Histórico

Buonanotte, el renacido

Diego Buonanotte nació dos veces. La primera, el 19 de abril de 1988, en la localidad de Teodelina. La segunda, en la madrugada del 26 de diciembre de 2009, en algún punto de la Ruta 65 argentina. Allí, el jugador sufrió un grave accidente de tránsito del que fue el único superviviente. Éste es el relato íntimo de una carrera deslumbrante, una cicatriz profunda y una noche negra.

Diego Buonanotte

Hay recuerdos contra los que resulta inútil luchar, recuerdos que regresan siempre. Y noches tan largas que nunca terminan. Pero esta tarde luce el sol en la Precordillera cuando Diego Mario Buonanotte Rende salta a la cancha de entrenamiento de San Carlos de Apoquindo y posa con soltura ante las cámaras. Es un día importante, el de su presentación como nuevo jugador de Universidad Católica y la expectación es evidente. Instado por los reporteros gráficos, el centrocampista toma una pelota del pasto, la levanta, la domina y entonces, sólo entonces, la pesadilla se desvanece. Han pasado ya casi siete años desde aquella noche que cambió su vida y el fútbol sigue siendo su mejor terapia, su vía de escape, su última trinchera. Nunca es tarde para volver a empezar y hoy es el día de un nuevo comienzo.

"Yo soy de Teodelina, un pequeño pueblo del sur de la provincia de Santa Fe, de 6 mil habitantes, chiquito", comienza a relatar para El Deportivo el jugador de 28 años, una vez concluida su puesta en escena, instalado en una silla de la terraza del complejo Raimundo Tupper Lyon. Alejado ya del bullicio generado por su presentación, el argentino hace una breve pausa para sosegarse antes de echar la vista atrás. "Mi infancia fue la infancia normal de un chico de pueblo que a los 11 años de repente le aparece una oportunidad para ir a hacer una prueba en River, y va. Y yo fui, pero nunca pensando o proyectando que eso iba a ser mi trabajo, que jugar a fútbol pudiese llegar a ser mi vida", confiesa el flamante refuerzo cruzado, a quien el conjunto millonario no tardó demasiado tiempo en reclutar.

El aterrizaje en Buenos Aires del jovencísimo Buonanotte, el menor de tres hermanos criados lejos del radio de captación de los principales clubes de la capital, fue tan prematuro como ilusionante. "Fue un cambio muy grande porque pasar de un pueblo tan pequeño a una ciudad tan monstruosa como Buenos Aires es una experiencia fuerte. Luego me fui adaptando. Fue duro al principio, pero gracias al empuje de mi padre lo pude hacer y ahí fui descubriendo que podía llegar a vivir de lo que más me gustaba", rescata.

El 9 de abril de 2006, el Enano, como comenzaron a apodarle muy pronto por sus escasos 160 centímetros de estatura, realizó su debut profesional en River Plate. Tenía sólo 17 años y un fantástico porvenir: "Uno tiene que tener un apoyo familiar importante para saber llevar estas cosas, porque yo debuté en River a los 17 y no lo podía creer. Fue un cambio muy grande para mí, para mi vida, por la edad que tenía, pero el respaldo de mi familia hizo que siempre tuviera la cabeza centrada y los pies sobre la tierra", reflexiona el volante, cuyas fantásticas cualidades técnicas -heredadas tal vez de su padre, el también futbolista Mario Buonanotte-, le valieron la rápida consolidación en el primer equipo del cuadro rioplatense.

Apenas dos años después de su estreno en Primera División, el futbolista, un fijo en las nóminas de las selecciones menores del combinado albiceleste, formó parte del formidable plantel argentino que se alzó con el oro en los Juegos Olímpicos de Pekín, en 2008, en una lista en la que también figuraban rutilantes nombres propios del fútbol transandino como Sergio Agüero, Ángel Di María, Javier Mascherano o Lionel Messi. Ungido campeón del Torneo de Clausura con River Plate ese mismo año, situado en la órbita de importantes clubes europeos y con tan sólo 20 años, nada hacía presagiar que las cosas podrían llegar a torcerse.

La oscuridad

Pero en las navidades de 2009, la vida de Diego Buonanotte sufrió un giro inesperado. El futbolista, entonces de 21 años, regresaba a su Teodelina natal en compañía de tres amigos de la infancia. Venían de pasar la noche en una discoteca de Buenos Aires y la incesante lluvia reducía al máximo la visibilidad en algunos tramos de la maltrecha Ruta 65, la vía que conecta la capital del país con las localidades del sur de la provincia de Santa Fe.

