Candonga contra Candonga

Han existido pocos jugadores tan políticamente incorrectos. Su carrera, plagada de claroscuros, concluyó hace doce años, pero hoy Juan Carreño está de vuelta. El DT del modesto General Velásquez no cambia su campo por ninguna cancha, ni le teme a su propia leyenda.




Cada vez que levanta los brazos para dar alguna indicación a sus jugadores, sus manos, extremadamente grandes, borran algún cerro del paisaje. Pero cuando realiza un nuevo movimiento para demandar mayor intensidad a sus dirigidos, el telón de fondo se recompone. Y es una suerte que así sea, pues no sería fácil escuchar su historia, ni entenderla, obviando todos esos campos que se dibujan a sus espaldas.

No dispone de mucho tiempo para conversar. No le gustan demasiado los flashes, ni los diarios. No le gusta figurar porque -asegura- su “cuarto de hora de jugar” ya pasó hace tiempo y porque prefiere “vivir tranquilo”. “Es difícil retirarse”, reconoce, mientras se acomoda sobre la banca de entrenamiento y lustra sus lentes, empañados a causa del sudor. En diez minutos debe regresar a la cancha. Sus pupilos lo esperan, y aunque lleve ya algún tiempo alejado del balompié, él también lo necesita. Siempre ha sido un hombre de acción el Candonga Carreño.

“A muchos les gusta seguir conectados cuando se retiran, les gusta salir en la televisión, les gusta ir a los programas. A mí lo que me gusta es la tranquilidad. El tema del famosillo ya quedó atrás. Hoy día trato de vivir como una persona normal, en mi campo, con mi familia, con mi gente”. Así de franco se muestra el ex seleccionado nacional Juan Carreño a la hora de enumerar sus verdaderas prioridades en este momento; disfrutar de la explotación de su campo de duraznos en San Vicente de Tagua Tagua  y, de paso, dar una mano a sus vecinos del club General Velásquez como Director Técnico.

Esta que acaba de comenzar es la segunda etapa del ex futbolista como DT del conjunto sanvicentano, tras su paso por el club en 2012. “Esto es una especie de revancha para él”, confiesa, en un descuido del Candonga, Raúl Carrillo, dirigente de la entidad. La particular revancha de un adiestrador apasionado que asegura no necesitar el título de DT para poder pararse “con suficientes argumentos en una cancha de fútbol”: “No tengo los cursos. No los terminé, pero tengo 18 años de carrera, dos Copas Libertadores y diez años en el fútbol chileno siendo goleador. Si alguien necesita ese cartón o quiere polemizar con ese cartón, yo también podría polemizar con el tema de que hay gente dirigiendo que no jugaron nunca a la pelota. No me preocupa el cartón”, dispara.

Ni el cartón, ni el llamado de ninguno de esos grandes clubes a los que defendió, como jugador, en el pasado: “No pretendo dirigir ni en Colo Colo, ni en Unión, ni en Cobreloa ni en ninguno de los equipos en los que jugué. No quiero moverme a más de cinco minutos de aquí. Ir a cualquier otro sitio no me interesa para nada”.

Finalizados los primeros diez minutos de entrevista, Candonga, tal y como había advertido, desaparece. Varios vecinos de San Vicente presencian desde la tribuna el devenir de la práctica, que supera ya las dos horas de duración. El sol brilla ahora con fuerza sobre los fértiles campos de cultivo de la VI Región.

“¿Cómo dirijo yo? Yo dirijo de acuerdo a mis vivencias”, asegura el oriundo de San Fernando, olvidando, tal vez, que sus vivencias habrían dado para escribir más de un libro. “¡Dos toques, hijo!, ¡no más de dos!”, vocifera, levantando los brazos al cielo. Está a punto de cumplir 47, pero su 1,85 de estatura intimida tanto como siempre. Como cuando formaba dupla con Luka Tudor en la selección chilena Sub 20, a fines de los 80, y soñaba con comerse el mundo. O como en aquella legendaria Copa Libertadores de 1994, en la que Unión Española, con Carreño como máximo artillero, llegó a poner contra las cuerdas al mismísimo Sao Paulo. O como aquella triste y recordada tarde del 27 de septiembre del 98, en la Región de Los Lagos, en la que siendo jugador de Huachipato noqueó a golpes a medio plantel de Provincial Osorno luego de ser expulsado. “Con todos los defectos que tuve, que todavía la gente me tenga un respeto y se siga acordando de mí, es como para estar agradecido”, reconoce.

