Las cicatrices imborrables del huracán Andrew
A 20 años de su paso por el sur de Florida, BBC Mundo conversó con algunos de los sobrevivientes de uno de los peores desastres naturales en EE.UU.

Con sus edificios históricos pintados de vivos colores, sus calles flanqueadas por hileras de palmeras y una atmósfera tranquila propia de una pequeña ciudad del sur de Florida, la avenida Krome es uno de los puntos de visita obligada en Homestead.
Pero esta imagen poco tiene que ver con lo que encontraron los habitantes de esta localidad en la mañana del 25 de agosto de 1992, pocas horas después de que el huracán Andrew -un potente ciclón de categoría 5 en la escala Saffir-Simpson- tocara tierra en plena madrugada, causando una destrucción sin precedentes en la zona.
Antes de llegar al sur de Florida, Andrew había causado daños considerables en Bahamas. Al menos 800 casas quedaron destruidas y el ciclón dejó daños materiales al transporte, las comunicaciones, el agua, la agricultura y los sectores pesqueros. En total, Andrew cobró cuatro vidas y causó US$250 millones (1992 USD) en daños en el archipiélago.
En su paso por Bahamas, el huracán se había debilitado un poco pero volvió a tomar fuerza a medida que se dirigía hacia Florida y llegó al condado Miami-Dade con vientos de hasta 280 km/h.
Dejó a 250.000 personas sin hogar y 26 víctimas mortales. Hasta el azote del huracán Katrina en 2005, Andrew era considerado el huracán más costoso de la historia de Estados Unidos. Los daños ascendieron a más de US$26.000 millones, lo que en 2012 serían US$42.500 millones.
Cuando se cumple el 20º aniversario del paso del ciclón, algunos de los residentes de Homestead se reunieron para recordar aquellos trágicos acontecimientos y compartir las historias de cómo lograron reconstruir sus vidas y la ciudad.
JAMES ACCURSIO, 62 AÑOS, PROPIETARIO DEL RESTAURANTE CAPRI
Tenemos una casa de dos pisos y durante el huracán la casa se movía y el agua entraba por todas partes, por lo que decidimos ir al piso de abajo y resguardarnos debajo de la escalera con mi esposa, mis dos hijas pequeñas, dos perros y dos gatos. En ese momento pensé que mi familia iba a morir. Probablemente, de todos los momentos de mi vida, ese fue uno de los más cruciales.
Cuando el huracán pasó, era como estar en una película de ciencia-ficción. Todos los puntos de referencia habían desaparecido. Los árboles, los postes de teléfono, las señales de las calles… todo estaba aplanado.
Inmediatamente salimos con los vecinos -de hecho conocí por primera vez a algunos de ellos- y limpiamos los escombros de las calles, porque queríamos poder salir a buscar a nuestras familias y amigos.
Lo que más me preocupaba era la gran cantidad de comida que teníamos en el restaurante. Acababa de llegar un cargamento de comida y no sabíamos cuándo íbamos a tener de nuevo electricidad.
Cuando nos dimos cuanta de que la electricidad no iba a ser restaurada en un tiempo y como no teníamos un generador, nos sentamos frente al restaurante y le dimos la comida a quien la quisiera. Repartimos costillas, filetes de ternera y cordero. Nos hicimos muy populares en poco tiempo. Nos llevó un solo día deshacernos de toda la comida perecedera.
Abrimos el restaurante a los 30 días. Tras el huracán la clientela cambió totalmente. Mucha gente se marchó del área. Nunca olvidaré a un anciano que pasó por el restaurante y nos dijo que no iba a tener tiempo de ver crecer de nuevo los árboles, por lo que pensaba mudarse a otro lugar de Florida donde los árboles ya hubieran crecido. Fue triste escuchar eso.
RUTH CAMPBELL, 92 AÑOS, MUSEO HISTORICO DE HOMESTEAD
Parecía como si un tren estuviera viniendo y uno sentía que podía chocar en cualquier instante. Ese fue el sentimiento durante la tormenta.
Estaba con cuatro de mis nietos y les decía que todo iba a salir bien, pues ya habíamos hablado de la tormenta.
Los primeros que llegaron son los que yo llamo 'los hombres del infierno': no era la Cruz Roja, eran los ladrones y llegaron con sus vehículos.
Como comunidad tuvimos la que quizás fue la barbacoa más grande de nuestra historia. El viento prácticamente se había llevado nuestra planta de electricidad.
Era como estar en una isla, una isla de basura. Había pilas de cosas a los lados de las calles. Pasaron semanas y semanas antes de que las limpiaran.
