El ojo panóptico
Snowden no ha revelado nada que no se supiera; todos practican el espionaje, no sólo los norteamericanos, también los británicos, franceses, rusos, la Iglesia (nada más panóptico que el confesionario).<BR>

NI EL Papa ni el Dalai Lama, por sólo mencionar a dos autoridades morales reconocidas, se han referido a las revelaciones de espionaje selectivo y masivo tras el destape del affaire Snowden. El primero preside una organización que lo practica desde hace siglos; el segundo, tiene tanto poder como Evo Morales en estas materias. El resto de nosotros, ni qué decir. Prendo el computador y se me advierte: "¿Son vigiladas sus actividades en línea?... Anonímese", previo pago, por supuesto.
Como para no creerles. Bentham, hace más de 200 años, ideó un sistema carcelario perfecto, muy económico para la autoridad penal, consistente en celdas situadas en redondo y al descubierto bajo el ojo de un solo vigilante parapetado en una torre central sin que se pueda saber si está observando o no. Foucault postuló el "panóptico" como la metáfora que mejor retrata el mundo moderno, no sólo el actual, el desde hace más de dos siglos. Snowden, pues, no ha develado nada que no se supiera; todos practican el espionaje, no sólo los norteamericanos, también los británicos, franceses, rusos, la Iglesia (nada más panóptico que el confesionario).
Tampoco resulta enteramente convincente la acusación de traición contra Snowden. Esto no porque el sujeto no sea dudoso (seguramente es un tal por cual), sino porque, en materia de espionaje, se entra en un limbo de indefiniciones. ¿Quién es Snowden, a quién obedece, sólo a su conciencia? Refiriéndose a un caso análogo, Graham Greene en el prólogo a las memorias de Kim Philby (el topo que trabajara para los soviéticos y luego desertara), se pregunta: "¿'Traicionó a su país' -sí, quizá, pero quién entre nosotros no ha cometido traición a algo o alguien más importante que un país?". Lamenta que Philby esté en Moscú y no comparta una cerveza. Al igual que Greene, John Le Carré cree que Philby fue leal a su manera (a otra causa), en un rubro plagado de dobleces y desinformación. Le Carré agrega otra variable. Afirma que como, quizá, nunca se va a llegar a saber quiénes son estos Philby (o Snowden), resulta más provechoso averiguar quién los reclutó. Sucede, sin embargo, que los servicios secretos, algo torpes -añade- valoran más la lealtad (la mera profesión de lealtad) que la inteligencia, por eso son vulnerables. Valga la paradoja: el panóptico lo vigila todo, pero ¿quién vigila al panóptico?
Está, además, el consuelo de los no muy inteligentes o muy astutos que se hacen los tontos, quienes se reconfortan pregonando que la Guerra Fría se "terminó", como si ello nos devolviera claridad. De tanto insistir en que no hay más Guerra Fría, le entran a uno las dudas. Vale, hoy nadie sabe quién es ni dónde está el "enemigo", pero ¿no habrá sido siempre así?
Greene y Le Carré dan a entender que la Guerra Fría fue perversamente "fraterna" entre ex aliados cómplices, no tan blanco y negro; no resulta para nada extraño, entonces, que Estados Unidos espíe hoy a Alemania igual que a Irak y China. Ciertas lógicas de siempre -"razón de Estado" y "realpolitik"- persisten, y no hay poder que no sea celoso, en guardia de otros que compiten por él. Explicable también lo de Snowden en esa tierra de nadie: la zona de tránsito del aeropuerto Sheremétievo de Moscú. Para gente así, el limbo es siempre su destino.
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