Julian Barnes: "Eso de que lo que no te mata te hace más fuerte es una estupidez"

El mundo se ha vuelto un lugar extraño tras la muerte de su esposa, a quien le dedica Niveles de vida, su nuevo libro.




Pasa para muchos por ser quizá el más francés de los escritores británicos. Salvo para los propios franceses, que lo adoran precisamente por su marcada identidad inglesa. Julian Barnes (1946) ha permanecido años de luto. La muerte de su esposa, Pat Kavanagh, en 2008 le sumió en un largo aislamiento público que ha resultado no obstante muy productivo. Su literatura ha pasado a la brillantez de las sombras en libros como El sentido de un final, por el que ganó el Premio Booker, o Nada que temer, su memoria y exploración de la muerte. En su último ejemplar, Niveles de vida, que acaba de llegar a Chile editado por Anagrama, Barnes se adentra en la pérdida de un viudo en pugna con el mundo.

Aunque no se ha tomado sus bellas y descarnadas páginas como un desahogo, ha sido el libro por el que más gente le ha parado en la calle, confiesa, identificándose con sentimientos que muchos de ellos reprimían. Pero en Barnes también pervive como estilo la ironía que demostró en Inglaterra, Inglaterra o deslumbrantes vueltas de tuerca como El loro de Flaubert o su obra maestra Arthur & George.

Hablemos de metáforas. ¿Sufre usted de la misma excesiva capacidad para ellas que, según él, padecía Flaubert?

Bueno, él dijo que eran algo así como moscas apiladas sobre su cabeza que se veía obligado a aplastar. No deja de ser una rareza en su campo, porque, generalmente, lo que nos ocurre a los escritores es que no tenemos suficientes. Yo me quedaba encantado con las que le sobraran a él.

La memoria para Ud. se implanta como la mayor metáfora de todas. ¿Es así?

Cuanto mayor me hago, menos me fío de la memoria. No creo en ella como una representación de la realidad; cuanto más envejezco, más me obsesiona. En Nada que temer, también me ocurre eso. Y es un libro sobre la muerte. Discutí mucho con mi hermano filósofo mientras lo hacía. El cree que la memoria personal es una base muy frágil para la verdad. Los filósofos no son muy prácticos, sencillamente lo que ocurre es que yo cuento con una memoria más fiable.

¿No resulta aconsejable para un escritor dejarla penetrar en sus libros?

Se puede utilizar, incluso jugar con las discusiones de los personajes en torno a un acontecimiento vivido mientras tratan de construir una realidad objetiva. La memoria me ha preocupado siempre como un tema central.

¿Moralmente o técnicamente?

En ambos sentidos. Usted cree que soy metafórico, y supongo que las busco en un sentido amplio.

Su último libro lo encuentro más minimalista que metafórico.

Lo intento, pero en las dos primeras partes.

¿Por miedo o rodeo ante la tercera parte en la que usted habla del dolor que ha experimentado en los últimos tiempos?

No, no por eso, de hecho no escribí esa novela de principio a fin, sino en tres partes al tiempo.

El libro trata también de eufemismos, de cómo la gente bordea la verdad de lo que quiere decir. ¿Es el eufemismo el mayor enemigo de la literatura?

Hay una crítica explícita de eso. Pero no sólo. Aunque de lo que va es de algo que adolecen las novelas escritas en inglés. Nosotros no solemos hablar de la muerte y menos del luto. En parte porque hasta que no dejamos de temerla, no la abordamos. Lo hemos dejado en manos de otros, como los médicos. Solíamos lidiar con la muerte en familia, pero ahora la hemos trasladado a los hospitales. Es curioso que estén otra vez dejando que la gente muera en sus casas, pero porque es más barato, no por razones humanitarias.

¿Le ha ayudado este último libro a desahogarse?

No, en absoluto. No espero de mis obras un trabajo terapéutico. Tampoco lo espero para los lectores. En algunos aspectos, esto ocurre. Por ejemplo, si llevas una vida miserable, lo cuentas en un libro, te forras y tu vida cambia: ¡eso sí es terapia!

¿Ni un poco?

Bueno, con este libro, hay gente que me ha parado por la calle, incluso en Londres, donde nadie lo hace, y me han dicho cosas conmovedoras. Tales como que no creían que les estuviera permitido ni siquiera ciertos pensamientos. Imperaba en ellos una especie de autocensura de impresiones. Existen demasiadas emociones en torno a la muerte y al luto que la gente descarta por pensar que son malas, les hace sentirse culpables por el mero hecho de que se les pase por la cabeza.

