Manuel Silva Acevedo, poeta: "Lo que ha proyectado Nicanor Parra en la poesía joven es bastante peligroso"
El martes pasado recibió el Premio Nacional de Literatura en una versión que tuvo 18 candidatos.
“Estoy viviendo mi minuto de fama”, dice Manuel Silva Acevedo (74), luego de que el martes pasado se enterara de que era el Premio Nacional de Literatura 2016. “Pero en una semana nadie más se va a acordar”, comenta el poeta en su casa ubicada en avenida Príncipe de Gales, en La Reina. Y se acerca a la mesa donde estaba almorzando cuando la ministra de Educación, Adriana Delpiano, lo llamó pasado las 13.00 horas para darle la noticia.
Su nombre se impuso a 17 candidatos en una versión inédita, que convocó a postulantes de distintas generaciones. Entre ellos, Pedro Lastra, Claudio Bertoni, Elicura Chihuailaf, Elvira Hernández y Carmen Berenguer.
“El premio debe reformularse”, dijo Silva Acevedo luego de agradecer su premio en el séptimo piso del Mineduc, ante la prensa y cámaras de televisión.
El autor, que hace medio siglo debutó en la literatura con el poemario Perturbaciones, estaba acompañado, en el salón de la ministra Delpiano, por los otros miembros del jurado: Ennio Vivaldi, rector de la U. de Chile; Jaime Espinosa, representante del Consejo de Rectores, y Adriana Valdés, como parte de la Academia Chilena de la Lengua.
“Se consideró su presencia poética clave en nuestra literatura, desde su profético poema Lobos y ovejas, además se tuvo en cuenta su trayectoria sostenida”, dijo la ministra leyendo el acta del jurado, que a Silva Acevedo le permitirá recibir $ 18 millones y una pensión vitalicia mensual equivalente a $ 900 mil.
El autor de A sol y a sombra, antología recién publicada por Lom, se convirtió en el séptimo poeta en recibir el galardón desde el regreso de la democracia. El Premio Nacional de Literatura se entrega cada dos años y alterna, en cada versión, entre poesía y narrativa. El primer poeta en recibirlo fue Gonzalo Rojas (1992), luego Miguel Arteche (1996), Raúl Zurita (2000), Armando Uribe (2004), Efraín Barquero (2008) y Oscar Hahn (2012). “Esto de presentar una postulación es indigno”, repite Silva Acevedo en su hogar, donde el teléfono no deja de sonar para recibir saludos.
El arte de la palabra
Nacido en el verano de 1942, Manuel Silva Acevedo fue criado en un barrio antiguo de Santiago. En “el esquivo Paraíso de Avenida República”, escribe en su último libro, Antes de doblar la esquina, memorias en versos que lo vuelven a situar en calles como Alonso Ovalle, Vergara, Toesca y Carrera.
“Escribir este libro fue una necesidad de reconocer mi propia historia y cómo también mi familia influyó en mi formación. Mi abuelo, por ejemplo, me regaló Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne. Fue el primer libro que tuve en mis manos y que no sé si lo leí porque apenas yo leía, pero fue bello ese impacto. Ahora, en ese barrio estuve hasta los 18 años, y salir de allí fue como partir al exilio”, señala el poeta que alcanzó la aprobación del crítico Ignacio Valente, en los 70, cuando escribió sobre Lobos y ovejas.
“Fue un empujón para creérmela yo también, porque eran tiempos muy duros”, dice el autor, cuyo largo poema que enfrenta el bien y el mal tuvo múltiples lecturas, incluyendo el de las víctimas y victimarios de la dictadura de Pinochet, a pesar de haber sido escrito a fines de los 60 producto de una ruptura matrimonial.
“Me parieron de mala manera/ Me parieron oveja/ Soy tan desgraciada y temerosa/ No soy más que una oveja pordiosera/ Me desprecio a mí misma/ cuando escucho a los lobos/ que aúllan monte adentro”, se lee en el volumen.
“Fue publicado en una plaquette por la galería de Paulina Waugh, en 1976, pero las copias desaparecieron cuando incendiaron intencionalmente el lugar”, cuenta Silva Acevedo, quien tuvo un breve paso por las Juventudes Comunistas y quien conoció a los integrantes de la generación literaria del 60, en el Instituto Pedagógico de la U. de Chile.
