Histórico

El retorno de Adele: de Viena a América

Se estrena La dama de oro, cinta con Helen Mirren sobre la heredera que recuperó el cuadro más famoso robado por los nazis: el Retrato de Adele Bloch-Bauer I. La obra de Klimt estuvo más de medio siglo en Austria antes de volver a los descendientes de Bloch-Bauer.

Durante 60 años Austria, el país de Mozart, Freud y Arnold Schwarzenegger, tuvo su propia  Mona Lisa. Se trató del llamado Retrato de Adele Bloch-Bauer I, un óleo sobre tela de Gustav Klimt que permaneció expuesto en el Palacio Belvedere de Viena. En esas mismas seis décadas, Maria Altmann,  la sobrina de aquella mujer de grandes ojos adormilados se ganó la vida como exitosa  importadora de productos textiles en Los Angeles, disfrutó de los generosos veranos californianos y jamás perdió su acento germano. Tampoco la abandonó el hambre  por recuperar parte de su vida. Para ella, el majestuoso retrato era también un pasaje a un país aún no tocado por la bota  nazi y, sobre todo,  a una zona  de su infancia, compartida con su sofisticada tía, una socialité ineludible de los salones vieneses.

La película La dama de oro del director inglés Simon Curtis plantea  la batalla que Maria Altmann dio ya al final de su vida por rescatar para su familia los cinco cuadros pintados por Gustav Klimt que en 1938 cayeron en manos de los nazis, particularmente en las de Hermann Göring, comandandante supremo de la Luftwaffe. Dos de ellos eran retratos de su tía (los llamados Retratos de Adele Bloch-Bauer I y II) y los otros tres eran paisajes campestres de Austria, en particular cerca del lago Attersee.  Presentadas durante mucho tiempo como tesoro nacional de ese país y disponibles para su exhibición pública, las obras nunca habían dejado de pertenecer en rigor a la familia de Altmann.

Exhibida este año en el Festival de Berlín, La dama de oro se estrena la próxima semana en Chile y es una sucesora natural de Operación monumento (2014), el largometraje dirigido y protagonizado por George Clooney que abordaba a escala más global el pillaje del que fueron objeto varias obras de arte durante la Segunda Guerra Mundial. En esa cinta, que fue rodada casi al mismo tiempo que La dama de oro, un grupo de profesores e investigadores llegaba a Europa ya en el crepúsculo de la Segunda Guerrra con el objetivo de salvar y restaurar obras de Rafael y Miguel Angel que los nazis habían hurtado de galerías públicas.

La dama de oro, que es protagonizada por Helen Mirren como la octogenaria Maria Altmann, es algo así como la versión privada de  la misma historia. Antes y durante la Segunda Guerra, los hombres de Hitler no sólo desnudaron los muros de los museos europeos, sino que se apropiaron de colecciones privadas de primer orden. La del matrimonio formado por Ferdinand y Adele Bloch-Bauer fue una de tantas, seguramente la más mediática de todas.

De acuerdo a datos de la revista Vanity Fair, entre robos a museos y privados perpetrados entre 1933 y 1945, los nazis llegaron a acumular 650 mil obras. Aunque la mayoría nunca volvió a sus dueños originales (generalmente acaudalados industriales de origen judío), en el año 2012 entró en la órbita mediática un hecho sin precedentes: autoridades alemanas hallaron 1.300 obras en el departamento del coleccionista Cornelius Gurlitt. Había de todo, desde Picasso a Matisse, incluyendo también a Renoir, Courbet y Toulouse-Lautrec. En total, más de mil millones de dólares en arte cuyo origen muchas veces se gestó como un sórdido canje para que el dueño de la obra pudiera esquivar un campo de concentración y los nazis tuvieran cuadros de primera.

La sobrina de Adele

El caso de Maria Altmann es algo más triste. Una buena cantidad de sus familiares fueron víctimas del  Holocausto o del suicidio, aunque ella alcanzó a librarse del infierno gracias a los recursos económicos: a cambio de la posesión de las fábricas textiles de su cuñado, los nazis le facilitaron a ella y a su esposo una fuga que escaló en Liverpool y terminó en Los Angeles, California. Con 29 años y un espíritu inquieto y emprendedor, Altmann se transformó en empresaria y empezó a comercializar suéteres de cachemira, una prenda que nadie conocía en Norteamérica y que rápidamente se transformó en objeto del deseo en Beverly Hills.

Viuda y dueña de una boutique, Maria Altmann se enteró en 1998 que las razones argüidas por el gobierno austríaco para no retornar el retrato de Klimt eran una falacia: según los europeos, Adele Bloch-Bauer había estipulado en su testamento que el cuadro se exhibiera públicamente. Sin embargo, la obra en rigor nunca le perteneció a ella, sino que a su esposo Ferdinand Bloch-Bauer, que simplemente no dejó establecido nada. Guiada por su abogado Randol Schoenberg (Ryan Reynolds en la película), Altmann buscó primero la restitución en tribunales austríacos y ante el inicial fracaso, llevó su petición a la Corte Suprema de Estados Unidos. Finalmente, en el 2006, el fallo del caso República de Austria vs. Maria Altmann determinó que las pinturas debían retornar a la nieta de Adele Bloch-Bauer.

Ese mismo año, la mujer dispuso que el retrato principal fuera subastado por Christie’s. Alcanzó la cifra récord de 135 millones de dólares, cantidad desembolsada por el millonario y filántropo Ronald Lauder, quien luego la dispondría dentro de la exposición permanente de su museo Neue Gallerie de Nueva York.

Maria Altmann, que murió en 2011 a los 94 años, apareció en al menos tres documentales hacia el final de su vida. En cada uno de ellos solía recordar a su tía como una mujer sensible e imponente, eterna fumadora y con tendencia a las cefaleas (murió de meningitis a los 44 años en 1925). Durante el primer cuarto del siglo XX se rodeó de la flor y nata de la intelectualidad vienesa y en la gran mansión donde vivía se podía ir caminado a la Opera de Viena.

De visita junto a su padre los domingos en la mañana, la pequeña Maria siempre notó que los retratos de su tía estaban perfectamente dispuestos en las paredes de la casa de Elisabethstrasse. La mujer, una de las múltiples amantes que Klimt tuvo, solía recibir a pintores como Egon Schiele y también a compositores como Richard Strauss, Gustav Mahler y Arnold Schoenberg, el revolucionario creador de la música atonal. Las coincidencias llegarían hasta California y en el año  1998 el abogado que Maria Altmann contrató para representara se apellidaba Schoenberg. Era el nieto de Arnold.

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