Histórico

Fernando Vallejo: "Los pobres son una horda paridora, irresponsable y zángana"

Con 73 años, el autor de 21 libros ahora publica la novela ¡Llegaron!, donde recrea su infancia y vida familiar en Medellín. Sin dejar la polémica, remarca sus obsesiones.

Es un hombre rudo. Un francotirador que ama los animales y ataca la política y la religión como una marcada obsesión. Un polémico conferencista a la hora de hablar de literatura, ciencia, arte o al recibir un premio.

El escritor colombiano Fernando Vallejo (73) dejó su país hace 40 años para instalarse en Ciudad de México. El autor de La virgen de los sicarios, novela llevada al cine en 2000, donde registra una Medellín dominada por el narcotráfico y los asesinos adolescentes, vuelve a través de los recuerdos a su ciudad de origen. Y lo hace en su nuevo libro, ¡Llegaron!,  publicado por Alfaguara.

Nacido en una familia acomodada de Medellín, Fernando Vallejo fue un destacado pianista en su infancia, un sobresaliente alumno de Biología, luego en Letras y Filosofía. Su carrera literaria comenzó a mediados de los 80. Ahora, es autor de 21 libros, ha obtenido el Premio Rómulo Gallegos y FIL de Literatura; entre de sus novelas, ensayos y biografías, La puta de Babilonia es su obra más incendiaria. En ella, a través de la historia de la Iglesia Católica, habla de asesinatos, homosexualidad y ambición.

En ¡Llegamos! retorna a la Medellín de su infancia junto a sus hermanos, disfrutando de aventuras en la finca Santa Anita de los abuelos. Un gran terreno campestre separado por ocho kilómetros de la urbe colombiana.

“Eramos el tifón, el huracán, el tornado, y habíamos llegado a destruir. Lo que estaba bien lo dañábamos, lo que estaba mal lo empeorábamos y lo que estaba aquí lo poníamos allá”, escribe Vallejo en su libro, que arranca en un auto Ford con el viaje de su familia rumbo a Santa Anita.

“Pueblo grande o ciudad chica Medellín tenía cuando nací trescientos mil habitantes. Pongámosle doscientos mil, para que no digan que exagero. Hoy pasa de los tres millones, que dan guerra por diez”, apunta Vallejo. Su padre, agrega, “se aburría de los carros y los cambiaba por otros. A mi mamá en cambio nunca la cambió. Era monógamo de mujer y polígamo de carros. Y tuvo también muchas fincas”, anota en ¡Llegaron! y más adelante habla de pobres y ricos, de creyentes y blasfemos, de la clase política y de los escritores Gabriel García Márquez y Octavio Paz.

Terceras personas

Fernando Vallejo cuenta que ya no lee libros. "De niño y de muchacho leí muchísimo. Hoy nada. Si acaso los titulares de los periódicos", dice por email a La Tercera.

Sobre el presente, Vallejo escribe en ¡Llegaron!: “Ahora bien, me pregunto tratando de entender el mundo, ¿y las ansias de poder qué? Otro espejismo, pero de la vigilia. El poder no deja vivir. Ni el dinero. Ni la fama. Ni el sexo”.

¿La finca Santa Anita fue su paraíso perdido?

Vista desde ahora sí. Vista desde mi niñez no, ningún paraíso. La memoria lo magnifica todo.

Ud. escribe en el libro que “los pobres nos odian a los ricos por más bien que les hagamos”. ¿Cómo fue en sus años de formación la relación con otras clases sociales?   

La vida es una pesadilla dondequiera y siempre: en la clase baja, en la media, en la alta, en la niñez, en la juventud, en la edad adulta, en la vejez, en la ciudad, en el campo... En cuanto a los pobres, para referirme a ellos en concreto, me indigna el lugar común de equipararlos a la bondad. Los pobres son una horda paridora, irresponsable y zángana. Estoy harto de izquierdismos y demagogias.

En la novela se refiere a Octavio Paz y García Márquez. ¿Qué le molestó más de ellos: su cercanía con el poder o sus obras que van en otra dirección que la suya?

Que eran muy mezquinos ambos. El primero, un prosista menor y un pésimo poeta, podrido de envidia. Y el segundo, el primer cortesano de Fidel Castro y un novelista sin originalidad, contra lo que se dice. Para empezar, escribía novelas de narrador omnisciente, de tercera persona, el camino más trillado de la literatura, llamando a sus personajes con nombre y apellido como Rulfo, hablando de sueños dentro de sueños como Borges, etcétera. ¿Y qué es eso de que en Macondo las cosas eran tan recientes que había que señalarlas con el dedo? Pero el que lo dice lo dice en español, una de las lenguas de civilización, de que hablaba Toynbee, en la que se escribió El Quijote.

¿Encuentra al Papa Francisco más liberal que sus antecesores en el Vaticano?

Ese es uno que no quema gente en la hoguera, al estilo de la Santa Inquisición, porque no puede. En los tiempos que corren no le queda más que dárselas de pobre y bondadoso. ¿Qué ha hecho para reformar su empresa, la Iglesia de Roma, en los tres años que lleva de pontificado? Todo tiempo pasado fue menos malo.

¿Prepara un próximo libro?

Los libros que he escrito son muchos: veintiuno, dos más que los hijos que tuvo mi mamá. Siento que no tengo derecho a seguir escribiendo. Y ya que hablo de derechos, te diré que no defiendo, como la Revolución Francesa y los demagogos, los “Derechos del Hombre”, sino los “Deberes del Hombre”: el deber de no reproducirse, el de no votar y el de respetar a los animales, que son nuestro prójimo, el de no comérnoslos. Hay que acabar con los mataderos.

¿Cómo se enfrenta ante la vejez y la posteridad de su obra?

“Viejos los cerros”, dicen en México, y no hay más posteridad que la tumba y el olvido.

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