Histórico

Las 125 mejores listas de la historia

Diccionarios, decálogos, índices, reglamentos, lluvias de ideas: el ser humano siempre ha necesitado ordenar el mundo punto por punto. En Listas memorables, el inglés Shaun Usher compila algunos de los listados más célebres del mundo.

EN EL REINO del clickbait -ese término que designa los contenidos web hechos para captar clics y generar dinero rápido a través de la publicidad-, las listas son uno de los cebos predilectos. Basta con mirar las estadísticas: Buzzfeed, un sitio especializado en compilados del tipo “18 datos altamente científicos sobre los gatos”, “10 consejos que harán tu vida más fácil” o “15 cosas que hacen que tu resaca sea aún peor”, recibe 200 millones de visitas al mes. Si la estrategia funciona, probablemente no sea por el peso informativo de las notas, sino porque explota una de las grandes obsesiones humanas: aquella de clasificar, priorizar, racionalizar, fragmentar y sintetizar el caos de la existencia en un listado de palabras escritas.

El escritor francés Georges Perec hizo de esta manía un arte en Me acuerdo (1978), un libro en el que apuntó 480 recuerdos de su juventud, un compendio que, con el paso del tiempo, se convirtió en un poderoso retrato fraccionado de la Francia de posguerra. Pero el amor de Perec por los inventarios tomó giros algo extraños. En 1974 se dedicó a apuntar todo lo que comió y bebió a lo largo del año, una idea algo loca que, sin embargo, devela su concepción de la literatura como un arte del puzzle: frente a una enumeración de cosas, el lector tiene la obligación de juntar las piezas y crear una imagen en su mente. Desde esa perspectiva, 1974 fue un año generoso para el novelista, o al menos eso se desprende de los festines que ingirió en esos meses.

Este curioso texto de Perec es uno de los que abre Listas memorables (Salamandra/Océano), un libro en el que el inglés Shaun Usher compiló 125 listados hechos por escritores, cineastas, políticos, científicos y personalidades de todas las épocas imaginables; minutas que, en cada renglón, develan personalidades e iluminan momentos históricos diversos. En sus páginas hay de todo: están los temas a investigar que anotó Leonardo da Vinci en 1489 -la risa, la epilepsia, la parálisis y el deseo-; las exigencias de Einstein a su primera esposa, Mileva Maric -”recibiré diariamente mis tres comidas en mi cuarto”, “dejarás de hablar conmigo si te lo pido”-; lo imprescindible para lograr “una prosa moderna”, de Jack Kerouac; o los “atributos de la gente civilizada”, según Antón Chéjov.

Usher ideó este libro -que acaba de llegar a Chile- mientras hurgaba en archivos de todo el mundo para su primera publicación, Cartas memorables (2014), en la que reunió un centenar de misivas de personajes históricos, y en cuyo proceso de investigación se encontró con una serie de listas sorprendentes.

Charles Darwin, por ejemplo, escribió en 1838 los pro y los contra de casarse con su futura mujer, Emma Wedgwood, entre los que apuntó “Mejor que un perro en todo caso” y “Menos dinero para libros”. Isaac Newton detalló en 1662 un listado de pecados dirigidos a Dios; y en 1951, poco antes de alcanzar la fama, Marilyn Monroe redactó un texto con los nombres de sus amantes soñados, entre los que estaban tres hombres con los que más tarde tendría una relación: Elia Kazan, Yves Montand y Arthur Miller.

Algunas listas remiten a la época en que fueron redactadas, como el Manual para atrapar galanes para la dama victoriana, de 1890, o el insólito conjunto de alternativas que los productores de Lo que el viento se llevó (1939) propusieron para reemplazar la legendaria frase de Rhett Butler, en medio de la batalla moral que se libró en Hollywood por el Código Hays de censura cinematográfica. “Francamente, querida, me produce náuseas” claramente no habría pasado a la historia como la mejor cita del cine de todos los tiempos.

Hay textos, como las lluvias de ideas de H. P. Lovecraft y Thomas Edison, que demuestran los procesos creativos de sus autores; otros, son pautas personales, reglas de conducta que algunos personajes célebres se autoimpusieron. Ahí están los códigos de comportamiento que Jonathan Swift escribió para cuando fuera viejo; las “normas para educar a un niño” que Susan Sontag consignó para sí misma en 1959 o los “once mandamientos” con los que Henry Miller ordenó sus rutinas de trabajo. A eso se suma un diccionario manuscrito por Nick Cave, consejos para guionistas de Billy Wilder y, como en toda buena lista, un largo etcétera.

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