“Lo que más recuerdo de ese periodo de la JJ.CC. es cuando salíamos a vender El Siglo el domingo, y yo llevaba a un compañero que andaba en silla de ruedas, y que había sido víctima de la represión de González Videla, una bala se le había metido en la espina dorsal”, señala. Y agrega: “En la universidad conocí a Jorge Teillier, Waldo Rojas, Antonio Skármeta, quien dirigía el Centro de Artes Dramáticos del Pedagógico. Allí participé en obras dirigidas por él. Comencé a publicar poemas en el boletín de la U. de Chile, en la revista Trilce, Tebaida...”.
¿Conoció a Pablo Neruda?
Lo vi una vez cuando fue candidato a la presidencia por el PC. Y en un acto en el parque O’Higgins estaba él con Luis Corvalán, y otra gente, y con esa cara de ídolo que ponía, ausente totalmente, incluso medio lateado, de repente apareció un organillero ¡Y despertó Neruda! Eso le interesó, despertó el poeta. Esa es la imagen que tengo de él.
¿Cómo definiría su poesía?
Sobre todo introspectiva. Una búsqueda de clarificación de la conciencia. El poder sentir qué lugar ocupo en la vida, en la sociedad. Pasé por un período que me volví hacia mi interior. Fue cuando llegó a mis manos un libro de George Gurdjíeff, un famoso místico. Fue seminarista junto a Stalin, pero él siempre fue un buscador y encontró una escuela esotérica mística de donde sale el Eneagrama. Entonces Gurdjíeff creó un Instituto para el desarrollo de la conciencia, primero en Rusia, y luego en Europa. Y bueno, después descubrí que había un grupo en Chile que practicaba sus enseñanzas, que Gurdjíeff llamó cristianismo esotérico. Su consigna es “Recuérdese a sí mismo en todo momento”.
¿Sabe sobre qué están escribiendo los jóvenes hoy?
Tengo poco contacto. El poeta más joven que conozco es Rafael Rubio (41), un gran poeta. Yo creo que los jóvenes tienen que ahondar en el oficio, en el arte de la palabra, porque si escribimos al mismo nivel de la calle y sobre la contingencia, es una poesía que durará lo mismo que los acontecimientos, o sea, no mucho. El poeta social por excelencia en Chile es Pablo de Rokha, pero era un poeta que también tomaba altura.
“Escriban lo que quieran/ En el estilo que les parezca mejor”, dice Nicanor Parra...
Lo que ha proyectado Parra en la poesía joven es bastante peligroso. Y yo creo que por ahí no va la cosa. La poesía está un escalón más arriba de la vida corriente. La escritura de Parra también se ha ido degradando. Una de sus últimas grandes composiciones es el poema El hombre imaginario, de los 80, pero después decae.
Así como está planteado el premio, el próximo poeta en recibirlo será el 2020.
Van a haber varias bajas para entonces... Por eso es importante que el premio pasé a formar parte del nuevo Ministerio de Cultura, como se ha proyectado. Porque la ministra de Educación debe saber bastante de educación, pero la literatura no es su área. Y los rectores que están en el jurado no tienen por qué saber tampoco. Si hubiese un Premio Nacional de Poesía anual con un jurado formado por poetas consagrados, tal vez que ya hayan recibido el premio, por ejemplo, no pasaría esto que se presentan 18 candidatos. La mecánica actual del premio nacional produce frustración y resentimiento, y yo lo entiendo. Ahora de los candidatos, me saludaron Pedro Lastra, Floridor Pérez, Elvira Hernández y otros más con nobleza. Pero Raúl Zurita hizo un comentario que no me gustó. Dijo que yo era “un poeta correcto, elegido por un jurado gris y predecible”. Ahí Zurita está insinuando cosas ¿Qué quiere decir? ¿Qué había un arreglo previo?
Pero usted es amigo de Adriana Valdés.
Sí, es cierto, pero Zurita era amigo del presidente Ricardo Lagos cuando le dieron el premio. Pero mira, es muy simple. Cada jurado presentó una terna y los nombres que se repetían pasaban a una segunda vuelta y así se fue produciendo una cierta tendencia. A mí, Adriana me dijo después: “Las feministas me van a querer matar porque no premié a una mujer”. ¡La Carmen Berenguer debe estar con el hacha guerrera, con el tomahawk afilado!
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