Realismo mágico
Eran jóvenes y sus ganas de escapar de Santiago explotaron sobre la tierra. Visionarios por naturaleza, decidieron exiliarse de la capital hace 25 años a modo de revolución, pues fue su fuero interno lo que los hizo alzar su bandera e instalarse definitivamente en la Granja Quilarayén. Como un hechizo, esta familia construyó aquí su hogar, sus cimientos y todo lo que se le parezca. En las profundidades de un bosque colosal en Puerto Varas.
Es como el realismo mágico, tal cual. Como aquel género literario propio de los grandes autores latinoamericanos, donde las palabras recitan una verdad que se convierte en ficción, mientras la magia de la imaginación toma partido de lo real. Y ahora mismo -y por primera vez en su vida- Patricia Croquevielle, la dueña de esta casa en Puerto Varas, está leyendo Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, una suerte de retrato de lo que ha sido su propia vida en esta casa. Un trueque constante entre magia y vida real.
Intensa, descriptiva, acumuladora, fantástica. Así es Patricia y así también se definió su casa. Llegaron un día de diciembre hace 25 años. Su marido se instaló seis meses antes de la conquista oficial, con una mochila y una carpa. El lugar se llamaría Granja Quilarayén. No tenían ni un peso, solo sabían que los esperaba una vaca para alimentar a sus cuatro hijos, agua, papas sembradas y una máquina lavadora de ropa.
La Granja Quilarayén
En un principio, y luego de fundar el lugar, se instalaron en una pequeña casa que con los años fue tomando forma. En mapudungún, quila significa tres, y rayén, flor. No se pensó, la vida la fue construyendo. "Cuando llegamos, una vecina alemana, la señora Berta Apple, me enseñó todo. Ella nos recibió con una fuente de frutillas, papas y una lechuga de la huerta. Desde esa época que todas las pascuas las celebrábamos con lo mismo, además de postre de frambuesa y pollo, que era para lo que nos alcanzaba. Con ella aprendí a sembrar, a hacer pan, cómo abonar, a hacer conservas, pickles. Y con nuestra vaca que nos daba mantequilla, manjar, yogur y crema. Abrías el refrigerador y lo único que había era leche y todos sus derivados. Creo que por eso mis hijos ahora no pueden verla", relata Patricia.
El lugar lo componen 13 hectáreas entre el bosque, jardín y vivero. Por eso, a lo largo de su existencia, han llegado pájaros de todas las especies, también hay pudúes. Tan excéntrico es, que se dice entre los locales que allí también viven duendes, y que hay que guardar silencio porque están durmiendo. Nosotros al menos, no los vimos. "Originalmente era una granja, porque vendíamos verduras y mermelada. Al final el vivero empezó a tomar fuerza y hoy ya es un vivero de plantas", continúa.
El Hogar
Flores en las pinturas, empapelando las paredes, flores en todas partes. "Mi dos bisabuelas y mis dos abuelas eran francesas y mi mamá siempre me obligó a llevarles un ramito de flores cuando las íbamos a visitar. Por eso mi amor indiscutido. En mi casa siempre hay ramos de flores, escondidos, perdidos, ninguno es igual al otro. Es casi una tradición familiar que significa sobre todo, cariño".
Ella dice que lo ha intentado. Que ha tratado sacar cuadros, limpiar, dejar todo más puro. Pero no puede. Tal como una gripe, le dura dos días y vuelve a hacer las cosas a su modo.
Desde que llegaron, se encargaron de pintar, de recolectar y construir. Ella y su marido son artistas, vienen de familia de artistas y desde ese ángulo fue como se leyó el lugar. Reciclaron sillones, colgaron herencias familiares y creaciones propias. "Mi marido fue construyendo una ventanita por aquí, otra por allá, mientras yo pintaba en las noches cuando los niños dormían. El piso es de mañío, las maderas más oscuras son de ulmo, hay otras cosas de alerce, raulí, coihue y canelo", detalla.
"Rinconcitos, que aparezcan rincones", dice ella como un conjuro. Ese es justamente el misterio de esta granja, nosotros no nos explicamos cómo se abrieron camino. La única certeza es que, sin hadas y con mucho esfuerzo, esta familia hizo que la ficción le robara la cara a la realidad.
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