La evolución de los museos: interactivos, entretenidos e integradores
No tocar, no hablar, no jugar. Las clásicas normas de los museos están cambiando para dar paso a espacios más lúdicos y participativos. El Museo de Arte Precolombino y el Museo Violeta Parra, entre otros, ofrecen a sus visitantes experiencias interactivas.
Antes, las visitas al museo eran inseparables de las prohibiciones: no tocar, no hablar, no jugar. El espacio de contemplación del arte exigía un silencio absoluto, que se contradecía con la idea de visitar el museo en familia, aburriendo en especial a los niños. Con la llegada del Museo Artequín en 1992, que permitía a sus visitantes tocar y pintar reproducciones de las obras, seguido de la inauguración del Museo Interactivo Mirador (MIM) en 2000, se revolucionó el concepto de museo. Estos antecedentes demostraron que era hora de replantearse cómo debían ser estos espacios, pensando ahora en un museo que sea integrador para toda la familia y que en vez de prohibir, invite.
A fines de 2015 abrió sus puertas el Museo Interactivo Audiovisual (MUI) en Las Condes, con el objetivo de crear un espacio cultural para jóvenes utilizando un lenguaje que ellos entienden: la tecnología. “Yo soy profesor y cada vez que digo a mis alumnos vamos a un museo, les da lata. Indiferente de que al final les guste o no”, cuenta Francisco Piriz, director del MUI. La idea de este museo es transportar a los usuarios, a través de la tecnología, a lugares y momentos históricos. En la primera muestra, que trata sobre el Imperio Romano, los visitantes pueden sobrevolar el Coliseo a través de la sala de cine 4D; pueden ver gladiadores a través de hologramas; y luchar en la arena del Coliseo contra otros tres gladiadores gracias a lentes 3D y tecnología kinect.
Además de estos museos que son completamente interactivos, varios tradicionales han decidido incorporar salas lúdicas. Desde 2010 la Fundación Mustakis ha apoyado a varias instituciones en este camino, implementando sus Zonas Interactivas Mustakis (ZIM). La del Museo de Arte Precolombino, por ejemplo, inicia el recorrido en un espacio oscuro con proyecciones y sonidos de mar, para que los visitantes se desprendan de la ajetreada ciudad y estén en un estado más propicio para el aprendizaje. Enseguida se encuentran con una pared llena de espejos, que reflejan un collage con rostros indígenas y latinoamericanos, para que puedan identificarse con los rasgos característicos de nuestra tierra. De ahí en adelante el recorrido es libre, e incorpora los sentidos del olfato y el tacto para identificar los alimentos propios de América, rompecabezas gigantes que muestran cómo son las embarcaciones y viviendas de cada pueblo indígena y un juego tipo alfombra de baile para aprender danzas ceremoniales, entre muchas otras actividades. “En el siglo XXI los contenidos culturales y artísticos no pueden aprenderse sólo mirando”, explica Alejandra Valdés de la Fundación Mustakis.
El Centro Cultural La Moneda también cuenta desde 2013 con una de estas salas ZIM, que va cambiando a la par con la exposición vigente. Para la exposición Samurái, por ejemplo, montaron bicicletas interactivas para pasear digitalmente por Japón viendo cómo era antes y hoy. También había espejos para imitar las poses de los samurái y una mesa para crear abanicos. Antes, para la exposición de la colección Peggy Guggenheim contaron con un juego digital en que los visitantes podían pintar al estilo Pollock tirando pintura. “Está demostrado que la manera en que uno se conecta con la información está determinada por el tipo de experiencias que tuvo. Si yo voy a un museo y la paso bien, se produce un proceso de aprendizaje”, explica Pamela Marfil de Convergencia, empresa proveedora de Mustakis en tecnologías interactivas, quien además cuenta que ya están trabajando en cómo será la Zona Interactiva de Egipto -la exposición que ofrecerá el Centro Cultural la Moneda en Abril- , en que piensan incorporar tecnología holográfica.
El museo Numismático del Banco Central es otro de los espacios que han incorporado tecnologías lúdicas. Puesto que el tema del dinero y sus transformaciones puede resultar algo árido, el juego de crear tu propio billete ha resultado excelente para suavizar el contenido. A través de una pantalla táctil se le delega a los visitantes la misión de crear un nuevo billete de $990, para el que tienen que escoger material, color, sellos de seguridad e imágenes. En cada paso se les va entregando información de cómo se hacen los billetes en Chile y se remata con la foto que se les toma para estampar en el nuevo billete. “Todos disfrutan de este juego, desde niños de preescolar hasta los funcionarios del Gope en sus visitas institucionales”, destacó el encargado del Museo Numismático.
A pesar de que la tecnología es un recurso que ofrece infinitas posibilidades y resulta muy atractivo, en el Museo Violeta Parra han decidido integrar la interactividad de otra forma. “Violeta está vinculada al mundo popular, ella proviene del campo, por lo tanto es ilógico abusar de los elementos digitales”, explica Esteban Torres, encargado de Educación del museo. “Es mucho más cercano con su vida y con su trabajo incorporar herramientas analógicas”, agrega. La sala lúdica del Museo Violeta Parra incluye radios y maletas de los años 50’ y permite tocar la textura de las arpilleras que conforman gran parte de la exposición. Además está el Bosque Sonoro, árboles que al acercarnos a sus troncos permiten escuchar distintas canciones de Violeta.
Las posibilidades son infinitas. Cada espacio público está invitado a preguntarse como puede ser más afable para sus visitantes, siendo acogedor para todos: personas con necesidades especiales, niños y adultos. Para cambiar el paradigma de que la cultura es fome y que todos puedan sentirse parte.
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