La Tercera PM

Continencia secreta

Ninguno de las dos muertes tiene que ver con la otra, pero ambas pueden entenderse como pistas secretas, como el boceto de una geografía nacional apenas susurrada, tal y como lo fue el crimen de Hans Pozo hace más de una década. Hechos terribles por sí solos también son piezas que participan de relatos mayores.

01 de septiembre del 2013 / SANTIAGO Debido a los trabajos de reparación de fachadas en el entorno del Palacio de La Moneda, vecinos y locatarios del Paseo Bulnes, han visto dificultado el tránsito por las veredas y el acceso a sus domicilios, locales u oficinas. FOTO: VÍCTOR PÉREZ / AGENCIAUNO

A veces vuelvo a esas décimas donde Violeta Parra va dejando pedazos de sí misma en el mapa. Hay ahí una sensación de pertenencia pero también un despojamiento pues ella misma se convierte en el paisaje que describe. Esos textos luego fueron convertidos en "La exiliada del sur" pero leerlos en el marco de sus "Décimas autobiográficas" es mucho más potente pues en el libro las palabras aparecen a la intemperie y quizás se convierten en el eco de nuestra propia voz cuando las seguimos sobre la página. No hay consuelo; es intolerable pero es así. El cuerpo es el paisaje, el paisaje es el cuerpo: "Se me enredó en San Rosendo/un pie al cruzar una esquina;/ el otro en la Quiriquina/ se me hunde mares adentro/ Mi corazón descontento/ latió con pena en Temuco/ y me ha llorado en Calbuco/ de frío por una escarcha".

Anoto esto porque las últimas dos semanas aparecieron en la prensa las notas sobre dos hechos de sangre. En la primera de esas noticias, el cuerpo de un hombre fue encontrado muerto de un balazo dentro de su auto una mañana en el estacionamiento de un edificio institucional en la calle Blanco Encalada. El hombre era un sargento del Ejército y acababa de ser designado como chofer del nuevo Comandante en Jefe. En la segunda, una mujer apareció colgada de un cable metálico de un árbol en Licantén. También la descubrieron por la mañana. La mujer era tía de la menor que fue secuestrada a comienzos de febrero y que luego fue devuelta viva, sin rasguños, luego de una semana donde ella y su secuestrador estuvieron escondidos en un bosque. La mujer había salido en la noche y no había vuelto. Su marido estaba acusado de abusar de la menor. El hombre que se la llevó había dicho que la escondió para rescatarla de su familia.

La primera noticia fue apenas cubierta, se corrió sobre ella un tupido velo fabricado con toda la chimuchina del cambio de mando en el gobierno. En medio de la renuncia de Villalobos, el youtube impresentable de Jaime Campos y la teleserie de La Haya, la muerte de un balazo del militar pareció no importarle a nadie. La segunda pasó aún más desapercibida aunque era quizás el epílogo tristísimo del caso que tuvo al país en vela durante el verano. La prensa amarilla de los matinales ya se había olvidado de Licantén y tenía otros horrores que explotar, otras vidas que invadir, otros adivinos que poner en pantalla.

Es interesante el silencio que cubre ambas muertes. Ninguno de los hechos tiene que ver con el otro pero ambos pueden entenderse como pistas secretas, como el boceto de una geografía nacional apenas susurrada, tal y como lo fue el crimen de Hans Pozo hace más de una década. Hechos terribles por sí solos, también son piezas que participan de relatos mayores, las sospechas sobre la textura de una realidad que se abre al horror sordo, a la soledad, a lo insoportable. Está en ellos el mapa oculto de un país donde la violencia existe como una especie de pavor cotidiano e irresoluto que quizás es el contrapunto al ruido de la política o del fútbol.

Puede ser. Ese mapa es frágil y cambiante. Existe debajo de las noticias, existe en el susurro y el relato oral, en lo que no se sabe cómo recordar, en lo que apenas es capaz de narrarse. Ese mapa también nos recuerda que todo paisaje está hecho también de los cuerpos que olvidamos al modo de una geografía indecible como si la vida de un país pudiese contarse también fuese la historia soterrada de sus fantasmas. Violeta Parra lo captó en sus décimas y luego Gabriela Mistral se describió a sí misma un ánima que descendía por ese mismo mapa, construyendo un atlas póstumo de sus afectos en el "Poema de Chile". Leerlas quizás sirve para entender este presente como si la vieja poesía entrañase una explicación más eficaz que cualquier nota de prensa al captar la desolación de la mirada humana respecto a un mundo que solo le devuelve dolor. No hay alivio ahí pues esa desolación está hecha de la tensión entre los cuerpos y el entorno, y camina por una delgada línea que hace que todo lo que vemos o leemos sea un signo opaco, la oquedad de un drama que apenas intuimos, una ola de terror que aún no se desata.

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