Histórico

10 claves del sismo vitivinícola

"Venid a ver el vino por la calles" podría decir el poeta en una figura cierta pero que puede parecer exagerada para una industria que perdió -como todos- algo de sus existencias, pero que en general resistió el embate de la tierra.

Este es un artículo con aires de apología. Una sobre la capacidad del vino chileno para enfrentar una catástrofe, superarla y mejorar tras la crisis. Los problemas que dejó el terremoto del 27 de febrero pasado en la industria deben ser analizados desde varios frentes para tener una adecuada visión de lo sucedido. Al respecto y para partir, se indica que en total hubo 125 millones de litros de pérdida, una cifra considerable evidentemente. Sin embargo los números gruesos no dicen demasiado más allá de calcular que, si multiplicamos cada litro por dos dólares de precio promedio en el mercado, el costo ronda los 250 millones de dólares. Pero en el fondo es otro dato que al consumidor tampoco aclara mucho las cosas, porque por ejemplo no existe luz respecto a la sustentabilidad del negocio vitivinícola a corto y mediano plazo, ni tampoco se ha aclarado la película en relación a si estamos en peligro de quedarnos sin vinito en las estanterías. En estas páginas nos abocamos a desmenuzar lo que, creemos, son los puntos más importantes que se deben tener en cuenta para entender en qué pie ha quedado la producción de vino tras el remezón.

Uno, materia prima tiqui taca. Las parras y sus uvas no sufrieron ningún tipo de daños. A la fecha del megasismo, la mayoría de la fruta permanencia colgada de sus parras, pues no se había iniciado la vendimia, con la excepción de algunos que habían cosechado uvas blancas. Y los granos pese al sacudón, no se cayeron. De modo que en a nivel de viñedo nadie registra grandes problemas, excepto algún inconveniente con los sistemas de regadío, según su grado de cobertura y tecnificación. Distinto sería si hubieran sido invadidos por un maremoto. Algo casi imposible dado que las plantaciones no se ubican mayoritariamente en zona costeras, y las que sí, están casi en su totalidad a más de cinco kilómetros de la mar. O sea, por ese lado, estamos ok. Claro que puede que muchas bodegas hayan retrasado la vendimia con el objeto de reparar los desperfectos para recibir la uva. ¿Efecto? Sobre madurez, tal vez, pero no mucho más.

Dos, las bodegas siguen ahí. Es claro que en muchos puntos se registraron daños tanto en bodegas de vinificación como de guarda. Como se ha visto en imágenes, en general no fueron las estructuras de las bodegas las que colapsaron –con excepciones de algunas construcciones muy antiguas- sino que fue lo que estaba adentro, como cubas mal empotradas o antiguas construcciones de cemento recubierto que se quebraron, derramando su contenido. Hay que ser justos: las estructuras de las bodegas resistieron en general un violento terremoto, larguísimo y de una extensión geográfica sin precedentes, que además se concentró en el corazón vitivinícola de Chile. Sólo queda pensar en el caso de quienes se les vino abajo buena parte de sus edificios, que en las reconstrucciones el rigor antisísmico será clave.

Tres, las pérdidas fueron variables. Fueron tanques de acero inoxidable, barricas y botellas las que colapsaron y se quebraron. Fue allí donde se perdió el vino. En su gran mayoría estaban llenos con la producción de 2009 que aún no se embotellada. Ahora se llenarán con el vino del Bicentenario y a otra cosa. En el caso de las guardas en barricas también se registraron pérdidas y roturas, pero muchas de ellas recuperables o reemplazables. Donde se perdió también fue en aquellas botellas que estaban acopiadas. Se quebraron, como nos pasó a muchos con nuestros vinos. Otra vez mala suerte. Pero  lo que queremos recalcar es que no son pérdidas estructurales. Tal vez una que otra botella patrimonial, de la cosecha "histórica" de la viña, pero bueno, es un costo más bien simbólico.

Cuatro, nadie se murió. La caída de bodegas centenarias y casas patronales, es decir, pérdida de patrimonio arquitectónico y cultural, en algunos casos completamente irreparable, es mucho más compleja y no se ha aún cuantificado. Es lo más triste, pero claro, no lo más grave. En un terremoto de una magnitud extrema es altamente probable que el patrimonio sufra, caiga, perezca. Pero lo más es grave es la pérdida de vidas. Y no se registraron desgracias de ese tipo dentro de las bodegas. Claro que da pena ver casas patronales destruidas como la de Tabontinaja en el Maule o la Llavería de Viu Manent en Colchagua. Pero pese a ello, con trabajo y esfuerzo como siempre, se lograrán reconstruir.

