.cl, país aspiracional
<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif" size="3"><span style="font-size: 12px;">A país más "chico" no más saltitos de rana, sino dignidad bien llevada, bien puesta: es lo que recomienda Cicerón.</span></font>
EL ENCUENTRO del otro día, con toda su carga simbólica física, no fue sólo de dos mandatarios, fue también de dos países. Uno más grande, el otro más chico. Me corrijo, no más "grande", sino "vertically enhanced", y no más "chico", sino "vertically challenged". Disculpen la siutiquería muy chilena de citar del inglés y, peor, del habla "políticamente correcta", pero siendo el español pobre en sutilezas de este tipo, en este caso quizá se justifique.
Obama, basta verlo, se realza solo. Todo lo hace como sin esfuerzo, sin desgaste ni impostación. Aunque su discurso estuvo muy por debajo de lo que nos tiene acostumbrados, Obama es un extraordinario orador. Un orador en sentido clásico, que sabe de pausas, naturalidad, perfect delivery o perfect pitch (para ponernos en onda yanqui), a la vez que está siempre consciente de las circunstancias. De ahí esa gracia, ese estudio previo que no lo parece, "un cierto desprecio o descuido, con el cual se encubra el arte y se muestre que todo lo que se hace y se dice, se viene hecho de suyo sin fatiga y casi sin habello pensado", que es como Juan Boscán en el siglo XVI traduce el concepto de sprezzatura de Baltasar Castiglione, de vieja raigambre ciceroniana. Al contrario, cuando se carece de esta facilidad, no por fácil menos aprendida (Obama también llegó a Harvard después de un rato), todo resulta cuesta arriba, forzado, como empinándose más de la cuenta y, de hecho, en los encuentros del otro día, escalamientos de esa índole, lamentablemente, también se dieron.
En circunstancias normales, semejantes contrastes no pasarían de ser una mera anécdota folclórica, si no fuera que los mandatarios y adláteres son bastante más que lo que aparentan. Son simbólicos de su país de origen y, por ende, comprometen bastante más que sus propias estaturas. El mensaje que traía el Presidente de los EEUU a Chile y para el resto de la región era que, de ahora en adelante, seríamos socios iguales. "Todos somos americanos" (en español en el original), dijo Obama, buscando aplausos que no obtuvo del público congregado en La Moneda, salvando así algo del orgullo nacional, de raíz hispana, y por eso el diario El País se encargó de resaltarlo al día siguiente. En efecto, esta vez el perfect pitch le falló. Sonó demasiado a esa Doctrina Monroe ("América para los americanos"), condescendiente y paternalista, que bien conocemos.
Pero, a la hora de los postres, a juzgar por otros comportamientos indecorosos de connacionales empinadamente conspicuos invitados a las ceremonias, arruinamos el efecto ganado. Lo registra Alberto Fuguet, testigo de la "cena de gala", en Qué Pasa: "Es fuerte ver gente poderosa local transformarse en calcetineras ante el poder real". Fuguet menciona a comensales empujándose unos a otros para salir en la foto con Obama; también los hubo que se llevaron "de recuerdo" las servilletas bordadas con el logo nacional, lo que, seguro, no pasó inadvertido a los servicios de inteligencia de nuestro país amigo.
El problema no es el tamaño neto, algo irremediable, sino la proporcionalidad y compostura correspondientes. En situaciones como éstas se trata de no confundir. A país más "chico" no más saltitos de rana, sino dignidad bien llevada, bien puesta: es lo que recomienda Cicerón.
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