La suerte de Martín
"Si cronometráramos todas sus peleas concluiríamos que estuvo sobre el ring mucho menos que otros pugilistas. Gran parte de los combates de Vargas no pasaban del tercer round. Para el título sudamericano de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), por ejemplo, algunos literalmente no alcanzaron a sentarse cuando Gonzalo Cruz ya estaba tumbado en la lona del Estadio Nacional".

Al igual que tú, yo también lo vi en la tele a mediados del 80 y su nombre se acompañaba de la expresión: “pega, Martín, pega”.
Si cronometráramos todas sus peleas concluiríamos que estuvo sobre el ring mucho menos que otros pugilistas. Gran parte de los combates de Vargas no pasaban del tercer round. Para el título sudamericano de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), por ejemplo, algunos literalmente no alcanzaron a sentarse cuando Gonzalo Cruz ya estaba tumbado en la lona del Estadio Nacional.
Años después tuve la suerte de entrenar con él. Un día llegó a la Federación Nacional de Boxeo, donde yo corría alrededor del ring por instrucción de mi viejo maestro, lo más parecido a Micky, el entrenador de Rocky, que en mi caso era Don Allende, quien después de enseñar a los novatos el movimiento de atrás y adelante o una básica combinación de izquierda y derecha, los ponía a golpear el saco. Según él, les tomaba el tiempo con un reloj que colgaba de su cuello, pero sinceramente se olvidaba enrollando unas vendas o dando unas largas indicaciones del movimiento de péndulo y cintura y todo eso. Los novatos podían pasar horas pegándole al saco.
En uno de esos momentos y sin querer, se había cruzado mi largo y monótono trote en círculos con la figura popular más potente del boxeo chileno. Al tiempo terminé entrenando en la escuela de Martín que comenzó a funcionar en la federación, ubicada en el antiguo barrio de San Miguel, Chiloé con Ureta Cox, la calle de la tragedia de la cárcel el 8 de diciembre del 2010.
Yo llegué un poco tarde al boxeo pero venía de otra disciplina, la gimnasia artística, en los comienzos de Tomás González. Eso me traía algunas ventajas, era liviano, rápido y potente, tenía buena condición aeróbica, y Don Allende me había enseñado lo fundamental para dedicarse al boxeo, tener corazón y un grado de locura, por qué no decir, en gran medida.
Luego viajamos en bus al sur y norte de Chile con un grupito de sus mejores peleadores. Creo haber combatido en casi toda condición imaginable: camarines mojados, algunos ring mal armados y sueltos, casas viejas con largos pisos de madera que crujían por la noche. La gente era amable y admiraba mucho a Martín, no faltaban invitaciones, asados, curantos, empanadas de todo tipo, milcaos…
Disfrutaba escuchando sus anécdotas maravillosas, de sus títulos mundiales y de su vuelta al boxeo. Cuando peleó con Miguel Canto por primera vez (para mí la mejor pelea de un chileno por un título mundial) no solo ganó por puntos, sino que le partió la ceja a mitad de pelea y contra cualquier criterio dejaron seguir el combate. Finalmente dieron como ganador a Canto por fallo dividido. ¡Qué mentira!
La esperada revancha se organizó en el Estadio Nacional, con el dictador Pinochet presenciando la pelea en el ring-side. Perdió simplemente, Canto fue más rápido y concretó mucho más, pero no se sabe que el entrenador de Martín lo tuvo en un régimen que contemplaba recibir visitas (incluidas las de Mireya, su mujer) y trotar en terrenos pedregosos. Se entiende que las cosas no se hicieron bien, Martín peleó herido en la planta de sus pies y con las pocas energías que le quedaron después de unos días conyugales.
Con Betulio González fue absolutamente mal dirigido. Martín como siempre salió a liquidar la pelea en los primeros rounds, pero Betulio era conocido por ser un fajador, un boxeador con mucha resistencia y efectivamente no era mejor que Vargas. Hasta el séptimo round los asaltos favorecían al chileno. Betulio aguantó una camionada de golpes, tenía la cara desfigurada y cuando Vargas había gastado todas sus energías comenzó a esquivar fácilmente sus embistes. Betulio conectó y supo terminar con el combate. El tiempo no se puede echar atrás, pero solo tenía que dosificar sus energías… Esa noche en Maracay nuestro campeón se quebró ocho dedos de las manos y González no cayó: “Duro ese paisano, no quiso caer renunca”.
En una oportunidad nos contó lo que a mí, a esas alturas, me intrigaba mucho: Gushiken. “Algo me echó en alguna bebida ese chino miserable, me contaminó, me drogó y peleé mal, ni yo me reconozco cuando veo la pelea”. Luego se comprobó que también se quejaron otros rivales ante la federación, por eso los ganaba tan fácil. Pero ya era tarde. Cuando despertó desnudo en una tina con agua caliente y sal, Martín Vargas preguntó al ver su equipo desparramado alrededor del suelo.
−¿Qué pasó? Dígame don Arturo. ¡Dígame qué mierda pasó!
−Perdiste, Negrito, perdiste –le contestó Arturo Villalón, entrenador chileno de vasto recorrido.
Era cierto, esa noche perdió y muchos se preguntaron y lo seguirán haciendo: ¡qué mierda pasó! Pasó que esa noche se jugó su última carta y perdió.
Con todo, Martín está actualmente entre las 20 mejores y más potentes pegadas de la historia. En esos años millones de compatriotas estaban pagando el precio de la dictadura, y muchos se liberaban esperando hasta la madrugada para ver la pelea. Ya saben qué pasó: sí, tuvimos al más grande y nació en Rahue bajo, Osorno. Nació pobre, ganó mucho dinero y lo estafaron lo suficiente para quedar igual, humilde, más viejo y con una memoria elefántica para recodar fechas y nombres, lugares y anécdotas.
Perdimos, Negrito, ¡perdimos!
Al final siempre nos queda ese gusto, que parece pero no es la verdadera victoria. Muchos de nuestros atletas han sufrido la misma suerte. El Tani Loayza, a quien el referí le pisó un pie y con esa fractura terminó el primer y segundo round, saltando en un pie, hasta que lo retiraron… Finalmente se premia el hecho y el valor para mantenerse y resistir, aunque tampoco ganó. Creo que con Martín Vargas estuvimos mucho más cerca, fue un atleta de alto rendimiento, que peleó con los mejores en años muy competitivos y al que Yoko Gushiken solo le ganó de manera miserable y muy triste para el deporte de los puños.
Creo además que Vargas nunca salió de Rahue. Amaba a su mamadre, quien lo crio. El pueblo parecía más radiante cuando volvía a su tierra, los amigos lo invitaban a pescar, todos querían saludarlo. En esos años que viajamos juntos, se portó como un amigo, y lo era, pero era también una leyenda popular, el más grande de los boxeadores chilenos.
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