A un año del terremoto, Nepal intenta levantarse
El 25 de abril de 2015 Nepal sufrió un terremoto que dejó casi 9 mil muertos. La reconstrucción oficial no ha comenzado. De hecho, 4 millones viven en refugios temporales.
Susmita tiene 15 años y vive en la tienda número de 338 del campamento de desplazados de Chuchepati, a las afueras de Katmandú. Su madre le quita los piojos mientras ocho gallinas dan vueltas alrededor de su casa temporal, en la que ya llevan un año. “Vivimos vendiendo huevos y con el dinero que saca mi padre como obrero en la construcción”, dice la joven, que es ciega y luce con orgullo una cruz cristiana colgada del cuello. No tiene ni idea de cuándo volverá a Sindhupalchowk, su lugar de origen, el distrito más castigado por el terremoto que azotó Nepal el 25 de abril de 2015.
El movimiento telúrico, de 7,8 grados, fue seguido a los pocos días de otro de 7,3. Ambos dejaron un país en ruinas: ocho millones de personas afectadas, casi 9.000 muertos, 22.000 heridos y un millón de casas destruidas o dañadas. Los daños se estiman en US$ 7.000 millones y la ayuda donada por la comunidad internacional apenas supera los US$ 4.100 millones.
La Cruz Roja calcula que cuatro millones de personas siguen viviendo en refugios temporales porque la reconstrucción oficial no ha empezado. El proceso se ha visto afectado por una crisis política y un bloqueo económico en la frontera con India y ahora la Autoridad Nacional de Reconstrucción da por hecho que las casas no estarán en pie cuando llegue el monzón.
“A nivel de vivienda familiar no se ha avanzado al ritmo al que se debería”, afirma Virginia Pérez, responsable del programa de protección de la infancia de Unicef en Nepal, que cree que hace falta más esfuerzo para que la población pueda tener alojamientos duraderos en sus lugares de origen.
Unos 30.000 nepalíes no han aguantado más y han empezado por su cuenta la reconstrucción de sus viviendas, a pesar de que las autoridades han advertido: quien no siga las indicaciones oficiales no recibirá la ayuda de US$ 2 mil. En marzo pasado, se empezaron a repartir pequeñas cantidades en algunos de los 31 distritos afectados, pero esas dosis llegan con cuentagotas a pocas familias y se evaporan tapando agujeros o con compras diarias. No sirven para construir un proyecto de futuro.
“El gobierno nos ayudó con los asentamientos, pero ya no queremos vivir más allí, no podemos más”, cuenta Rajana Shrestha, de 36 años, que ha empezado a levantar su casa en el casco antiguo de Bhaktapur.
“La gente tiene miedo”
No lejos de allí, Suresh Chawal, de 32 años, reconstruye por su cuenta su hogar con ayuda de amigos. El duerme en una vivienda cercana; sus padres, en tiendas de campaña de Cruz Roja. No quieren que un derrumbe interrumpa sus sueños. “Las casas son inestables. La gente todavía tiene miedo, pero hay quien ha vuelto a ellas porque no tiene otra opción”, cuenta mientras se enfunda unos guantes para trabajar.
El trabajo de las ONG se ha centrado en las zonas más castigadas de distritos como Sindhupalchowk o Dolakha. Plan Internacional, por ejemplo, ha construido 300 escuelas temporales para miles de niños que dejaron el colegio tras el terremoto. “Los niños necesitan escuelas seguras. Miles de ellos van a aulas temporales construidas con bambú y lonas. Si bien esto ha proporcionado una solución básica de emergencia, se necesitan instalaciones permanentes”, dice Mattias Bryneson, director de Plan Nepal.
Organizaciones como Plan, Cruz Roja o el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD) han llevado a cabo talleres de formación para albañiles y carpinteros con el objetivo de que fabriquen estructuras más sólidas. Por ahora, los centros médicos, retretes o sistemas de suministro de agua y saneamiento que se construyeron en los pueblos de forma temporal siguen siendo la única asistencia tangible que ven los vecinos.
El envío de material humanitario se ha visto cercenado por el alto precio del combustible y la falta de camiones a causa de un bloqueo en la frontera con India, que acabó en febrero. Eso dinamitó la economía de un país donde el 25% vive con menos de 1,25 dólares al día. Tras los terremotos y el bloqueo, se estima que 700.000 personas han caído bajo el umbral de la pobreza. “El impacto del bloqueo ha sido dramático, muchísimo mayor que el del terremoto”, señala Pérez, de Unicef.
Sin embargo, se pueden rescatar conclusiones positivas. La responsable de Unicef destaca tres: “La primera es que no haya habido casos de cólera, algo que podía haber causado más bajas que el terremoto. Tampoco ha habido un retroceso en los niveles de malnutrición infantil, consecuencia habitual en contextos de desastres. Y la tercera es haber minimizado el tráfico de menores tanto interno como externo”.
Hoy Katmandú ha vuelto a una relativa normalidad. Los templos tardarán en ser reconstruidos, pero sus barrios tienen vida, sus calles están llenas de tráfico y los negocios dedicados al turismo se levantan, poco a poco, del golpe de 2015, cuando la nación del Himalaya tuvo su peor índice en seis años: 540.000 turistas, 30% menos que en 2014. El mensaje de Keshav Raj Wagle, director de la agencia de senderismo Advance Adventure, es claro y rotundo: “Nepal es completamente seguro así que, por favor, vengan a visitarnos, así el país saldrá adelante”.
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