Histórico

El segundo renacimiento de Harlem

En los últimos diez años, Harlem, el histórico barrio afroamericano ubicado en el norte de Manhattan, ha cambiado muchísimo. De edificios botados, a lujosos condominios. De bodegas de esquina, a restaurantes, bares y cafés. De peligroso, a seguro. De predominantemente negro, a negro con otros colores. El nuevo Harlem rescata su historia y se revitaliza.

En 2007, la Ciudad de Nueva York aprobó la expansión de la Universidad Columbia, ubicada en el norte de Manhattan, en Harlem oeste. El nuevo campus Manhattanville, con un presupuesto de 6,3 millones de dólares, amplía la universidad privada en casi siete hectáreas. Tres años después la corte estatal aprobó la expropiación de diez cuadras, y la demolición comenzó.

Su primer edificio, un centro dedicado al estudio de la mente, el cerebro y el comportamiento, se levanta en la 125 con Broadway, una esquina que hace algunos años recomendaban evitar. Vidrio a vidrio, el transparente edificio diseñado por Renzo Piano -renombrado arquitecto del recién inaugurado Whitney Museum of Art- se prepara para abrir sus puertas el año que viene.

Harlem viene cambiando desde hace más de diez años, pero últimamente la transformación ha sido tan visible, que ahora todos hablan de él como si fuera un nuevo barrio.

“Si me hubieses dicho hace cinco años que yo iba a abrir un restorán en esta esquina, te hubiera dicho ‘estás loca’”, cuenta Anahi Angeleone, argentina de 34 años, dueña del taquillero Corner Social, en la esquina noroeste de la 126 y Lenox (Malcolm X Blvd.).

Son pasadas las cuatro de la tarde de un miércoles, pero el bien vestido público del restorán a medio llenar emana un relajo propio de fin de semana. Afuera, un grupo incluso más diverso, pasa camino o de vuelta del metro ubicado en la 125. Angeleone se mudó del West Village a Harlem hace cinco años porque necesitaba más espacio. Dice que aquí encontró ángeles que la ayudaron a rearmar su vida tras un divorcio y que le ha ido tan bien que este mes abrirá un segundo restorán, Angel of Harlem. “Aquí encontré mi lugar en el mundo, mi casa afuera de casa”, dice. “Y con un sabor, una energía y una vibra impresionante”.

Harlem tiene sabor a swing, jazz, soul y hip-hop. A gospel y bachata, y a los más recientes Harlem Shake y Chicken Noodle Soup. En un Manhattan cada día más homogéneo y lleno de gente, Harlem tiene un aire distinto. Quizás el oxígeno de las 341 hectáreas del Central Park, pero más importante, la historia de generaciones de afroamericanos y latinos que han hecho historia aquí.

Los artistas del Harlem Renaissance que emergieron en la década del 20; el Apollo Theater, abierto desde el 30, donde empezaron sus carreras Ella Fitzegarld, Billie Holiday, James Brown, Jimi Hendrix, The Jackson 5, Stevie Wonder, Mariah Carey y Lauryn Hill. Los speakeasies o bares clandestinos, los clubes y cabarets. Los Globetrotters y el básquetbol. Los colores de los textiles africanos y caribeños mezclados con el gris de la calle. El pollo frito. “El barrio” con tacos y cuchifritos, mexicanos y puertorriqueños. Y los rezos de 400 iglesias cristianas, bautistas, pentecostales, metodistas, episcopales y católicas ubicadas en la zona.

Tras la Segunda Guerra Mundial la pobreza en el área llegó a sus niveles más altos, y con ella, las drogas y el crimen. Harlem casi muere. La ciudad comenzó a comprar edificios para revitalizarlo, y a mediados de los ochenta los remató a privados. El centro de Harlem comenzó a crecer nuevamente; muchos de los nuevos residentes eran blancos. A fines del 2000, la alcaldía aprobó la expansión de Columbia y la construcción de grandes edificios y centros comerciales que definitivamente le cambiaron la cara al barrio.

Y aunque habiendo crimen, como en cualquier barrio de Nueva York, las cifras han bajado. Según datos de la policía, en los últimos 14 años ha disminuido en un 14 por ciento, y en los últimos 21 en un 74 por ciento. Para Julia Nevarez, socióloga puertorriqueña de 51 años, la efervescencia y esa sensación inquietante que aún ronda es lo que hace al barrio interesante. “Por eso hay que venir a Harlem”, dice Nevarez, mientras come y se toma un cóctel en el 67 Orange Street, el bar más cool de la zona en que ha vivido por 16 años.  “Porque esa provocación ya no la encuentras en ningún lugar en Manhattan”.

Renacimiento gastronómico

La cocina de Harlem hoy se llama Marcus Samuelsson. El célebre cocinero etíope criado en Suiza llegó a Nueva York en 1994 y al año siguiente, a sus 23, recibió tres estrellas del New York Times como chef ejecutivo del Aquavit. En 2009 cocinó para el presidente Barack Obama y el siguiente abrió su primer restorán en Harlem, el Red Rooster. El mismo año se mudó a un par de cuadras junto a su mujer, la modelo etíope Maya Haile. Hoy, Samuelsson tiene dos locales más en la vecindad - Ginny’s Supper Club, que honra al Harlem Renaissance, y Streetbird Rotisserie, más informal y taquillero; además de otros siete en el resto del mundo.

