Histórico

Hipsters: La quintaesencia de lo cool

<img height="15" alt="" width="50" border="0" src="http://static.latercera.cl/200811/193770.jpg " /><br /> Nacieron a comienzos de los años 2000 en un barrio de Brooklyn, en Nueva York, y hoy están en las principales capitales del mundo.

Usan pantalones pitillo y zapatillas caña alta como si fueran punkies, pero el resto de su look deja claro que no se trata de un espécimen más de esa corriente contestataria que nació en Londres durante los 80. Los hipsters aman el cotelé café -cosa que un punky no abrazaría jamás-, se ponen anteojos con marco de carey aunque no los necesiten, no se sacan su abrigo comprado en la ropa usada por más calor que les dé y suelen vivir en departamentos amoblados al estilo Ikea ubicados en barrios céntricos. Circulan a pie, aperados con su infaltable bolso cruzado y su cámara Lomo, o en una bicicleta antigua de paseo. Escuchan música indie -con esos audífonos enormes de DJ, por cierto- y ven cine alternativo. Devoran las páginas de revistas como Wallpaper o Nylon y no se pierden la sección Style del New York Times. Usualmente son bastante flacos y, por lo general, fuman. Los hipsters no se suman a las tendencias ligadas con la vida sana, lo eco-amigable o lo eco-chic. No. Ellos son los nuevos chicos bohemios, adictos al cigarrillo y la cerveza. En resumen y, traducido al lenguaje local, los hipsters son "tipos onderos".

En Estados Unidos se usa el modismo "hip" para referirse a lo sofisticado, a lo mundano que está de moda. Pero también se utiliza para aludir a personas sin responsabilidades o ambiciones, que prácticamente no trabajan, quizás como una alusión a la filosofía antisistema promovida por los hippies. Y los hipsters reúnen algo de ambas definiciones: les fascina adelantarse a lo que va a estar de moda, pero, por lo general, no están dispuestos a esforzarse demasiado para poder comprar ropa cara, objetos de diseño de culto o ingredientes para platos sibaritas. Ganar grandes sumas de  dinero no es parte de sus planes, aunque sus padres hayan amasado fortunas jugosas.

En una suerte de consumo paralelo al mercado de las grandes masas, redescubren y revaloran objetos de antaño que rápidamente ponen de moda, como las libretas Moleskine, los anteojos Wayfarer y la ropa vintage.

Desde el punto de vista de la sociología, son una subcultura, "un grupo social que tiene particularidades propias, que marca sus límites dentro de un entorno complejo mediante códigos que le permiten distinguirse del resto", explica la socióloga María Teresa Douzet, de la Escuela de Sociología y Ciencia Política de la Universidad Católica de Temuco.

En el caso específico de los hipsters, esta diferenciación está marcada, según acota el especialista en temas de cultura urbana Robert Lanham, en su libro The Hipster Hand-book (autoedición, 2003), por poseer gustos, actitudes y opiniones "que son consideradas cool por la gente cool". Claro que, como ellos andan siempre en la búsqueda de lo nuevo, consideran de pésimo gusto utilizar la palabra "cool". En su lugar dicen "deck", vocablo que se usa en inglés para  aludir a las cubiertas de los barcos. Ser deck es estar en la cima, arriba del resto.

Los primeros hipsters nacieron en los años 40. Según consigna el diccionario Webster's, ya en esos tiempos se usaba esta palabra en Estados Unidos para referirse a "adultos jóvenes urbanos, de clase media y alta, con puntos de vista liberales y que tenían mucho interés por la moda y la estética cultural". Pero por entonces no se trataba de un fenómeno extendido, por lo que el término no se hizo popular hasta los primeros años 2000. Fue entonces cuando surgió un grupo de jóvenes en el sector de Williamsburg, en Brooklyn, que amaba la ropa usada y el look retro. A alguien se le ocurrió llamarlos hipsters y la tecnología actual se encargó de difundir el término por todo el planeta.

A poco andar, los hipsters se multiplicaron por los barrios "con onda" de las más importantes ciudades de Estados Unidos: Berkeley, en San Francisco; Capitol Hill, en Seattle, y Aliston, en Boston. Desde ahí se han expandido globalmente. En Santiago se concentran en el sector de Lastarria y el barrio Bellas Artes, atraídos principalmente por los edificios antiguos con parqué auténtico (el piso flotante no es santo de su devoción) y ascensores con rejillas y manillas de bronce. Además, claro, de la profusión de librerías, tiendas y cafetines que ofrece el sector. Si algo distingue a un hipster es su afición por los libros, por las largas conversaciones en torno a un café cortado, los paseos por las disquerías de culto y por las tiendas de ropa de segunda mano que se vende en el masivo mundo del retail.

A tono con estas preferencias, ellos buscan profesiones que les permitan canalizar creativamente sus inquietudes "intelectuales": artes visuales, fotografía, música, comunicaciones y carreras humanistas de diversos tipos. Escriben mucho y casi siempre tienen un blog. Pero no necesariamente se unifican en torno a una ideología, marco teórico o postura social crítica, como suele ocurrir con las tribus urbanas. Y esa carencia ha sido el blanco de muchas críticas.

¿SIMPLE POSE?
"Ondero, abajista, engrupido y mercenario de las modas alternativas, el hipster es un personaje tan irritante como su falta de ideología y su eterna pose. Prostituye movimientos contraculturales que fueron honestos y rebeldes con causa como el punk. Es un hipócrita que se disfraza de underground para esconder su desorientación en la vida, un malcriado aburrido que quiere hacer turismo social y cultural, un niñito bien jugando a ser el Che Guevara por 15 minutos". Así de tajante es Rodrigo Guendelman, periodista especializado en tendencias, para describir a este grupo.

Y no es el único.

Hace poco, la popular revista Time Out de Nueva York, lanzó un estruendoso titular que anunciaba: "The Hipsters must die" (Los hipsters deben morir). En su artículo, el cronista Christian Lorentzen describe a este grupo de entre 18 y 34 años como "zombies culturales que mataron lo cool en Nueva York y que deben ser enterrados para que vuelva a renacer la onda de la ciudad". Para él, se trata casi de una plaga que hay que exterminar como si se tratara de cucarachas.

Similar opinión tiene Douglas Haddow, cronista de la revista canadiense de crítica cultural Adbusters. Según él, la raíz de la mala fama de los hipsters está en el hecho de que se trata de la primera contracultura que nace bajo el microscopio de la industria del marketing. "Las empresas de cool-hunting los observan, venden la información que recopilan a las grandes empresas para que ellas terminen vendiéndoles lo que ellos creen que inventaron. Al final, son sólo un grupo de consumo, vacío de rebelión, que devora lo cool en vez de inventarlo", sentencia.

Quizás por todo esto, los propios hipsters reniegan de su condición. No parece ser algo de lo que se pueda estar orgulloso; muy por el contrario, ser tildado de tal tiene una connotación peyorativa.

Aun así, no hacen más que multiplicarse por las grandes capitales del mundo, sin importar el nombre que les pongan. Siempre habrá jóvenes cazadores de lo cool, y empresas dispuestas a ofrecerles lo que necesitan.

¡Oferta especial vacaciones de invierno! ❄️

Plan digital $1.990/mes por 4 meses SUSCRÍBETE

Servicios