Entrevista a Julio Ortega, crítico literario: "La decadencia irreparable de Latinoamérica le da la razón a Donoso"
Lleva 40 años en EEUU, pero conoce cada rincón de la literatura latinoamericana. Fue testigo del nacimiento del boom y, ahora, del estallido de Bolaño en suelo norteamericano. Se publica en Chile La imaginación crítica, volumen que recoge sus textos sobre la narrativa del continente: de Borges a Diamela Eltit.

Julio Ortega sigue buscando. Formado en la época dorada del boom, el crítico literario peruano todavía les sigue la pista a los nuevos talentos. En su blog, colgado en la web El Boomeran(g), se mezclan apuntes sobre consagrados, como Julio Cortázar, José Donoso y Carlos Fuentes, con notas sobre promesas en bruto: por mencionar sólo a los chilenos, Pablo Torche, Felipe Cussen y Andrea Jeftanovic. Tras 40 años explorando la literatura latinoamericana, Ortega lo sabe: "Nos toca a los críticos mediar para que esas nuevas literaturas hagan su peregrinaje", dice ligeramente preocupado. Sospecha en los últimos 30 años sí se han escrito novelas del tonelaje al que nos acostumbró el boom, pero lamentablemente ahora no hay lectores para ellas.
Desde las universidades de Austin, Texas y Brown, todas de EEUU, Ortega ha monitoreado el desarrollo de la literatura de Latinoamérica, produciendo libros tan variados como La contemplación y la fiesta (1968), sobre los narradores del boom, y Caja de herramientas (2000), centrado en la literatura chilena actual. Cercano a nuestro país, en 2007 se hizo cargo de la edición de La cola de la lagartija, novela que Donoso dejó inédita. Su último libro es La imaginación crítica y recopila ensayos de toda su carrera. Termina con notas sobre Diamela Eltit, Roberto Bolaño, Carlos Franz, Guadalupe Santa Cruz y Alberto Fuguet, pero la balanza se carga a las viejas glorias: Borges, Rulfo, Cortázar, García Márquez, Cabrera Infante, Lezama Lima, Jorge Edwards.
"Los novelistas del boom han escrito novelas memorables; el relato de América Latina como el campo cultural donde la modernidad es una apoteosis de magníficos desastres. Nuestros clásicos contemporáneos", comenta desde Nueva York.
Donoso nunca logró el éxito de sus pares. ¿Cree que su obra ha crecido con el tiempo?
Creo que Donoso se hace cada vez más actual y de un modo perverso: todos los días el deterioro le da la razón. Su obra documenta la decadencia irreparable de América Latina en sus propios términos: la clase social, la familia, la urbanidad, la panacea moderna. Cada uno de estos agentes se demuestra fantasmático, iluso, autodestructivo en sus novelas. Su misma vida se debió a esa visión. En verdad, es una vida inenarrable: no puede ser contada. Y no tiene sentido insistir en su infortunio, su obra es suficiente fortuna.
"La nueva novela latinoamericana es un género en ensayo, en revisión", escribe. ¿Cree que se está generando una nueva novela latinoamericana?
Toda literatura que importa acarrea la tradición para ensayar la actualidad del porvenir. Lo nuevo ocurre allí: en la necesidad de empezarlo todo de nuevo, incluso el lenguaje español mismo. Mi tesis es que el español es la lengua más cargada de pensamiento arcaico, ideología ultramontana, autoritarismo político, machismo, racismo, xenofobia y negación del otro; es, por eso, un idioma que hay que rehacer radicalmente. Lo han hecho todos los grandes escritores: Cervantes miró hacia el erasmismo, a las formas de la novela italiana y bizantina y a la crónica de Indias; Darío, al francés; Borges y Nicanor Parra, al inglés. Hay quienes han acudido a la pintura, al cine, a la cultura popular, a las lenguas indígenas, a las ciencias y las artes, y ahora a la tecnología de la computación. Todo, para no perpetuar la autonegación del sujeto que produce el español ideologizado, con el que nos ha tocado pelear.
¿Qué autores o qué novelas estarían rehaciendo el idioma español?
