
Jaime Quezada, amigo de Ernesto Cardenal: “Leer sus poemas en La Moneda a él lo emocionó mucho”
El poeta chileno vivió con el autor nicaragüense en su comunidad de Solentiname, a inicios de los años 70, y lo acompañó en sus visitas a nuestro país. Aquí recuerda su recital de 2001, su carácter difícil y su rivalidad con Nicanor Parra.

Cuando terminó sus estudios de Derecho en la Universidad de Concepción, el poeta Jaime Quezada emprendió un viaje por América Latina. Era inicios de la década de 1970. Su destino principal era la isla de Macarrón, en el archipiélago de Solentiname, en Nicaragua, donde el poeta Ernesto Cardenal fundó una comunidad artística y contemplativa. “Yo le escribí una carta y él me respondió: eres bienvenido, las puertas están abiertas”, cuenta Quezada.
Durante un año y medio, Quezada fue uno más en la comunidad del poeta y sacerdote nicaragüense, quien falleció ayer a los 95 años. Autor de una obra robusta y que abarcó temas como el amor, la política y la experiencia mística, entre sus libros destacan los Epigramas, Oración por Marilyn Monroe y Canto cósmico.
Marxista y seguidor de la Teología de la Liberación, en 1966 fundó una comunidad en Solentiname, donde Jaime Quezada llegó con 28 años. “Por la mañana, cumplíamos los oficios religiosos muy temprano. Participábamos en oraciones y lecturas de salmos acompañados de otras lecturas: analizábamos por ejemplo los discursos de Salvador Allende. La comunidad se autoabastecía y todos cumplíamos alguna tarea: pescar en el Lago Solentiname, cuidar los animales, pintar, etc. También había una biblioteca, con las obras completas de Rubén Darío y José Martí”, recuerda el poeta chileno.
Durante un año y medio, Jaime Quezada vivió en la comunidad. De allí nacería su libro Viaje literario por Solentiname. “Fue una de las grandes experiencias de mi vida, me marcó en el aspecto personal, espiritual, en mi vida literaria e ideológica”, cuenta.
El autor chileno se convirtió en un hijo espiritual del poeta nicaragüense, quien luego se uniría a la guerrilla contra Somoza y formaría parte del gobierno Sandinista como ministro de Cultura.
“Ernesto tenía mucho interés por lo que pasaba en Chile. El viajó en octubre de 1971, dio un recital en la Universidad Católica y se iba a reunir con el Presidente Allende el mismo día en que se sipo la entrega del Premio Nobel a Pablo Neruda. La reunión tuvo que posponerse unas horas”, relata Quezada.
El autor de Canto a un país que nace regresó a Chile en 1994, invitado a la Feria del Libro de Santiago. En esa ocasión dio una malhumorada conferencia de prensa, donde dijo: “Después de la visita a Cuba y a Chile me hice marxista y fui cristiano marxista y tuve una teología marxista que me permitió hacer una poesía religiosa mística y moderna”.
Por entonces, la Iglesia Católica lo había suspendido del ejercicio del sacerdocio por su adhesión a la Teología de la Liberación. El mismo Papa Juan Pablo II lo reprendió públicamente durante su visita a Nicaragua, en 1983. Fue en el mismo aeropuerto de Managua: Cardenal lo recibió arrodillado y el pontífice lo recriminó ante las cámaras de TV.

“No era algo que le gustara que le preguntaran”, recuerda Quezada. “Esa suspensión se mantuvo hasta el año pasado. Ernesto estaba muy enfermo y el Papa Francisco levantó la suspensión. Entonces Cardenal celebró una homilía muy sentida”, cuenta.
Tal vez el momento más emotivo de la relación de Cardenal con Chile fue el recital que brindó desde los balcones de La Moneda, durante el Festival ChilePoesía 2001. A su lado estaba también Jaime Quezada. “Fue un momento muy emotivo. Leer en La Moneda frente a esa muchedumbre, a él lo emocionó mucho”, cuenta.
Huraño
Cardenal estuvo en Chile con ocasión del centenario de Pablo Neruda, en 2004, y entonces presentó Obra reunida, una antología preparada en el país por Jaime Quezada. Regresó cinco años después, cuando recibió el premio que lleva el nombre del poeta y Nobel, de manos de la Presidenta Michelle Bachelet.
De personalidad reservada, Cardenal podía mostrarse huraño y poco amable. “Personalmente era un personaje muy terco, difícil, con poco tacto. Le encantaba que lo entrevistaran, pero se molestaba si la entrevista le tomaba mucho tiempo. No tenía paciencia, pero si tenía gracia”, dice Quezada.
Probablemente no fue lo que sintieron en la Universidad de Talca en 2004, cuando ofreció un recital y luego, durante la cena con el rector y los académicos, se mantuvo en silencio: no habló con nadie. “Era desconfiado, le gustaba tener a alguien cercano a su lado. Aquella vez andaba solo y no conocía nadie, y pudo parecer amurrado”.

Lector de la poesía chilena, admiraba a Neruda, a Gabriela Mistral y a Nicanor Parra, con quien mantenía cierta rivalidad. Ambos cultivaban la poesía conversacional, del habla cotidiana, pero mientras Parra incorporaba la ironía, el sarcasmo y el escepticismo político, Cardenal tenía una visión más solemne, política y mística.
Alguna vez Parra se refirió a Cardenal y sus guerrilleros, mientras Cardenal hablaba de “Parra y sus hippies”, recuerda Quezada. “Son rivalidades propias de nuestros poetas, pero ambos se tenían respeto y admiración mutua”, asegura.
En 2015, el poeta nicaragüense editó en su país una antología personal, titulada Polvo de estrellas, y le pidió el prólogo a su amigo chileno. “Fue un honor. El realmente sintió muy cerca a Chile. Recuerdo cuando viajamos a Punta Arenas y desde el avión veíamos los fiordos e islotes nevados y él comentó: ‘Esto solo lo pudo haber creado Dios’”.
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