Histórico

Byung-Chul Han: Aforismos contemplativos

Es la nueva luminaria de la filosofía alemana y, de alguna forma, el filósofo del momento. Dice que en el mundo actual "no se tortura, sino que se tuitea o postea" y sus libros son superventas en Europa y también en Chile. Pero aunque apuntan a situaciones cruciales de la realidad actual, su crítica parece más llamativa que certera.

¿Por qué estamos tan cansados?, ¿por qué nos sentimos tan solos? Son preguntas que el hombre contemporáneo puede plantearse cuando viaja de vuelta a casa desde su trabajo: en metro o micro, viendo los rostros hostiles y fatigados de sus pasajeros; o en la conversación con ese otro hombre contemporáneo que conduce el taxi que lo transporta; o durante esos momentos de reflexión inducidos por los tacos, si viaja en su auto.

En las charlas de sobremesa del fin de semana las dudas pueden ampliarse: ¿No parece que los días pasan más rápido que antes?, ¿el amor está condenado a desaparecer?, ¿somos vigilados?, ¿es necesaria más transparencia en la política?

Pues bien, tales preguntas no sólo acucian al hombre común y silvestre, sino también a algunos filósofos que procuran reflexionar sobre las transformaciones que atraviesa nuestro atribulado mundo actual. Sus respuestas no siempre son razonables, ni siempre claras, a veces ninguna de las dos cosas. No importa demasiado, porque tampoco suelen ser muy leídas.

Sin embargo, de vez en cuando ocurre que un autor consigue una especial atención. Sus libros y planteamientos irrumpen con inesperada repercusión, ya sea porque se vinculan con las sensibilidades o las ansiedades de su tiempo, ya sea por razones algo más frívolas: la esperanza de alguna sabiduría oriental; el talento de títulos sugestivos; la brevedad de sus publicaciones (que permite familiarizarse con ellas sin necesidad de un estudio detenido); o la brevedad de sus frases (que permite citarlas sin necesidad de desarrollar un razonamiento). Byung-Chul Han cumple algunos de estos requisitos.

Aroma oriental 

Si la luz viene de Oriente, como se supone que decían los romanos, la de Byung-Chul Han, no obstante su nombre, responde a la más exigente de las tradiciones del pensamiento occidental. Nacido el año 1959, en Seúl, Corea del Sur, en su país se formó en metalurgia, para luego trasladarse a Alemania donde estudió literatura, teología y filosofía. En 1994 se doctoró con una tesis sobre Martin Heidegger y luego se convirtió en profesor universitario. En la actualidad enseña filosofía y estudios culturales en la Universidad de las Artes de Berlín.

Desde 1996 hasta ahora ha publicado en alemán 16 libros. Los últimos seis se han traducido al castellano, no en el orden en que fueron publicados originalmente. El más reciente en nuestro idioma, El aroma del tiempo, es el primero de los traducidos que apareció en alemán, en 2009. Y es el único que encierra un motivo oriental: lo que le da título es el reloj de incienso que se usó en China hasta finales del siglo XIX; a los europeos, la posibilidad de medir el tiempo de esa forma les parecía ajena, así como que el tiempo pudiera adoptar la forma de un aroma. Han, sin embargo, obtiene sus informaciones de un estudio hecho por un historiador estadounidense de la tecnología.

Después de El aroma del tiempo, Han ha publicado los libros que lo han hecho más famoso: La sociedad del cansancio (2010), La sociedad de la transparencia (2012), La agonía del Eros (2012), En el enjambre (2013) y Psicopolítica (2014).

Elogio del cansancio

Sus seis últimos libros son breves y están de cierta forma vinculados. Bajo la inspiración de cualquier resumen cretino del pensamiento oriental sobre la dualidad de todo lo existente, se podrían comentar desde lo positivo o lo negativo. Decir, desde un punto de vista positivo: todos los textos de Han dialogan entre sí, vuelven una y otra vez sobre los nudos conceptuales de su pensamiento. O con negatividad: es reiterativo, sus argumentos e incluso sus citas se repiten y van de un volumen a otro para abrumarnos mejor.

Después de todo, la oposición positivo-negativo es central en los postulados de Han, aunque de forma distinta. Él reivindica lo negativo: la negatividad mantiene la vida como vida; las enfermedades emblemáticas de nuestra época son “neuronales” (la depresión o el síndrome de desgaste ocupacional) y son causadas por un exceso de positividad: las personas creen que nada es imposible, que todo es cosa de esfuerzo y se exigen a sí mismas hasta el derrumbe físico, la decepción o el fracaso.

Es con categorías de contornos imprecisos, como positividad versus negatividad, que Han, después de denunciar la fatiga actual, puede llegar a un elogio del cansancio, como detención y oportunidad para contemplar. Habla, siguiendo a Peter Handke, de un cansancio que no separa, uno curativo. El cansancio de la sociedad del rendimiento, en cambio, es a solas, aísla y divide.