Es mediodía en San Vicente y el entrenamiento ha terminado.“Aquí no vale con ser sólo entrenador, aquí tienes que ser papá, tienes que ser dirigente, tienes que meterte la mano al bolsillo y de repente comprar una bebida, comprar un remedio. No es solamente dirigir”. Una vez recuperado el aliento, vuelve a la carga. Nos concede una prórroga de 15 minutos para poder seguir divagando a propósito del fútbol, ese deporte tan bondadoso como ingrato. No es mucho tiempo, pero alcanza incluso para hacer un somero repaso a todas las luces y sombras de una carrera controvertida como pocas, su historia abreviada de éxito y fracaso.

Recuerdos y cicatrices

Tras anunciar su retiro en 2003, Juan Carreño se propuso ser empresario. “Estuve ocho años de mi vida haciéndome cargo de negocios, trabajando en la noche, pero la noche es complicada. Luego nace mi hijo y me replanteo muchas cosas importantes”, comienza. “Lo más difícil  del retiro es cuando uno firma su finiquito y vuelve a ser una persona normal. Nosotros vivimos en una burbuja que es irreal, sobre todo hoy día, porque las lucas que se ganan acaban mareando. Y es muy difícil dar el paso a la vida real y volver a generar recursos”, añade.

Carreño militó en 16 equipos, firmó buenos registros goleadores y fue amado y odiado a partes iguales por más de una hinchada. En la selección adulta,  su contribución pareció por momentos exigua bajo la alargada sombra de Marcelo Salas e Iván Zamorano. Su fama de jugador indisciplinado y conflictivo, de noctámbulo enfant terrible del fútbol chileno de la década de los 90, le pasó factura. Pero es tal vez su turbio pasado, plagado de claroscuros, el que le confiere hoy ese extraño aire de guía espiritual redimido, de voz autorizada. “Soy tremendamente pesado con la indisciplina, pero después que advierto, doy posibilidades. Si a mí me hubiesen echado de los equipos por indisciplina, habría jugado con suerte en un equipo. Tengo experiencia, tanto positiva como negativa, para explicarles a los chicos unas cuantas cosas”, asegura.

Quizás porque sabe perfectamente de lo que habla, el hoy entrenador de General Velásquez, que vio como un positivo por cocaína ponía fin a su carrera, prefiere no juzgar a nadie. “Todos los seleccionados tienen una responsabilidad, pero manejar tanta fama, tanto poder económico, no es fácil. Yo no soy nadie para criticar, por ejemplo, a Vidal, pero a ese nivel, yo con esas lucas me ayudaría y me asesoraría con especialistas”, subraya.

Defensor incondicional de José Sulantay, quien considera “sembró las raíces de esta selección chilena”, y poco aficionado a seguir el torneo doméstico (“prefiero quedarme en casa con mi hijo que ir a ver un partido de Colo Colo a Rancagua”), Carreño tan solo se arrepiente de una cosa de aquellos años de rebeldía: “Lo único que cambiaría fue lo que pasó en Osorno. Marcó un antes y un después en mi carrera y aceleró mi retiro”.

O tal vez de dos, pero claro, contra un nómina no se puede hacer nada: “El no haber ido al Mundial (Francia 98) es un dolor que se queda siempre, que no se quita en toda la vida. Tenía 29 años, siempre que me había necesitado Nelson (Acosta) yo había estado, y un día antes de viajar me manda hacer un examen trucho, y se va. Me dolieron las formas”, recuerda, a propósito de la presunta traición perpetrada por el entonces seleccionador nacional, quien hoy es, ironías de la vida, su vecino.

A las dos de la tarde, comienzan las primeras retenciones  de tránsito en la Carretera de la Fruta, esa que comunica San Vicente con la ruta 5 que conduce a Santiago. Candonga reflexiona entonces sobre Candonga, sobre su leyenda, sobre su legado, y se despide exactamente igual que se presentó, hablando claro:  “En este país estamos acostumbrados a ser cartuchos, a mentir y a engrupir. Bebemos whisky en la casa y afuera decimos que era agua mineral. En ese concepto, yo siempre fui honesto. En todos los equipos a los que llegué, fui claro. A mí me gustaba después de los partidos salir a un pub, conocer a una chica, tomar un trago, y después daba los exámenes antes del partido y estaba siempre a mi nivel. Pero en ese minuto en Chile, en los 90, era un borracho, era un indisciplinado. No se preguntaban si rendía o no rendía. Yo sé lo que era. Me tomaba una copa en el bar y no me andaba tomando, como muchos colegas, una botella de whisky en la casa a escondidas”, sentencia.

Con un fuerte apretón de manos, culmina la entrevista. “Lo que busco es poder entregar algo para que mi hijo se pueda sentir orgulloso de su padre”. De Juan Enrique Carreño López, vecino de San Vicente, técnico de General Velásquez.

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