Es que se muestra Ud. cruel consigo mismo. Valora incluso el suicidio.

Esa lucidez es mi única defensa, mi única manera de sobrevivir. No lo hubiese conseguido sin eso, ni sin mis frases, ni sin cierta manera de escribir y describir mi experiencia.

¿Esa idea del suicidio se le ha quitado de la cabeza?

Ese tipo de cosas no desaparecen completamente… El otro día fue muy extraño. Cumplía los mismos días de vida que Pat tenía cuando murió. Significa que había estado ya en la Tierra el mismo espacio de tiempo que ella. En cierto modo, no es más que una estadística, pero con un peso emocional que va más allá de la mera cifra. Lo que Nietzsche dijo de que aquello que no te mata te hace más fuerte era una completa estupidez. Eso sí que era un eufemismo. Lo que no te mata puede causarte un daño del que no te recuperas, que le pregunten a Primo Levi.

¿Se considera Ud. el escritor más francés entre los ingleses?

¡Salvo cuando estoy en Francia! Me da por preguntarles si no les resulto continental para su gusto y me responden: no, no, es Ud. muy inglés, por eso nos gusta.

Raro. Porque trata Ud. a Francia como un ideal.

Sí, sí, es verdad. Somos muchos los ingleses a los que nos gusta Francia, y es curioso que para gran parte de mis compatriotas los franceses precisamente encarnan como nadie lo extranjero.

Su generación y quizá las siguientes... parecen demasiado conservadores, huyen del riesgo.

Puede ser. Parte de nuestra literatura es conservadora en exceso, sobre todo si hablamos de la forma, de hecho no se muestra demasiado interés en ese aspecto como parte de la experimentación. Estilísticamente, sí se toman riesgos en casos como el de Martin Amis. Yo me siento diferente en ese sentido, a mí me interesa mucho. Para citar de nuevo a Flaubert, diría que no hay forma sin idea ni idea sin forma. Aunque, también, parte de culpa la tienen los lectores, que son también muy conservadores.

¿Quizá es que están Uds. demasiado encerrados en su propia lengua y apenas les llega literatura de fuera?

No, no, no lo acepto. O sólo en parte. Nos encontramos en una posición peculiar. El inglés en el mundo nos ofrece un vasto abanico de realidades diferentes: Estados Unidos, India, Sudáfrica… Eso nos convierte en vagos y nos avergüenza viajar a Francia, Italia o España y encontrar en las librerías esa enorme variedad de traducciones.

¿Qué es Reino Unido hoy?

Hay algunos sectores que persisten en aislarnos y me temo que es posible y que dure. Los ingleses somos muy flojos a la hora de definirnos. Aun así, empleamos mucho tiempo en intentarlo. Los americanos no se obsesionan con eso, por ejemplo. O se contentan pensando que nosotros somos una versión fracasada de EE.UU. De la conciencia imperial, para el resto del mundo tenemos una percepción de extrañeza, pensamos que el resto no son ingleses. Nos refugiamos quizá en esos tótems antiguos que nos distinguen, como la monarquía, mientras que la realidad nos muestra lo contrario en el mismo Londres: una variedad enorme de culturas diferentes donde los ingleses rubios somos minoría. Una urbe cosmopolita y cara. En eso andamos en desventaja quienes somos de ahí porque la ciudad se ha encarecido, ya que los ricos de otras partes del mundo la han convertido en su refugio.

¿Y consolidar así un nuevo clasismo del que no logran desprenderse?

En eso hemos mejorado. Se trata de un país mucho menos dividido en ese aspecto de lo que lo fue cuando yo era niño. Ya no conozco aristócratas, pero es cierto que si lo fuera me sentiría mucho más aristócrata ahora observando lo que tiene lugar en Londres. Como pertenezco a la clase media, prefiero pensar que la multiplicidad de culturas que vivimos es buena. De hecho, ser inglés hoy es más una cuestión de lenguaje que otra cosa. Un lenguaje que adoro y quiero mantener a salvo, sobre todo de americanismos. El problema con el inglés de EE.UU. es que lo empobrece, y no quiero que nos convirtamos en una ínfima versión suya.

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