El Papa en Río de Janeiro
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CON UNA misa en Copacabana, el Papa Francisco pondrá fin hoy a las actividades de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que en su vigésimo octava versión se desarrolló esta semana en Río de Janeiro.
El primer viaje a América Latina del Pontífice ha representado una excelente oportunidad para verlo en acción. Ha logrado una profunda empatía con los jóvenes y su mensaje simple y directo ha cautivado a la opinión pública mundial. Los numerosos gestos de sencillez de la máxima autoridad de la Iglesia Católica -desde su decisión de visitar una favela en la ciudad carioca hasta el uso de un "papamóvil" con mínimas medidas de seguridad, para mantener el contacto directo con la muchedumbre- han servido para continuar delineando la figura de un Papa cercano que ha revitalizado su conexión con los fieles y que emplea un lenguaje claro y directo para transmitir los preceptos de su fe.
En su viaje, Francisco ha denunciado la injusticia que supone la persistencia de vastos bolsones de pobreza, así como la insensibilidad ante las desigualdades sociales. También ha criticado a quienes promueven la liberalización del consumo de estupefacientes como una manera para resolver el problema de las drogas. Sin embargo, sin rehuir los temas tradicionalmente polémicos, el Pontífice ha reafirmado el que hasta ahora parece el mensaje central de su breve papado: el llamado a que los fieles católicos vivan su fe con la mirada en Cristo y "salgan a la calle" para dar testimonio de ella y difundirla.
Una vez más, como ocurrió antes con Juan Pablo II y Benedicto XVI, la JMJ ha mostrado el enorme arrastre que sigue teniendo la figura papal, con el condimento proveniente de los múltiples gestos de un Pontífice que se ha revelado cercano y carismático.
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