Espacio: Viva
El arte de acoger es un don. Más allá del sentirse cómodo, se trata de un abrazo físico, ambiental, algo calentito que pasa en las cocinas. Cuando uno entra a un lugar en que la luz no solo tiene que ver con lo que pasa por los ventanales, llega la acurrucada, un estado tan agradable que es casi terapéutico. Esta cocina respira, envuelve, transmite. Esto es el tesoro de María Eugenia Terragno, una mujer entregada a la comida, y desde este día para mí, una manta exquisita.


Es mi primera vez con María Eugenia. Estoy ansiosa, contenta, ilusionada. Sé de ella varias cosas: que hace clases de cocina mediterránea en su casa, también que prepara sabrosos menús privados generalmente a extranjeros o degustaciones de productos específicos, donde recibe en su cocina; a la vez, mucha gente le pide crear cenas para eventos, reuniones, etc. Sé, porque la he visto en fotos, un video y hablado con ella, que es una persona cálida, que tranquiliza y abraza.
Abre su puerta y noto que todo encaja: una mesa de madera nativa de 3 metros de largo x 1,5 de ancho domina la escena; después, ollas, sartenes, enlozados, cucharones y luces colgando del techo. Un gran horno, un lavamanos antiguo precioso, muchas plantas y verde vivo. Por otro lado, un estante cubre la muralla... ahí una de las debilidades de María Eugenia: las vajillas, desde juegos de tazas a otros de loza completa con sello inglés o francés, de delicado diseño. También las botellas, otro gusto personal, con harta historia, algunas con formas hasta otras pitucas como la Christofle de cristal que no usa pero adora. Lo suyo va por lo antiguo, las cucharitas rescatadas, copas de licores, frascos varios. “Algunas cosas que eran de mi familia, muchos regalos de amigos para la cocina. También descubrimientos propios, una hielera que compré en una feria porque me gustaban sus detalles calados, pagué $5.000, es de plata y hasta numerada”, cuenta hasta con risa en la cara.
Todo gira en torno a las clases y a cocinar. Hubo un momento, hace 3 años, en que se entregó a enseñar. Algo que siempre estuvo presente, ahí se evidenció. Vivió en Melipilla, gran casa, gran cocina, tía italiana de preparaciones graciosas. Después en Madrid y cocinó harto, volvió a Chile y se metió a cursos dando rienda suelta a su buena mano. Empezó a vender comida preparada, se hizo famosa por sus patés, conservas y platos, luego llegó a LAN para hacerse cargo de los menús de las altas clases. Dejó los aviones y se fue un tiempo al sur, ayudó en cocinas de amigos hasta que volvió, transformó la propia y se quedó.
Hoy recibe, cocina, cultiva ahí. Amplió la cocina/comedor hacia el patio trasero dejando un espacio para la parrilla y su mundo de hierbas. Ahora en otoño mucha menta, matico, melisa, romero. Tiene, además, un invernadero pero ya cosechado, de hecho, algunas papitas que están en la mesa son propias. “Me gusta mucho estar acá y pasarlo bien con la gente. Desde amigos a estudiantes. Todo lo que cocinamos después lo comemos entre risas y conversaciones. Estoy contenta de la transformación que en mí causó la cocina; antes era más tímida creo y con eso me solté, me entregué, comuniqué”.
Inspiración
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