Histórico

La lección de unidad tras la odisea de los mineros

<font face="tahoma" size="3"><span style="font-size: 12px;">La historia de los 33 trabajadores de la mina San José ha servido para unir a un país que este año ha sabido enfrentar la adversidad.</span></font>

LAS EXPERIENCIAS traumáticas compartidas suelen tener el efecto de unir a las personas en busca de apoyo mutuo y en función de una causa común, como ocurrió en Chile a resultas del terremoto de febrero pasado. En esa ocasión, millones de personas fueron afectadas, en mayor o menor grado, por el sismo y el maremoto, pero también millones se movilizaron de distintas maneras para entregar ayuda o participar directamente en las múltiples labores que exigía la emergencia: búsqueda de sobrevivientes, rescate de cuerpos, distribución de agua, ropa y alimentos, construcción de mediaguas, atención médica, reparación de servicios básicos, etc. En esa dura experiencia -con escasísimas excepciones- los chilenos mostraron sus mejores cualidades y el peso de la tragedia fue menos gravoso gracias a ello.

Aunque distinto, el caso de los 33 trabajadores atrapados en la mina San José ha despertado a nivel nacional un sentimiento de unidad muy similar al que afloró después del sismo. En esta ocasión un grave accidente puso en riesgo las vidas de un grupo de hombres y afectó sensiblemente las de sus familiares y cercanos, pero no a todo un país. Pese a ello, las particulares circunstancias y características del hecho lo convirtieron rápidamente en algo mucho más significativo: una desgracia que encontró eco en millones de personas no afectadas ni directa ni indirectamente por ella, pero que conocieron un drama humano ante el cual no pudieron permanecer indiferentes. El intenso interés con que la prensa internacional ha seguido todo el proceso y los mensajes de aliento que han llegado a Chile desde todas partes del mundo a raíz de esa cobertura son demostraciones palpables de cómo la odisea de "los 33" ha tocado las fibras de muchos.

Tal vez el primer impulso de unidad provino de la firme decisión de no permitir que un grupo de trabajadores permaneciera enterrado sin conocerse a ciencia cierta su destino, pese a que las posibilidades de encontrarlos eran remotas. El gobierno asumió el reto de dar con ellos a como diera lugar y logró contagiar al país la determinación por llevar a cabo esa tarea, aun cuando fuera con el ánimo abatido por las pocas esperanzas de un desenlace feliz. Cuando el premio a ese esfuerzo fue descubrir que los mineros estaban vivos, contra todos los pronósticos, a la determinación se sumaron la ilusión de rescatarlos de su encierro bajo tierra, el orgullo de realizar una operación con ribetes de proeza por su complejidad y la admiración ante el indomable espíritu de quienes, atrapados a casi 700 metros de profundidad, se mostraban confiados de salir bien de la experiencia. Como ocurre cuando el país celebra grandes logros o conmemora fechas importantes, la gente salió a las calles a festejar la noticia, los bocinazos se escucharon de norte a sur y muchas ventanas se llenaron de banderas.

Con ese mismo ánimo el país espera el buen término de las labores de rescate iniciadas anoche y el regreso de los mineros al seno de sus familias. Sin duda, merecen un recibimiento de héroes, pues han dado muestras de un temple que ha conmovido al mundo y que enorgullece a sus compatriotas (chilenos y bolivianos). Con justa razón, todo el país se siente unido detrás de su hazaña y de alguna forma partícipe, porque sin los denodados esfuerzos por encontrarlos y luego por sacarlos con vida, la historia hubiera sido otra.

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