Histórico

Iggy Pop: uno de los últimos sobrevivientes del rock debuta en Chile en plena resurrección

El artista se presentará en octubre en Santiago con la banda inglesa The Libertines como teloneros.

Iggy Pop (69) se está quedando solo. En los últimos siete años, el cantante ha visto partir a casi todos sus escuderos de generación, como los hermanos Ron y Scott Asheton, fieles camaradas a bordo de The Stooges; David Bowie, el amigo que rescató su carrera cuando avanzaba sobre lodo a fines de los 70; y Lou Reed, algo así como un hermano no sanguíneo con el que protagonizó una de las fotos más legendarias de esos días, precisamente junto al Duque Blanco como tercer invitado.

Frente a la orfandad, a la inevitable sensación de que los plazos se estrechan, "la Iguana" ejecutó el único plan posible para sobrevivir, al menos en el circuito rockero: reinventarse, aliarse con figuras que podrían ser sus hijos o sus nietos, un lifting artístico que permita declarar vigencia en las últimas estaciones antes del adiós definitivo. Por ello, en marzo editó un álbum (Post pop depression) que brilla sin exageraciones entre lo mejor de su trayectoria y, dos meses después, secundó en Cannes el estreno de un aplaudido documental consagrado a su banda madre.

Casi en sincronía con esa restauración de su imagen, el hombre del eterno torso descubierto -marchito por los años, pero aún cincelado- y pieza angular del cancionero estadounidense cerró su primera vez en Chile. Según la productora DG Medios, James Newell Osterberg, su verdadero nombre, se presentará el lunes 10 de octubre en Movistar Arena. Además, lo hará con la banda inglesa The Libertines como teloneros, en parte herederos del sonido sucio y la vibra electrizante de Iggy Pop, sobre todo gracias al personaje fabricado por su cantante, Pete Doherty.

El show materializa la venida de una de las últimas personalidades del rock clásico que no había pasado por Santiago y culmina más de una década de intentonas por tenerlo en escenarios locales. Los primeros sondeos vinieron en 2004, cuando incluso hubo acercamientos por parte de la discoteca Blondie, aunque las negociaciones más firmes se trazaron dos años después, aprovechando una presentación en Buenos Aires que, finalmente, no tuvo capítulo chileno. De hecho, el oriundo de Detroit ya cuenta varias escalas en Argentina y Brasil desde fines de los 80.

De alguna manera, el intérprete ha definido sus nuevos tiempos en un puñado de conceptos que retratan a un creador hastiado de su caricatura y vacilante frente a una carrera que, incluso frente al peso de su legado, ofrece tramos olvidables, de claroscuros y carentes de dinamita. "Pensé que había un cotorreo que no me gustaba sobre que mi capacidad de ofrecer un buen disco ya era algo del pasado, y que ya solo era un showman en directo. Pensé que podía hacer algo nuevo", soltó en El País, mientras que en The New York Times encadenó un juego de frases que seguían mirando a la música como única vía para sacudirse del pasado: "Yo quiero ser libre. Para ser libre, tengo que olvidar. Para olvidar, necesito música".

Y para empezar a olvidar, Pop le envió un mensaje de texto a Josh Homme -líder de Queens of the Stone Age y quizás el músico de rock duro más inventivo de este siglo- con el fin no sólo de elaborar un nuevo proyecto que hermane a dos mundos dispares: "Le dije 'quiero que me lleves a un lugar donde nunca he estado'", ha narrado el estadounidense.

Y el deseo no sólo se vio satisfecho en el terreno artístico. Para materializar el giro, la voz de Lust for life operó de la misma manera en que lo hacía con Bowie hace casi 40 años: escogiendo un nuevo entorno físico para grabar y dejando que los factores externos influyan en la composición. Si en el pasado fue Berlín, esta vez Pop y Homme se recluyeron en el desierto californiano, junto a  una banda integrada por el guitarrista Dean Fertita (QOTSA) y el  enérgico baterista Matt Helders (Arctic Monkeys).

El resultado, Post pop depression, es un álbum de textura fantasmagórica, deudor de la mejor versión del artista, y que extiende esa rúbrica de crooner retorcido que ya había explorado en sus discos adscritos al jazz (Préliminaires, de 2009) y la canción francesa (Après, 2012), en otros conatos de renovación. En sus conciertos actuales, el músico despliega casi la totalidad de su último título, aunque -en un promedio de 22 temas- también hace espacio a clásicos como Nightclubbing, The passenger, China girl y la propia Lust for life.

Porque Iggy quiere olvidar, pero tampoco tanto. Gimme Danger es el nombre del documental de Jim Jarmusch estrenado la semana pasada en el Festival de Cannes, donde repasa la vida de los Stooges, ese conjunto con el que a fines de los 60 empezó a dar cuerpo a todas las formas de rock duro que explotaron en los años posteriores, desde el punk  hasta el grunge. "Cuando me miro en esa época, descubro lo violento que era en el escenario. Esperemos que eso siga vivo", dice el artista en el registro, amenaza que de seguro se hará carne, electricidad y torso desnudo en su primera vez por Santiago.

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