Byung-Chul Han escribe en un estilo fragmentario en el que no faltan sentencias enigmáticas (“La narración da aroma al tiempo”), formulaciones paradójicas, generalizaciones y recovecos innecesarios: para decir que el juego con secretos y el ocultamiento es parte del erotismo, él señala: “La negatividad de la reconditez transforma la hermenéutica en una erótica”. Gusta, además, de las palabras y frases en letras cursivas: “La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual”; la “negatividad constituye la topología de la pasión”; la belleza está “en la fosforescencia del tiempo”. Puede ir del lugar común: “El neoliberalismo convierte al ciudadano en consumidor” a la acuñación terminológica (“un todavía-no del ya”).

Contra el rendimiento

Sus bestias negras, con todo, parecen ser el “rendimiento”, la “transparencia” y la “tecnología”. Se unen, por cierto, a otros temas recurrentes que retoma, resume o precisa: la excesiva velocidad de la vida actual, la fragmentación y la “positividad” de la sociedad, la ilusión de libertad, la ‘absolutización’ del trabajo, la autoexplotación, la comunicación ilimitada que se convierte en control y vigilancia.

Según Han, el sujeto del neoliberalismo es un “sujeto del rendimiento”, que no sufre una explotación externa, sino que es “empresario de sí mismo” y se auto-explota. Esta explotación es más eficaz que la ajena porque va acompañada de un sentimiento de libertad: “El tú puedes incluso ejerce más coacción que el tú debes”. Esta actitud también está presente en las relaciones afectivas: el amor se “positivaría” como sexualidad, sometida al dictado del rendimiento; y el porno sería su intensificación: la agonía del Eros.

Han plantea como un aspecto paradójico la obsesión por la transparencia. Ella promete una mayor libertad, pero en realidad, generaría nuevas formas de sumisión: presupone la exposición de uno mismo, termina con el espacio del secreto, destruye el deseo y deja obsoleta la política, porque la exigencia de transparencia política no es una demanda política: no se pide transparencia para los procesos de decisión, sino para generar escándalo.

Enjambres

El constante reclamo de Han por detener la “máquina” y guardar silencio, se condice con su manía contra la tecnología, especialmente digital. Si Foucault sostenía que los sistemas coercitivos explotaban al ciudadano siguiendo el modelo del panóptico de Bentham (es decir, controlando exteriormente su actividad, observando sin ser observado), ahora han sido sustituidos por un sistema de dominación que, en lugar de emplear un poder opresor, utiliza uno seductor por el que los hombres se someten por sí mismos: gracias a internet las personas se entregan voluntariamente a la observación. Si en el panóptico de Bentham los sujetos estaban aislados, en el digital se comunican entre sí. Estamos, señala Han, ante un “enjambre digital” que lejos de ampliar la participación, implica una despolitización de la sociedad.

Después del caso Snowden en 2013 (la denuncia del espionaje masivo por las agencias de inteligencia de los Estados Unidos), la idea de un panóptico digital no sólo no parece descabellada, sino bastante certera, aunque Han tiende a exagerar con sus sospechas: recela de la fotografía digital, Twitter, el teléfono inteligente, el correo electrónico y las Google Glass. Según él, Facebook y Google funcionan como servicios secretos y llega a decir: “Aquí no se tortura, sino que se tuitea o postea”.

Sin contemplaciones

Frente al provocativo llamado que en algún momento hizo Hanna Arendt a la “vida activa”, Byung-Chul Han propicia un más previsible regreso a la “vida contemplativa”, lo que en su caso no significa retiro y aislamiento, pues en sus libros está en constante diálogo con otros autores más o menos en boga (sin dejar de mencionar sus referencias, con desdén, por supuesto, a Cincuenta sombras de Grey o a algún reality alemán). Aparece cuestionando los conceptos de “inmunidad” de Roberto Esposito, la sociedad disciplinaria de Michel Foucault o las ideas de Giorgio Agamben sobre la profanación.

Su perspectiva marcadamente crítica del sistema social actual no necesariamente es novedosa. Sus postulados recuerdan a cosas ya escritas en la segunda mitad del siglo XX respecto a la cultura de masas, desde el apocalipticismo de Adorno y Horkheimer hasta las “transparencias” de Baudrillard; o la idea de Richard Sennett de que el hombre público está dejando su lugar al hombre de la intimidad.

Es probable que sus disquisiciones sobre el “panóptico digital” resulten ser lo más interesante de sus libros. Ante la pregonada convicción de algunos sobre el poder liberador y la capacidad transformadora de la internet, el escepticismo de Han parece más saludable, aunque llega a una actitud de resistencia tecnológica que parece excesiva y a fin de cuentas, estéril.

El economista John Kenneth Gailbraith decía que el pesimismo es una señal de inteligencia superior. Es posible. Pero nuestro mundo ya no tiene tiempo para las largas jeremíadas y tal vez la resonancia de Byung-Chul Han se deba a sus frases cortas, que como aforismos (o, curiosamente, como los tuits que tanto parece detestar) denuncian la catástrofe de servidumbres voluntarias y soledades sin fin.

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