Cinco, hay vino para todos. Es conveniente que el respetable público consumidor sepa que los problemas que afectaron al vino en ningún caso significarán carestía. La cifra entregada de pérdidas equivale aproximadamente a un 10 por ciento de la producción anual. Eso en un año normal, pues en 2009 se registró sobre producción. Otros casos, como el del Movimiento de Productores Independientes, cifran sus pérdidas sólo en torno al 7 por ciento de sus existencias. Por ello, sería ilógico que se registrara una alza en los precios del producto. Pero, como se dice en jerga, no faltan los "vivos". En cualquier caso, vino hay para rato.

Sexto, se perdió del bueno y del otro. Una de las paradojas de la desgracia, tal vez justificada en términos comerciales pero lejos de ser transparente, tiene relación con que las viñas afirmen que la mayor parte de sus pérdidas corresponden a lo que en la jerga del sector se denomina "vino a granel", es decir, de la calidad más regular hacia abajo, que se vende como genérico a otras viñas o se exporta para ser envasado en el exterior. Es mucho más barato que el vino embotellado, fino, premium o lo que sea. Es decir, pocos quieren admitir la baja de vinos de alta gama debido a que su valor es más alto y aumenta la merma, aunque no la cantidad de ella. No importa. Se sabe que un terremoto  es más bien democrático y no hace diferencias de calidad.

Séptimo, apuntalando las apariencias. En la propia industria vitivinícola, unos y otros, bajo cuerda deslizan que algunas viñas –en particular empresas grandes y claves en la industria- están omitiendo y en definitiva falseando la magnitud de sus daños y pérdidas, de modo de no poner nerviosos ni a sus compradores extranjeros ni a sus accionistas. No parece necesario. El valor bursátil de algunas viñas bajará de igual manera y al final todo se sabe. De hecho las grandes viñas, las que más producen, fueron las que más perdieron en cantidad de litros de vino: eso es una regla obvia. Fueron los grandes estanques de acero lleno de vino los que cayeron con más facilidad. Estaban eso sí, gran parte cubiertos por los seguros. Pero como dice un amigo enólogo: "Yo también tengo mi auto asegurado, pero ¿alguna vez has tratado de cobrarle al seguro?".

Octavo, en pie y creciendo.
En perspectiva, conviene preguntarse: ¿Hace 25 años los efectos de un terremoto serían los mismos para la industria? De hecho, hace un cuarto de siglo nos enfrentamos a ello, pero con diferente intensidad y epicentro. Ahora lo más afectado ha sido la zona vitivinícola por excelencia, es decir Colchagua, Curicó, Maule y BioBío. Pero no es mala idea transformar la tragedia en oportunidad. Por supuesto, hoy la industria está mucho más preparada. No sólo hay una cantidad importante de bodegas modernas, muchas de ellas antisísmicas, sino que estructuralmente hay una capacidad instalada de vinificación y guarda que permite enfrentar una "eventualidad" como esta.

Así mismo lo confirma René Merino, presidente Asociación de Vinos de Chile: "A pesar del terremoto, hoy la industria vitivinícola está funcionando en un 80%. Los problemas de las viñas son básicamente tres: la situación de las viviendas de algunos trabajadores, las pérdidas de antiguas casas patronales y algunas áreas donde se recibían a los turistas. Muchas viñas no sólo están aseguradas, sino que habían modernizado sus bodegas con construcciones que cumplen con requisitos antisísmicos, se habían instalado barricas de acero inoxidable. Por lo mismo, creemos que será un año relativamente normal y lo más seguro es que crezcamos en volumen y valor. Nosotros mantenemos la misma proyección de crecimiento, lo cual es notable; vamos a cumplir los compromisos acá y en el extranjero. La industria va seguir funcionando".

Noveno, ayudar al vecino es hacerlo a uno mismo. Es lógico que existan viñas más dañadas que otras, y algunas con más capacidad de recuperación que otras. No estaría mal que en un mercado tan competitivo exista un poco más de muestras de apoyo. Se arrendarán bodegas y maquinarias para seguir adelante según la fuerza de cada productor, pero será interesante comprobar si existirá solidaridad en un gremio que se dedica a un rubro tan especial.

Décimo, guárdense botellitas. La cosecha 2010 será, a la luz de todos los acontecimientos, histórica. Los vinos de esas botellas habrán sido hechos con uva terremoteada. Eso no significará, obviamente que los vinos sean mejores o peores. Pero se guardarán más botellas. Serán en cierta forma el testimonio de que a pesar de la tragedia la vida del vino sigue su curso. Un curso que a veces corre por las calles.

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