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Critica de cine: Sentirse bien

Sandra Bullock consiguió su primer Oscar en el rol de sureña caritativa en <b>Un sueño posible</b>. Basada en hechos reales, la cinta es un tributo a los buenos sentimientos.

Sureña, cristiana, republicana y entradora, Leigh Anne Tuohy (Sandra Bullock) le muestra con  cierto orgullo a Michael Oher (Quinton Aaron) la habitación que le ha instalado en su propia casa. Miembro de una acomodada familia de Memphis, Tennessee, ha decidido acoger a este adolescente grandulón de raza negra, quien ahora le comenta: "Nunca había tenido una". ¿Una pieza?, pregunta ella, conmovida por el abismo social que los separa. Y él le responde, en tono sumiso: "No, una cama". Touchée.

Si hay un ítem en que Un sueño posible avanza con disciplinada consistencia es el del reflejo condicionado. La situación de su protagonista, un adolescente golpeado por la vida desde su nacimiento, no puede sino inspirar compasión y gatillar alguna lágrima. Uno no es de piedra y bien puede sentirse afortunado de tener la vida que tiene y no la que tuvo Michael, quien, por lo demás, está basado en un personaje real.

De lo anterior, y de una confortante puesta en acto de la vida americana soñada, se va haciendo este filme nominado al Oscar a Mejor Película. No lo ganó, que ya habría sido mucho, pero sí le reportó una esperada estatuilla a Bullock, a quien no puede sino reconocérsele una perseverancia profesional a toda prueba.

Basada en un libro de Michael Lewis, la película fue escrita y dirigida por John Lee Hancock, autor del guión de Un mundo perfecto, filmada por Clint Eastwood.

La película arranca con Big Mike, como lo llaman, exhibiendo sus dotes en un colegio privado de Memphis, cuyo entrenador de fútbol americano lo defiende en reunión de profesores que no le ven mucho sentido a su inclusión en el colegio. Entonces, les dice él, mejor tapamos con pintura lo de "cristiano" en el logo de la escuela. Como el entrenadir, Leigh Anne se tragará los comentarios maliciosos, se aventurará por los barrios peligrosos de la ciudad y hará lo que tenga que hacer para que Michael tenga una vida decente. Deber de cristiana, primera cosa, y también una protección para el espectador, que con tamaño despliegue de caridad ya debería sentirse mejor consigo mismo. No por nada a estas películas edificantes las llaman feelgood movies.

Que las dos horas y fracción de Un sueño posible logren algún tipo de efecto terapéutico es una cosa. Sin embargo, llevado, cuando no empujado por el muñequeo emocional dominante, mal podrá el público asomarse a otros méritos o descubrir a los personajes en otros términos.

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