Alfred Hitchcock: los años antes de la gloria
Más de un tercio de las películas de Alfred Hitchcock fueron hechas entre 1925 y 1939, en su Londres natal. Esta olvidada producción tiene ahora la posibilidad de vencer el olvido gracias a una caja con 20 películas.

En el libro de entrevistas con François Truffaut (El cine según Hitchcock, 1966), el ya célebre director británico comenta en general con desdén su producción británica, que va de 1925 a 1939. "No es gran cosa", solía decir, excepción hecha de un puñado de "canónicos" del autor, entre ellos Los 39 escalones y La dama desaparece. Truffaut le avivaba la cueca diciéndole que en Inglaterra hay algo "claramente anticinematográfico", con lo cual queda en el lector la idea de que el período británico del director icónico por excelencia es, en el mejor de los casos, una versión incompleta de lo que lograría en Hollywood.
Quizá no se pueda probar que esta afirmación es falsa, pero al menos se la puede problematizar un poco. De partida, viendo las películas del período señalado, varias con fama de inencontrables hasta tiempos muy recientes y que entrelazan un período largo y decisivo. A veces con gloria, a veces no tanto. Probablemente en su período inglés Hitchcock fue mucho más dependiente de su esposa de lo que llegó a serlo en EEUU. El libro de Truffaut no le hace mucha justicia a Alma Reville, más allá de considerarla la "gran mujer tras el gran hombre". Nacida un día después de su futuro marido, lo conoció cuando este buscaba trabajo y ella ya llevaba cinco años en el negocio del cine, donde había entrado como secretaria a los 16 y luego montajista y jefa de producción. Hitchock partió más de abajo y Alma fue su jefa en más de una ocasión. Cuando él, hijo de verdulero, tuvo la chance de hacer su primer largometraje tras una partida en falso en 1923 (The pleasure garden, 1925), ella fue la directora asistente. Para entonces ya eran novios y ella oficiaba, formal o informalmente, como su coguionista, continuista y consultora. Hasta que en diciembre del 26 se convertiría en su esposa, la única que tuvo hasta su muerte, en 1980. Lo anterior le valió ser la consejera número uno, aquella a la que Hitchcock miraba en los rodajes para preguntarle si tal o cual toma estaba OK.
Otro frente donde hay gran distancia entre el cineasta british y el director hollywoodense es en el de los actores. Si el cine mudo tendía a la hipérbole interpretativa, Hitchcock era de aquellos. Por lo demás, es lo que hacían los alemanes, sus mentores estílisticos y a los que pudo conocer in situ, en 1924, cuando la compañía inglesa con la que trabajaba hizo un convenio con la célebre UFA. Rodó en Berlín, conoció los fastuosos decorados de Los nibelungos, de Fritz Lang, y la leyenda dice que cruzó algunas palabras con Friedrich Murnau (Nosferatu) cuya consigna de que la realidad no importa si la ilusión es efectiva, se convirtió para el británico en axioma.
Pero hay más distancias, porque en Hollywood el cineasta debió buscar modos de trampearle al Código Hays, que imponía a los estudios lo que a partir de 1934 se consideró moralmente aceptable. Antes de eso, Hitchcock ya se había solazado describiendo el descarnado erotismo de un simple beso en The lodger (1926, la primera "Hitchcock picture", en sus propias palabras), contando las desventuras de una pareja de adúlteros que engendra un hijo ilegítimo en The manxman (1929) e introduciendo deslealtades maritales por partida doble en la extrañísima comedia Rich and strange (1931). Más infidelidad hay en el notable drama boxeril The ring (1927), en una de cuyas escenas se aprecia a un par de chicas borrachas y risueñas, bailando charleston como si no hubiera un mañana. Cuando una de ellas cae rendida en un sillón, un señor alegre y lascivo la obliga a tomar más champaña insertando groseramente una botella en su boca. Los años locos.
NUEVO RUMBO
Habituales en Hitchcock eran, hace ocho décadas, temas, personajes, géneros y ambientes que hoy resultan al menos excéntricos: The farmer's wife, de 1928, es sobre un granjero viudo mientras Champagne, del mismo año, muestra a una rica heredera que toca fondo. También la culpabilidad y otros asuntos consagrados más tarde como hitchcockianos poblaban el cine del director, quien hasta en las cintas más pedestres experimentaba visualmente. En The ring, un boxeador de los que desafiaban a los visitantes de las ferias populares es cómplice del desamor con su novia. En un momento clave del filme, el protagonista estrecha la mano de un productor que le asegura éxito. Acto seguido, la imagen se funde con la de otros dos brazos y manos, pero esta vez a su novia le están poniendo un brazalete, en un plano cuyo simbolismo sexual apenas puede ignorarse.
Por cierto, en 15 años pasan muchas cosas y el último lustro británico del realizador lo muestra más dueño de sus medios. También enrielado ya en el thriller y cuasiproductor de sus cintas. Además, el éxito que tuvo tantas veces en Inglaterra y fuera de él le era esquivo, empezaba a internacionalizarse a paso firme, en parte gracias al trabajo junto al estudio British Gaumont. Por ahí comenzó a hacerse regular la llegada de sus filmes a Chile, por ejemplo, y así fue como Los 39 escalones llegó al país en noviembre de 1935, cinco meses después del estreno londinense (aunque con otro título: Una noche encadenados). Pero la idea era partir. Según McGilligan, al menos desde 1932 sir Alfred venía haciendo gestiones para trabajar en Hollywood, donde estaban los medios y las políticas industriales para hacer el cine-espectáculo al que aspiraba, ese cine que quería intensificar la vida, más que reproducirla. Cuando el 4 de marzo de 1939 finalmente se subió al barco junto a su mujer y su hija, invitado a EEUU por el legendario David O. Selznick, ya bordeaba la cuarentena y no le debía explicaciones a nadie. Tampoco estaba para andar haciéndose cargo de un pasado hoy borroso.
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