En esa época yo era parte del concejo de la ciudad. Nuestro ayuntamiento se convirtió en el principal centro de comunicación. Lo más importante era responder a las dudas de la gente: dónde conseguir gasolina, dónde conseguir hielo… ¡El hielo era lo más preciado!
El alcalde dijo que era realista pensar que podíamos tardar dos años en recuperarnos. ¡Así de tontos éramos! Pensamos: '¿Dos años? Podemos soportar todo durante dos años'. Los años siguieron pasando, pero ese pensamiento realmente nos hizo sentir mejor.
STEVE BATEMAN, 56 AÑOS, ALCALDE DE HOMESTEAD
Andrew fue muy doloroso. Cerca de 10.000 personas se marcharon de la ciudad en los primeros 30 días.
El 50% de mi casa estaba destruida y mi negocio -un gran almacén con una oficina- también quedó muy dañado.
Recuerdo la mañana después del huracán, sobre las 7 de la mañana, vi como estaban saqueando mi almacén. Salían de él con un generador y otras herramientas y cosas.
Entró en vigor la ley marcial. Todo el mundo iba armado. Los militares llegaron y se estableció un toque de queda. Si alguien lo violaba era arrestado.
Los primeros tres meses no hicimos otra cosa que ir casa por casa, de amigo en amigo, ayudándoles a que pudieran recuperar cierta calidad de vida, sacando el agua de sus casas y echándoles una mano con la reconstrucción.
Demográficamente Homestead cambió drásticamente. Siempre hemos sido una comunidad agraria, así que teníamos gente que venía a hacer la temporada. Pero ahora hay tanta diversidad. Guatemala, Colombia, Venezuela, Cuba, Haití… tenemos gente de todas partes.
Los códigos de construcción cambiaron drásticamente y ahora contamos con uno de los códigos más estrictos del país. Así que pienso que sí estamos preparados para otro huracán de categoría 5.
Creo que Homestead debe ser recordada por su tenacidad, por su voluntad de subsistir y luchar para volver a ser lo que era.
TEODORO ARAGON, 69 AÑOS, PROPIETARIO DEL RESTAURANTE NICAMEX
Durante el huracán el dueño del supermercado cubano en el que trabajaba me dejó cuidando el negocio y allí me quedé con mi esposa y mi hijo.
Lo que más sentimos durante el paso del huracán fue el viento. Se llevó el techo por los aires. Los estantes se movían, los productos caían al suelo. Pasamos toda la noche resguardados junto a una pared que no tenía ventanas.
No pudimos llegar a nuestra casa hasta al cabo de varios días. Todo estaba destruido. Era un campo de casas móviles y parecía que le había pasado una aplanadora por encima.
Perdimos los recuerdos de toda una vida. No recuperamos nada. No tengo ninguna fotografía de cuando era joven. Las perdimos todas.
En 1994 pasé por delante de un edifico. Después del huracán, el techo estaba destruido, no tenía piso. Hice una oferta y lo compré. Fui reconstruyéndolo poco a poco.
Tres años después, en noviembre de 1997 abrí el restaurante. Con el tiempo conseguí una clientela buena y aquí estamos.
ROBERT BARNES, 62 AÑOS, ARQUITECTO
Mi recuerdo más vívido es cuando mi hermano llegó el día antes de la tormenta y me vio remodelando mi casa. Me preguntó por qué estaba haciendo eso si la casa no iba a estar en pie al día siguiente. Él trabajaba para la compañía local de agua, así que sabía más que muchos de nosotros.
Lo único que recibí en mi herencia es un piano antiguo de caoba de mi abuela. (Durante el huracán) simplemente empujé el piano contra la puerta corrediza de vidrio de mi casa. Las paredes empezaron a moverse, mi lancha golpeaba contra la pared lateral de la casa.
Estaba con mis dos hijos y mi vecino. Nos trasladamos entonces a un cuarto en la parte trasera de la casa, puse el colchón contra la puerta y justo cuando la cerramos, las paredes del vestíbulo se derrumbaron.
Recogimos todo y fuimos a mi oficina, donde nos resguardamos.
No tenía clientes, pero le pedí a una diseñadora que me hiciera un cartel para poner sobre el techo de la oficina que dijera: "Coordinamos permisos de construcción, compañías de seguro y contratistas". La gente empezó a entrar por la puerta y en semanas tenía más trabajo del que podía manejar.
Creo que Andrew fue una experiencia para limpiar nuestro espíritu. Aún estamos redefiniendo lo que somos.
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