Histórico

Maximiliano del Río: "Desde cuando partimos Lollapalooza nos vimos en el minuto en que estamos ahora"

El director de la versión local de la cita detalla las causas del éxito de los festivales en el país. Un boom que apunta a un círculo virtuoso donde todos ganan, desde marcas hasta artistas.

Cuando a mediados de 2010 el producto Maximiliano del Río y sus camaradas de la productora Lotus masticaban el plan de importar el festival Lollapalooza, ese vocablo que aún sonaba como eco de tierras lejanas, se creían confiados en propinar el golpe a la cátedra. "Algunos ni sabían lo que era, pero desde cuando partimos nos vimos en el minuto en que estamos ahora. O sino no lo hubiéramos hecho", recuerda el profesional, trazando una línea entre la edición debut, sucedida un año después, y el presente, cuando la cita ya cuenta seis versiones y se ha convertido en el espectáculo más masivo y convocante del país, con un promedio de 120 mil personas por año.

Un hito que precisamente partió envalentonado por la fiebre de festivales que crecía desde hace años en Europa y Estados Unidos, y que por esos días ganaba espacio en Chile. A partir de ahí, Lotus -que también participó en instancias previas, como el festival Maquinaria de 2010- consolidó un modelo de festín musical dominado por los escenarios múltiples, las jornadas extensas, la oferta artística variada y una serie de experiencias anexas a la música, lo que cautivó a las marcas, los medios y, por sobre todo, al público. Mientras para las grandes instituciones del pop y el rock resultaba cada vez más complejo repletar el Estadio Nacional -Madonna, Lady Gaga o The Rolling Stones son sintomáticos en los últimos años-, encuentros como Lollapalooza despachaban volúmenes considerables de entradas sin siquiera revelar sus protagonistas.

¿Por qué los festivales han adquirido tanta importancia en el circuito actual?

Están desde hace mucho, pero en los últimos años empezaron a reinventarse y a adecuarse a los nuevos tiempos. Y ahí empezaron a acomodarse mucho a las generaciones actuales, a una forma de consumir y acercarse a la música que tiene que ver con la multiexperiencia, con recibir muchos estímulos a la vez, lo que va desde correr por los escenarios hasta compartir con tus amigos cuando ves música. Es el formato de cómo se relacionan hoy los jóvenes y lo han llevado a la música en vivo.

¿Es también una forma de renovar un formato que hoy ha perdido protagonismo: el megaevento que tiene a un solo artista en un estadio de fútbol?

Hoy las bandas consideran a estos espectáculos como plataformas esenciales para sus carreras. Antes, un grupo sólo podía conseguir tocar frente a miles de personas cuando era muy grande. Era el único camino que tenía. Hoy no, porque se da un fenómeno que antes no acontecía: hay artistas que explotan a partir de un festival. Por ejemplo, pienso en Imagine Dragons o Skrillex, que vinieron a Lolla Chile sin ser nombres tan conocidos, pero los vieron 40 mil personas. O sea, ya crearon una base de fanáticos que luego les permite venir solos. Eso antes hubiera sido imposible. Lo mismo pasa con consagrados como, por decir algo, Metallica: ir a festivales les permite rejuvenecerse y les aporta un plus a sus carreras.

En términos de negocio y posicionamiento, ¿por qué es atractivo para un productor armar un festival? En Chile hay desde eventos de metal hasta electrónica.

Lo más atractivo para nosotros como promotores es que te da la posibilidad de establecer un producto que cada año funciona independiente de los artistas invitados. Consolidas una marca. En una industria súper volátil, donde tu apuestas sumas gigantes de dinero para artistas que a veces funcionan y otras veces no, acotas el riesgo cuando tienes un festival. Es un riesgo grande invertir en algo así, pero si te funciona, disminuyes ese riesgo. Hoy tenemos un festival súper consolidado. Distinto sería si hiciéramos cinco megaeventos al año: no sabes cómo te va a ir. Pero con un solo festival si puedes fijar ese cálculo.

Pese a la tesis, Del Río no entrega cifras concretas. Eso sí, diversas estimaciones de la industria apuntan a que la inversión total en una instancia como Lollapalooza supera lejos los US$10 millones. Por lo demás, cada uno de los headliners que lidera el cartel -los que en promedio son tres a cuatro- pide cerca de un millón de dólares por presentación. El aporte principal lo hacen las marcas que auspician el espectáculo, las que van variando de ocho a diez por edición. En el frente a frente, no se aleja demasiado de otros encuentros, como el Festival de Viña, que durante este año desembolsó un total de US$12 millones, aunque gastó menos en la parrilla: a sus principales estrellas les pagó alrededor de US$ 500 mil.

“Con Lolla tenemos una base de 60 mil personas que más o menos sabemos que van a ir cada versión. En base a eso acotas tu negocio”, cuenta el productor.

¿Chile seguirá siendo un mercado atractivo para los festivales?

Si, es un mercado fuerte, pero pequeño. El problema de Sudamérica es que son muy pocos países. En Europa tocas para 15 ciudades, acá con suerte para cuatro. Entonces todo se regula: como tienen menos plazas para tocar, vienen menos y te pueden cobrar más. Acá se paga mucho más. Pero también esa tarifa dependerá del minuto en que esté cada grupo. Si ellos quieren venir a Lolla, saldrá mucho más barato. Pero sí sólo quieren bajar a Sudamérica, y Lolla es sólo una opción más, ahí tienes que empezar a luchar y saldrá más caro.

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