“Harlem es un barrio increíble”, dice Samuelsson (en la foto) caminando de un restorán a otro. “Es muy diverso y muy vibrante, me gusta la cultura: tienes lo mejor de la música, lo mejor del arte y hay muy buena comida”.

Lo último se debe en gran parte a él. La apertura del Red Rooster le dio un nuevo aire a Harlem. El chef fomenta la colaboración con el resto de los dueños de locales de la zona, la gran mayoría residentes del barrio, y este año organizó el primer festival gastronómico Harlem EatUp!, que reunió a 127 cocineros y más de ocho mil personas en un fin de semana de mayo, Bill Clinton entre ellos. “Siempre ha habido buena comida aquí, pero los restoranes no eran muy conocidos. Con Red Rooster, y ahora con el festival, hemos podido poner un foco sobre ellos”, dice Samuelsson.

Hoy, Harlem central tiene dos hileras de restaurantes con una variada oferta, una en la avenida Lenox, entre la calle 125 y 127, y la otra en Frederick Douglass Blvd. entre la 125 y la 110. A ellos se suman boutiques, cafés, bares, centros culturales y museos, iglesias, centros de yoga y meditación, una tienda de sombreros, una carnicería de lujo y hoteles.

Que cambie, pero no tanto

La gracia de Harlem es su cultura. Lo dicen todos sus residentes y los nuevos locatarios. Buena parte de esa cultura tiene que ver con los afroamericanos. Pero en 2010, por primera vez desde los años 20, el censo mostró que la población de Harlem ya no era mayoritariamente afroamericana y cuando en octubre pasado The Guardian publicó el reportaje “¿Qué va a pasar cuando Harlem sea blanco?”, puso el dedo en la llaga.

El crecimiento es bueno porque le otorga a los residentes servicios que antes no tenían, pero al mismo tiempo sube el costo de vida. Según un estudio del Censo publicado este mes, el precio medio de un arriendo en Harlem central aumentó un 90 por ciento entre 2002 y 2014; el incremento más alto en toda la ciudad.

“Está más bonito, más seguro y todo eso, pero se ha subido mucho la renta [arriendo]”, dice Tomás, inmigrante mexicano de 35 años que no quiere dar su apellido. Cuenta que antes veía tiroteos y edificios botados. “Los blancos se han subido por acá porque encuentran renta más barata, porque ellos acostumbran a pagar más. Pero para nosotros es imposible pagar eso”.

Para Faith Talley, afroamericana que ha vivido aquí por 13 años y administra uno de los locales más populares, el Harlem Tavern, el tema no es de raza, sino que de clase. “Honestamente no he visto menos negros, sí más mezcla. Hay blancos, muchos africanos, más latinos en Harlem este, asiáticos… Hay más plata en el barrio que antes. Entonces depende de quién tenga plata, no es tanto de raza”.

Para el chef Samuelsson, el barrio está evolucionando: “Me imagino que si voy a Santiago hoy, y voy a un barrio que no he ido en 15 años, seguramente noto que está cambiado”.

Los dueños de restoranes que viven en la zona creen que involucrarse en el cambio es la mejor garantía para mantener su autenticidad. “No es que grandes negocios están tomándose todo el barrio”,  explica Yvette Leeper-Bueno, dueña de Vinatería que vive en Harlem hace 13 años. “Somos personas que hemos estado aquí por un tiempo, que nos hemos enamorado del barrio e invertido tiempo, dinero y esfuerzo para hacer nuestra esquina del mundo un poco mejor”.

Lo mismo opina Josh Paul. Su mujer, Karen, es copropietaria de tres cafés y un bar en Harlem. “Hay muchos hablando de gentrificación, pero éste es nuestro barrio, vivimos aquí hace 10 años. Vamos a tener un hijo en dos semanas, a formar nuestra familia acá y por eso queremos hacer el barrio más limpio, amigable y ofrecer buenos lugares”, dice.

Como turista, no queda más que disfrutar y abrirse al ritmo de Harlem. Levantarse tranquilo, armar un bolso con un libro, tomar cualquier línea del metro hasta la 110 y caminar al Central Park. Y luego de un merecido descanso, subir por el bulevar Frederick Douglass, ojalá con hambre y sed, hasta la 125. T

TRES RESIDENTES RECOMIENDAN

Anahi Angeleone, dueña de Corner Social y Angel of Harlem:

-Definitivamente, góspel. Mi preferida es FCBC (First Corinthian Baptist Church) en la 116 y Adam Clayton Powell Blvd. para música (domingos 7:30, 9:30 y 11:30 a.m., sin reserva). Para el sermón Abyssianian Baptist Church con el reverendo Dr. Calvin O. Butts III (servicio para turistas domingo 11:00 a.m., en el 132 de la calle 138).
-Brunch en Corner Social, para mirar la gente que pasa por la calle.
-Caminar por el parque Marcus Garvey, entre Madison Ave y Mt. Morris Park,  la 120 y 124. No, no pasa nada, es seguro.

Faith Talley, administradora Harlem Tavern

-Harlem Tavern, especialmente para ver eventos deportivos.
-Música en vivo en Shrine, Silvana o Minton's.
-Sylvia's, por la comida y el ambiente.

Yvette Leeper-Bueno, dueña Vinatería

- Definitivamente, los parques: Morningside Park y Central Park.
- Empezar la mañana en centro de meditación Mindful Harlem y luego brunch en Vinatería.
- El Apollo Theater y el Studio Museum.

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