Me interesa el trabajo que hacen Rodrigo Fresán, Florencia Abatte y Mariana Henríquez en Argentina; Cronwell Jara, Claudia Ulloa, César Cutiérrez en Perú; Pablo Soler Frost, Vivian Abenshushan, Yuri Herrera, Héctor Yépez en México; José Antonio Ponte en Cuba, entre otros.
Cien años de soledad, Paradiso, Pedro Páramo. ¿Se han escrito en los últimos 30 años novelas de ese nivel en Latinoamérica?
Cada gran novela supone grandes lectores. No tendremos hoy novelas equivalentes mientras prevalezcan los lectores mezquinos, resentidos, provincianos, sospechosos, incapaces de entusiasmo, generosidad, diálogo y asombro. A estos lectores nuestros no les ha tocado en gracia la luz de la atención que alienta en cualquier obra genuina. Mientras no sean encendidos por esa palabra, vivirán apagados, a merced de lo literal.
Pero, ¿se han escrito novelas de ese nivel?
Están las obras de Piglia, Diamela Eltit, Mario Bellatin, Bolaño, Juan Villoro...
Los autores del boom fueron intelectuales públicos. ¿Por qué los escritores de hoy evitan ese rol?
Hoy no tiene mucho sentido esa figura, porque nuestras sociedades han desarmado a la palabra pública, al convertirla en agencia del espectáculo. El escritor joven se cree destinado a una carrera, a tener éxito y triunfar. De modo que el arte más exigente y radical carece de espacio social, sustituido por las formas sin pensamiento del entretenimiento. Nuestros grandes artistas contemporáneos han optado por vivir en sus propios márgenes, dentro de sus microcomunidades de lectores fieles. No es nada romántico: es trágico, pero verdadero.
¿Qué lugar ocupa Diamela Eltit en la narrativa latinoamericana?
Su obra es tan radicalmente independiente y distintiva que sólo se puede contextualizar en varios escenarios. Se resiste a la transparencia de la lectura, porque disputa la plena legibilidad de lo real. No quiere ser consumida en el mercado literario, que vacía a la obra de su sentido. Lo otro es el asedio que la escritura hace y el desconcierto de unos personajes que sobreviven a la violencia diaria.
De no haber sido por su biografía, ¿cree que Bolaño habría sido tan exitoso en EEUU?
Probablemente no. Pero lo importante es su éxito de crítica. No ha sido un best seller, como lo fueron en su hora Carlos Fuentes y García Márquez. Pero el aprecio de la crítica norteamericana por sus novelas es notable. Eso significa que ha conquistado muy buenos lectores entre la clase literaria culta, que busca desesperadamente salir del provincianismo y recuperar un espacio internacional.
¿Qué representa Bolaño para la literatura latinoamericana?
Creo que su éxito responde a la necesidad de contar con la biografía de la época. De una época ya concluida, infeliz y sintomática de esta edad de penuria. Por eso, el mejor formato suyo es la necrología. La vida de poetas, perpetuados en su luz vital, recuperados por el brío del lenguaje. El efecto que ha provocado es dividir a los escritores más jóvenes en pro o contra Bolaño. Tan exagerada como la valoración anterior es la desvalorización actual.
¿Ve una estética común en la generación de Bolaño? Pienso en Piglia, Villoro, Aira, Castellanos Moya, Rey Rosa.
Añado al puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá, al venezolano Antonio López Ortega, a los peruanos Fernando Ampuero y Alonso Cueto, a los chilenos Arturo Fontaine y Carlos Franz. Todos son muy distintos, pero a todo ellos les cautiva la posibilidad de un relato capaz de encantamiento y crítica, de placer estético y horror ético.
¿Qué narradores jóvenes chilenos le atraen?
Carlos Labbé me parece que tiene un proyecto de rescribir el mito nacional de la familia chilena, esa utopía de discreción y austeridad que define a la clase media. Escribe, además, como si contara una pesadilla, o sea, documenta el desánimo. Nicolás Poblete, por otra parte, trabaja el lenguaje con un arte de sustracciones, para dotarlo de una poesía aguda, incisiva, suficiente.
La imaginación crítica
Julio Ortega
Ed. Universidad Alberto Hurtado
620 páginas
$ 16.000
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