En la desapacible madrugada del 26 de diciembre, en las inmediaciones de la localidad de Arribeños, a apenas 15 kilómetros de distancia de su punto de destino, Buonanotte perdió el control de su vehículo. "Era una noche muy lluviosa y ocurrió eso. Yo siempre digo que lo veía en las películas o en las novelas hasta que un día me tocó a mí", relata, con una mezcla de resignación e incredulidad, el futbolista, bajando el volumen de la voz al hacerlo, casi musitando.

El reloj marcaba las 6.45 de la mañana cuando el Peugeot 307 propiedad de su padre que manejaba, se salió repentinamente de la vía estrellándose contra un árbol situado en el margen de la carretera. Sus tres acompañantes, Alexis Fulcheri y Emanuel Melo, ambos de 21 años, y Gerardo Suñé, de 24, murieron en el acto. "Aquello marcó un antes y un después en mi vida. Son cosas que no se las deseo a nadie, pero hay que dar vuelta a la hoja y mirar hacia delante. Ahora tengo dos hijos, por los que vivo y por lo que hago absolutamente todo", confiesa el jugador, con la mirada los ojos vidriosos, nublados a causa de la emoción.

Tras haber salvado la vida milagrosamente, con un reservado cuadro médico que presentaba una fractura de clavícula y una delicada contusión en el pulmón derecho resultado de la fuerte colisión que había hecho añicos, literalmente, el automóvil, Buonanotte fue trasladado al hospital. Fue allí donde conoció, días más tarde, los trágicos pormenores del siniestro.

Un accidente tras el que muchos llegaron a especular incluso con su retiro, pero el centrocampista, previo tratamiento sicológico y con el apoyo incondicional de Jenny Scropanich, una mujer que, ironías de la vida, conoció aquella misma noche en Buenos Aires y que hoy es la madre de sus dos hijos, pudo regresar a las canchas. "Fue esa misma noche cuando conocí a Jenny, mi mujer, y cuando desperté a las semanas, en la clínica, lo primero que me vino a la cabeza fue ella. Así que al menos eso es lo que me llevé. La conocí a ella y hasta el día de hoy", rememora, sonriendo soslayadamente, antes de denunciar el lamentable eco que tuvo en su país natal aquel suceso: "Cuando estás en un país como Argentina en el que no se respeta absolutamente nada, es difícil superarlo. Y cuando yo volví rápidamente a jugar, algunos traspasaron un límite que no se debe traspasar. Pero ahora ya con la madurez de todo lo que me pasó, sabiendo y teniendo las cosas más en claro, ya eso no me afecta tanto", sostiene.

En noviembre de 2010, la causa abierta contra el futbolista por imprudencia y negligencia en el marco de un triple crimen culposo, fue finalmente sobreseída, y un año más tarde, el enano pudo dar su ansiado salto al fútbol europeo.

En los ojos claros de Diego Buonanotte puede adivinarse hoy casi todo. Salvo aquel sentimiento de culpa y aquel miedo que amenazaron entonces con poner fin a su carrera deportiva. Aquella herida abierta, profunda, se ha transformado ahora -asegura- en una lección de vida: "Eran mis amigos del pueblo, mis amigos de la infancia, y el recuerdo uno siempre lo lleva. Pero es también por ellos que lucho. Yo a veces me pongo a pensar que me pudo tocar a mí y que si yo hubiese sido el que está arriba, les daría toda mi fuerza para que siguieran luchando. Entonces estoy seguro de que ellos desde allá arriba están mirándome y enviándome fuerza para que siga adelante. Ahora sólo queda dar vuelta la hoja y seguir, porque la vida continúa", sentencia el volante cruzado, quien lleva tatuado en el cuerpo los nombres de sus tres inseparables compañeros de viaje.

Ahora, a sus 28 años y tras firmar un paso más bien irregular por las filas de Málaga, Granada, Pachuca, Quilmes y AEK de Atenas, el jugador sueña con renacer en el club de Las Condes, consciente de que nunca es tarde para empezar de nuevo. "Vengo a aportar mi granito de arena. Estoy feliz de estar acá", sentencia, a modo de conclusión, el niño prodigio de Teodelina.

"Lo que nos falta, nos abandona menos", llegó a escribir en una ocasión el cantautor cubano Silvio Rodríguez. Y algo parecido debe de estar pensando en este preciso momento Diego Buonanotte, clavando la mirada, una vez concluida la entrevista, en la silueta nevada de Los Andes, con la certeza, tal vez, de que alguien, desde allá arriba, todavía lo observa y lo alienta.

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