. Han pasado cinco meses desde que los dos viejos partidos -sobre todo la UDI- se sintieran traicionados cuando Piñera les escondió el matrimonio igualitario de su última cuenta pública. Lo más decidor fue que Palacio no sentía que él les debiese nada después del desmadre de los retiros de pensiones en el Congreso.

Mirando atrás muchos creen que la crisis más grave fue la guerra civil por el Caso Spiniak (2004) que descabezó en un par de días a los mandos de la UDI y RN. Más abajo la lista es larga: el Caso Penta y otros de financiamiento ilegal de campañas, o el dramático sube y baja de candidaturas presidenciales del 2013.

Pero siempre sobrevivían. Hasta antes de la fundación de Evópoli (2012) hubo deserciones e intentos fallidos de crear partidos fuera de la caja. Amplitud fue más que nada motivado por el encono entre Carlos Larraín y un grupo RN capitaneado por Lily Pérez, secundada por los exdiputados Joaquín Godoy y Pedro Browne. Solo éste sigue en política, hasta esta noche como uno de los brazos de la campaña de Sebastián Sichel.

Esas crisis no tienen parangón con lo que vienen viviendo desde el 2019 por otra cosa, observa un par de autoridades: la derecha gobiernista lo ha padecido sin líderes claros. A falta de un jefe de coalición en La Moneda, cada partido ha velado por salvar sus propios muebles con tanta elección encima. “Tampoco hay densidad ni estrategia política”, agregan.

La generación que protagonizó gran parte de esta historia está fuera de escena. Allamand es canciller, pero luce replegado como actor después de cuadrarse con el Rechazo. De los coroneles UDI, Novoa murió; Chadwick permanece mudo luego la acusación constitucional que lo castigó; Longuiera no pudo recuperar poder en su partido y solo Juan Antonio Coloma sigue en el Congreso.

Lavín, vapuleado por la derrota en la primaria, se exilió en España y ni siquiera vino a votar. Mattthei continúa como alcaldesa pero la UDI le vetó la entrada a esta presidencial. Espina se retiró al Consejo de Defensa del Estado.

Por eso es que además el momento de Kast deja en vilo el futuro del sector. Según cómo decante lo sucedido hoy, es bien comentado que un escenario factible sea una disputa por su liderazgo.

Ernesto Silva y Juan Antonio Coloma se refirieron a las declaraciones de la Presidenta de la Republica
El Caso Penta y otros similares fueron una de las crisis importantes del sector. El 2015 le costó a la UDI la caída de la mesa de Ernesto Silva.

Eso podría ser entre el republicano y Marcela Cubillos, cuya férrea posición por Sichel y cada vez más crítica de Kast y su mundo levanta cejas. Habrá que ver qué pasa con otro polo anclado en la Convención, el de Hernán Larraín Matte (Evópoli) y Cristián Monckeberg (RN).

El fracaso de los liberales de Piñera

Antes de este desenlace ha corrido otra trama recordada en estos días: el fracaso de las intentonas por fortificar un polo de derecha liberal. No es que ahora, mirando atrás, crean en esa facción que si hubiesen hecho las cosas distintas habrían evitado el ascenso de Kast y esta situación. Pero tiene que ver.

La vieja cuestión de las dos almas tuvo su mejor oportunidad -de nuevo- en el lapso 2009-2011. Cuando el entonces piñerismo duro y sus cercanos conquistaron La Moneda: Rodrigo Hinzpeter, María Luisa Brahm, Felipe Bulnes y otros. Recordemos el cóctel político de entonces para entender por qué no funcionó (y por qué en ese subconjunto lo siguen lamentando).

El único Presidente que tuvo la coalición no era pinochetista, era de familia DC y llevaba años sacándole brillo a que decía haber votado por el No en 1988. El 2010 la UDI había quedado con acceso restringido a puestos de confianza en Palacio: ni el Segundo Piso, ni Interior (salvo la Subdere). La Segegob, se decía, fue una concesión. La Segpres fue para un gremialista como Cristián Larroulet, pero el partido se empeñó en que como no militaba, no contaba. A Lavín se la pusieron muy difícil en Educación.

Desde antes de asumir corrió la voz de que Piñera ya tenía un proyecto de sucesor en Hinzpeter en Interior, ideólogo de la exitosa campaña (la franja con la estrella multicolor). La aguja se fue moviendo: la reforma tributaria para financiar la reconstrucción, o ese telefonazo presidencial para bajar Barrancones (cuando nadie sabía de las implicancias que revelaron los Pandora Papers).

Así que cuando la UDI y los cuadros más duros de la derecha ya llevaban meses sospechando que todo lo que hacía Hinzpeter escondía una agenda presidencial, vino noviembre del 2010 y su famosa frase de abrirle paso a una “nueva derecha”, “democrática y social” que “tiene que ser capaz de seleccionar de cualquier mundo ideológico las cosas que funcionan y que ayudan a los chilenos”.

Los entonces liberales de RN no olvidan que sus adversarios se les fueron encima. Libertad y Desarrollo publicó columnas criticando que “no tenía que hacer suyas las soluciones de la izquierda”, que al subir impuestos se “entregara la señal de que el Estado administra mejor los recursos”.

Casi medio año después, cuando Hinzpeter, Brahm y otros leales a Piñera estaban empeñados en sacar el proyecto de Acuerdo de Vida en Común, la UDI dijo basta y vino la legendaria escena -sus diputados, con Kast- del disco Pare.

Unos dicen que Hinzpeter erró en anunciar la “nueva derecha”. Que “las cosas se hacen, no se dicen”, que “sin alertarlos tanto, habría sido menos difícil dar la pelea por políticas públicas más liberales”. Otros: puede ser, pero “a veces tienes que decir las cosas para congregar”. Lo claro -recuerdan- es que subestimaron que la derecha más dura, la de “los factótum”, se iba a oponer así. Hubo muchas presiones por debajo, aseveran.

Pero otros piñeristas de entonces dan una explicación adicional: que la Concertación tuvo “poco liderazgo y coraje” ante temas de orden público, y que temprano fue una oposición dura. Si hubiese habido espacio para acuerdos, insiste esta visión, “se habría conversado entre la derecha y la centroizquierda moderadas, excluyendo a los extremos”.

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Rodrigo Hinzpeter, ministro del Interior (2010-2012) de Piñera. El 2011 lanzó su idea de "nueva derecha", abriendo un conflicto con la UDI y la derecha más dura durante ese gobierno.

En el ala liberal hay otras voces que creen que su fracaso también fue porque al final ni Piñera ni el gobierno porfiaron demasiado. La ventana de oportunidad se cerró cuando el gobierno entró en problemas el 2011. Entre fines de ese año y el del siguiente, Hinzpeter estaba fuera de Interior y Bulnes estaba fuera del gabinete. Brahm salió poco más de un año antes del fin del gobierno.

Entremedio, ese mismo bando se desgastó interviniendo en el largo conflicto entre Piñera y Carlos Larraín.

“Al final, la nueva derecha no era ni tan amplia ni tan liberal, parece”, resumen. Hacen ver que el regreso del 2017 puede haber sido muy exitoso electoralmente, pero que ya no tenía impronta liberal y que eso nunca tuvo vuelta atrás. Y que tampoco generaron recambio de nombres.

“No sé si eso explica por qué terminamos con Kast, pero quizá sí por qué terminamos con Sichel”, cierra uno de ellos.

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