Histórico

La cueca después de la cueca

Más ruidosa y urbana, la cueca que hoy atrae a los jóvenes y convive en fiestas junto a otros ritmos populares, como la cumbia y ranchera, no exige ponchos ni trajes de china, y acoge raíces sonoras que le eran ajenas. Expertos y exponentes postulan que su redescubrimiento ocurrió cuando logró sacudirse los colores patrios para incrustarse en la nueva cultura popular chilena.

ESTA historia ya no la protagonizan esos hombres vestidos de huaso sobre dos ojotas ni las coquetas chinas de trenzas. Tampoco ocurre en el campo profundo sino en medio del metálico estruendo de la ciudad, donde el eco de la cueca se cruza con el rugido de las micros y otros ritmos fiesteros. Por eso no es raro entrar al legendario Huaso Enrique u otros rincones populares, como Las Tejas, La chimenea o el Bar Victoria, y ver a jóvenes bailar y canturrear cumbias y rancheras antes de zapatear, en jeans y minifalda, una cueca que está lejos de parecer cueca y, que sin embargo, lo es.

Según el musicólogo y director del Instituto de Música de la U. Alberto Hurtado, Juan Pablo González, el nuevo despegue y redescubrimiento de la cueca, en especial la urbana, esa que brota y se esparce en la ciudad, responde a “una tendencia de fin de siglo de retomar la música de sus abuelos. Había ocurrido con el tango y la aparición de las milongas en Buenos Aires; con el chôro antiguo entre cariocas, y hasta con los bailes swing entre jóvenes norteamericanos. Es lo mismo que está ocurriendo con los jóvenes cuequeros chilenos”, advierte.

Mirar hacia atrás

Un decreto del 18 de septiembre de 1979 la declaró baile nacional. El cantor e investigador Mario Rojas cree que desde entonces “la cueca estuvo entrampada en una jaula, aunque su historia nunca dejó de correr en lo subterráneo”. Con los años, la nueva camada de músicos, alentada por bandas populares, como Los Tres, volvieron a apoderarse de ella “desde lo musical, aludiendo a que no era tema de milicos ni de la patria ni del copihue ni de los investigadores. Esta huevá es música, y por eso estamos viviendo este redescubrimiento, desde el lugar que se debe”, alega.

Conjuntos como Los Santiaguinos, Los Tricolores y Las Torcazas fueron los primeros en darle otros aires a la cueca, en los 90, “incorporando baterías, bajos y otros instrumentos”, añade Rojas. Chora, brava, urbana o de salón, lo cierto es que la cueca se ha multiplicado en su propia cancha, entre los barrios Brasil, Yungay, Estación Central y Huemul, en Santiago; también en regiones, como Valparaíso.

Y aunque por años su origen ha dividido a los expertos en una discusión sin salida, desde la teoría de su origen africano impulsada por Benjamín Vicuña Mackenna, hasta las febriles ideas de José Zapiola, quien se autoproclamó su importador desde el Perú, quienes hoy la traspasan a las nuevas generaciones adhieren a la teoría más aceptada: su origen español, particularmente de la tradición arábigo-andaluza.

“La cueca tradicional proviene de los cantos moros en España tras la ocupación árabe”, afirma Luis Castro de Los Chinganeros, heredero de una tradición familiar apegada al Canto a la Rueda, protegido por José Miguel Carrera en 1811. Siguiendo la línea del cultor de la cueca o chilena tradicional, Fernando González Marabolí, este año viajó a EEUU, México y Perú con su documental Su majestad la cueca, su historia: el canto bicentenario de Chile, un registro de cuatro horas que repasa 200 años de cueca. “Se la enseñamos a los jóvenes tal como la aprendimos, porque les interesa aprenderla así, pero es cierto que la cueca ha cambiado por los ritmos afuerinos. Lo respeto, pero no es como solía ser”, dice.

Está en lo cierto.

Las Capitalinas, el conjunto femenino  agrupado en 2001, contradijo la tradición machista cuequera que relegaba a las mujeres a tocar el pandero y bailar alrededor de cuatro cantores. “No solo volvimos a probar que podemos cantar cueca, como hicieron Violeta Parra y Margot Loyola, sino que además le dimos un sonido más rockero y anglo, del blues al foxtrot”, dice su guitarrista, Karen Alfaro. Sus letras también retuercen lo clásico, como su versión del Guatón Loyola, de Alejandro Gálvez. “Como gran parte de la música ya fue hecha, el reto es jugar con lo que hay. Por eso compusimos El flaco Loyola, que convierte al famoso hombre de Los Andes en un punk al que le sacan la cresta en una tocata”, dice Alfaro.

Los Tricolores, por su parte, mantuvieron la escuela clásica de Hernán Nano Núñez, fundador de Los Chileneros, para interpretar nuevas cuecas al ritmo de una batería y las guitarras amplificadas. Sus letras, en tanto, retoman las historias de amor y desamor que transcurren en la ciudad. “La nueva escena prueba que la cueca de hoy es distinta: las hay de muchos tipos y para todos los gustos, como si se tratara de un género de nicho, pero con vocación popular”, dice Daniel Pezoa, baterista de la agrupación.

“La cueca es un canto libre, ese fue el valor que vieron los jóvenes para reconocerla como propia, sumando la música que ellos mismos escuchan”, dice el actor y cuequero Daniel Muñoz.

“Creo que hacemos la cueca que nos habría gustado que nos enseñaran en el colegio”, señala Karen Alfaro, quien además es profesora. “En los programas escolares aún exigen que los alumnos escuchen esos cantos y letras anticuadas. Lo mismo ocurre con el baile, y eso provoca el rechazo en los niños”, opina. Rojas añade: “Si la gente -y los políticos- se dan el gusto de bailarla como se les antoja, con sus propias pilchas y no disfrazados, que los músicos jueguen con sus partituras es lo de menos. Al contrario, solo la perpetúan”.

Al margen del fenómeno, la clausura del galpón Víctor Jara y la actual crisis de patente del Club Matadero, dos semilleros de la cueca en Santiago, podría agüarles la fiesta, pero todos confían en que no será así y que solo sumará una anécdota en su larga historia. “Es una lástima, desde luego, pero si ya no es allí, tocaremos dondequiera que nos abran la puerta -dice Pezoa-. Hace mucho tiempo que no solo nos llaman para septiembre. En Santiago hay cuecas durante todo el año”.

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