A 40 años de la catástrofe de Armero: una tragedia que marcó la historia de Colombia
El 13 de noviembre de 1985, más de 22.000 personas murieron en la avalancha de lodo y escombros provocada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz. La localidad de Armero fue completamente destruida y la imagen de la joven Omaira Sánchez, atrapada en el barro, conmovió al planeta entero. Cuarenta años después, las cicatrices de una de las mayores catástrofes en la historia de Colombia no han curado completamente, en especial por la desaparición de cientos de niños en medio de la tragedia.
Se trata de una noche de terror que Colombia nunca olvidará. Hace 40 años, el 13 de noviembre de 1985, una avalancha consecutiva a la erupción del volcán Nevado del Ruiz, sepultó el municipio de Armero, en el departamento de Tolima, dejando más de 22.000 víctimas mortales.
En ese momento, el volcán Nevado del Ruiz entró en erupción, cerca al municipio del centro oeste de Colombia.
El calor generado por la erupción derritió el hielo en la cima, que empezó a bajar de la montaña a gran velocidad. En unos 20 minutos, una avalancha de lodo con rocas y escombros arrasó completamente la localidad.
Se estima que más 22.000 personas, es decir más de la mitad de los habitantes del municipio, murieron en la tragedia. Asimismo, alrededor de 5.092 viviendas fueron destruidas, según reporta el diario colombiano El Espectador.
Sin embargo, cuantificar el número exacto de víctimas sigue siendo un ejercicio difícil. “Hoy en día desconocemos las cifras precisas del desastre”, admitió el miércoles 12 de noviembre la defensora del pueblo, Iris Marín, durante la presentación del estudio “Armero ¿40 años de vulneración de derechos?“, un informe sobre las persistentes vulneraciones de derechos humanos derivadas de aquel desastre.
La erupción del volcán, generando dispersión de humo y cenizas, también alcanzó hasta 15 kilómetros y se estiman más de 60.000 las personas damnificadas, en lo que sigue siendo la mayor catástrofe de este tipo en Colombia.
Se trata, además, de la segunda erupción volcánica más mortífera del siglo XX, después de la de la Montagne Pelée, en la isla francesa caribeña de Martinica, en 1902, que dejo casi 30.000 muertos.
¿Una tragedia que hubiera podido ser evitada?
Un año antes de la tragedia en Armero, una serie de sismos comenzaron a alertar a la población, destaca la prensa local.
En septiembre 1985, el volcán entró en erupción una primera vez, sin magma, lo que “dio pie para comenzar a hacer el primer mapa de riesgo volcánico potencial del nevado, que se tenía previsto presentar el 12 de noviembre”, precisa El Espectador, es decir un día antes de la tragedia. Pero que nunca se concretó.
El riesgo también fue alertado por diversos medios de comunicación dos meses antes, luego de que varios congresistas advirtieran en una sesión sobre la posibilidad de que hubiera una tragedia. Además, se registraron dos erupciones anteriores en 1595 y en 1845.
La falta de herramientas para monitorear el volcán, asociada a la pasividad de las autoridades, llevó a que no se tomaran las medidas preventivas que quizás hubieran podido mitigar la catástrofe.
Ante este panorama, las familias de las víctimas apuntan a la responsabilidad del Estado y siguen reclamando reparaciones y justicia.
Omaira Sánchez, rostro de la catástrofe
La catástrofe de Armero no solo conmovió a Colombia sino al mundo entero. Y en su recuerdo está el trágico destino de una niña de 13 años: Omaira Sánchez.
La menor fue sorprendida por la avalancha junto al resto de su familia. Al día siguiente, lo equipos de rescate trataban de salvar a las personas que habían quedado bloqueadas en el lodo.
Entre esas personas que quedaron vivas a pesar de haber sido sepultadas por la avalancha estaba Omaira, una niña de ojos negros y cabello corto ensortijado, cuya vida se extinguió lentamente ante la mirada del mundo.
Omaira Sánchez sobrevivió durante tres días, sin que los socorristas pudieran encontrar una manera de extraerla de su trampa mortal hecha de agua, lodo y escombros. Todos los esfuerzos fueron en vano y Omaira murió en la tarde del 16 de noviembre de 1985, después de permanecer más de 60 horas en esas condiciones, durante las cuales conversó por momentos con quienes trataban de ayudarla.
“Mamá, si me escuchas, yo creo que sí, reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude (...) Mami, te quiere mucho mi papi, mi hermano y yo (...) Adiós, madre”, fueron las palabras con las que se despidió y que el mundo siguió por televisión.
La fotografía del francés Frank Fournier, en la que se ve la niña de mirada negra hundida en el agua poco tiempo antes de su muerte, quedó como la imagen, a la vez lamentable y simbólica, de toda la catástrofe de Armero.
Los niños desaparecidos, herida abierta 40 años después
Cuatro décadas más tarde se mantienen múltiples interrogantes sobre lo que pasó en Armero el 13 de noviembre 1985 y la cadena de responsabilidad que llevó a la catástrofe.
Sin embargo, la herida más viva sigue siendo la de los niños desaparecidos en medio de la tragedia. Cientos de familias hoy siguen buscando a sus hijos, ignorando si están vivos, si viven en Colombia o si fueron adoptados de manera ilegal y llevados al exterior.
Nadie sabe cuántos niños -hoy mayores de 40 años- sobrevivieron y terminaron con otros nombres en hogares ajenos, en Colombia o en el extranjero. Iniciativas ciudadanas denuncian adopciones irregulares o exprés, algo que el Estado siempre ha negado.
La Fundación Armando Armero, cuya misión es ayudar a los sobrevivientes de la tragedia, indicó que 583 niños fueron reportados como desaparecidos después del deslizamiento de tierra y que unos 150 fueron rescatados con vida.
La fundación ha tomado muestras de ADN de 71 adoptados, la mayoría de ellos adoptados por padres extranjeros en lo que la organización ha dicho que fueron procesos irregulares.
Madres, como Martha Lucia López, que contó su historia a la agencia de noticias EFE, afirman haber reconocido sus hijos en fotos o en videos, o saben que sus hijos han sobrevivido por testimonios de los rescatistas.
En el caso de Martha Lucia López, una amiga suya que trabajaba en una tienda en Nueva Orleans, en Estados Unidos, conoció a un cliente cuyo hermano había adoptado a un niño sobreviviente de Armero. Le mostró una foto del pequeño, que vivía en Italia, y la amiga lo reconoció: era Sergio, el hijo de Martha.
Pero no había registros, “no había absolutamente nada” para seguir el rastro, sostiene López: “Se llevaron a los niños y hay mucha gente que aún tendrá guardado el secreto”.
El periodista Francisco González, que creció en el pueblo y es el fundador de Armando Armero, no duda de que hubo negligencia y adopciones ilegales de niños. “Se los llevaron extranjeros” y “muchos colombianos también que acogieron a esos niños de buena fe y después no los devolvieron”, afirma.
“La herida más grande que tiene Armero es el robo, la desaparición y las adopciones legales e ilegales que se llevaron a cabo”, insiste Fernando González.
Hasta ahora solo se han producido cuatro reencuentros entre adoptados y sus padres, precisó González, mientras que las familias de víctimas siguen culpando al Instituto Colombiano del Bienestar Familiar (ICBF), por su responsabilidad en las adopciones irregulares y la ocultación de datos clave que complicaron la búsqueda de los niños desaparecidos.
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