Ideología

SOMOS TODOS marxistas en Chile. La desconfianza agudizada nos hace siempre preguntarnos qué hay detrás de cada idea o propuesta. En otras palabras, las ideas (o ideales) que se propalan en el espacio público no serían más que “ideologías” que esconden intereses económicos de clase, clan, grupo, o empresas específicas. Es decir, en lugar de debatir opciones y sus costos y beneficios, preferimos descalificar a quienes las proponen asignándoles intereses no confesables.
Marx no acuñó la palabra “ideología”, pero fue quien le dio un sello que la marcaría para siempre. Para Marx, todos las escuelas filosóficas, las religiones, los sistemas legales y aún el arte eran parte de la “superestructura”, sistemas de pensamiento para legitimar los intereses de la clase dominante (en otras palabras, ideologías), y era la “base económica” (las relaciones de propiedad y de clase) las que originaban esas ideas y sistemas de pensamiento. La noción implícita es que cada sistema de ideas no es más que una cortina de humo para intereses económicos. Esto aplica hasta a las creencias religiosas: la felicidad eterna de quien se comporta bien en esta vida miserable es el pago por aceptar la explotación en el más acá.
Así, hoy en día los chilenos somos bastante reacios a enfrentar ideas con otras ideas, y solemos descalificarnos mutuamente aduciendo intereses personales de quienes las proponen. Yo soy economista y, por tanto, tengo la deformación profesional de propender a evaluar los costos y beneficios de diversas propuestas de política económica y social, en lugar de enfrascarme en una discusión para descubrir a qué intereses responden esas propuestas. Me parece importante analizar las ideas que nos proponen unos y otros para hacer más equitativa y dinámica a nuestra desigual sociedad, para que eventualmente la gran mayoría, con su propio esfuerzo, pueda acceder a los frutos del desarrollo.
La discusión racional está desvalorizada y nos movemos por consignas. Si estamos de acuerdo con las consignas del momento, estamos en el campo de los “buenos”. Si las llegamos a cuestionar, habrá algo encubierto que nos lleva a hacerlo. Nuestras propuestas o cuestionamientos son tildados de “ideológicos”. Los marxistas ganaron.
Los hechos de corrupción y compra de políticos por intereses económicos, de uno y otro bando, no hacen más que refrendar este preconcepto que detrás de cada propuesta hay un interés personal o grupal encubierto. Los políticos son el ejemplo más palmario de lo que afirmo: sus propuestas están siempre enmarcadas en un conjunto de ideas acerca de cuál es o debería ser el bien común, o el análisis “verdadero” de la realidad, cuando al final del día, se revela que no había detrás de sus grandilocuentes ideas más que sus mezquinos intereses personales.
El resultado es la desconfianza que nos separa, la pérdida de la capacidad de diálogo y de búsqueda de lo que es mejor para nuestra sociedad. Más allá de la imperiosa necesidad de separar el dinero de la política, debemos iniciar un proceso de escucharnos los unos a los otros, para que podamos discutir ideas en lugar de denostarnos.
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