Histórico

Michel de Certeau: las ciencias humanas y la fábrica de la cultura

A 90 años de su natalicio, un coloquio busca dimensionar los aportes del multifacético historiador.

Para el funeral de Michael de Certeau, en enero de 1986, la Iglesia de San Ignacio de París rebosaba de deudos mientras se escuchaban los acordes del mayor hit de Edith Piaf, Non, je ne regrette rien (“No, no me arrepiento de nada”). La canción sucedió a la lectura de la primera carta a los Corintios, allí donde San Pablo dice que “Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para confundir a los sabios”, y a la de un poema de un místico del siglo XVII acerca de un “alma vagabunda” que va por el mundo buscando amor divino. Para su colega Natalie Zemon Davis estos versos, que el propio Certeau pidió para sus exequias, dan una idea de la heterodoxia que rigió la visión espiritual y académica de tamaño personaje.

Jesuita desde los 25 años y hasta su muerte, a los 60, Michel de Certeau practicó al menos nueve disciplinas: historia, teología, filosofía, sociología, antropología, lingüística, literatura, geografía y sicoanálisis. Y aun si en su país alcanzó notoriedad ya en la década del 60, no tuvo en vida la celebridad ni el influjo internacionales de compatriotas como Michel Foucault, Jean Baudrillard y Pierre Bourdieu. En las últimas tres décadas, sin embargo, sus inhabituales y lúcidas aproximaciones a territorios muy diversos, alterando ejes y rehaciendo metodologías, han dejado huellas en departamentos universitarios de distintas latitudes.

Un ejemplo local de lo anterior es el Coloquio Internacional Michel de Certeau, que tendrá lugar entre hoy y el miércoles, con la presencia de destacados invitados locales y extranjeros, entre ellos la historiadora Luce Giard, coinvestigadora y editora del homenajeado (ver recuadro). Organizada por la UC y la U. Alberto Hurtado, esta instancia académica se abre a la multitud de áreas abordadas por el francés, así como a la riqueza de sus aparatos conceptuales y metodológicos.

También, y así lo destaca el historiador Claudio Rolle, a “su visión integradora” en tanto “amante de la libertad” y hombre “sin pretensiones de pontificar o afirmar categóricamente”. Por ello este encuentro, agrega el académico del Instituto de Historia de la UC,  “resulta un aire renovador y vivificante”. Y remata: Certeau “es una especie de ‘naciones unidas’, en cuando habla muchas lenguas disciplinares y por ello tomamos temas de este ser inabordable con la esperanza de abrir caminos a nuevos encuentros como éste, preparando el centenario, en diez años más”.

Usos y prácticas

Una carrera atípica donde las haya. Nacido en la región de Saboya, en 1925, Michel de Certeau cursó estudios de filosofía en Grenoble y Lyon antes de ingresar al seminario católico de esta última ciudad, en 1944. Se consagraría como sacerdote en 1956, pero años antes ya formaba parte del “espacio cultural” de los jesuitas, a cuyas publicaciones -Christus, Etudes- contribuye regularmente. Aunque en su particular estilo.

“Por el abanico de sus intereses en el campo del conocimiento, el entrecruzamiento de los métodos que practica sin encerrarse en ninguno y la diversidad de capacidades que ha adquirido”, anota Giard, Certeau “intriga y desconcierta. Sobre el tablero de una profesión sedentaria, no cesa de desplazarse y no se deja identificar con lugar determinado alguno. En su calidad de jesuita, rechaza el ingreso social que esta afiliación podría asegurarle, pero no rompe su vínculo con la Compañía”.

Asignado a estudiar la historia de la institución en los siglos XVI y XVII, se sumerge en el mundo de místicos como Pierre Favre y Jean-Joseph Surin, tarea de la que saldrán sus primeros libros.

En 1966 viaja por primera vez a América Latina, enviado por Etudes a cubrir una conferencia del clero brasileño, agregando más tardes destinos como México, Venezuela y Chile. Como señala François Dosse en su biografía Michel de Certeau. El caminante herido, “el terreno latinoamericano seduce a Certeau tanto más cuanto está en la encrucijada de una modernidad que se desarrolla con una rapidez escalofriante en una sociedad aún muy religiosa”, donde “la fe y la revolución; la Internacional y los cantos litúrgicos; la samba y las procesiones religiosas se pueden conjugar y declinar juntas sin exclusividad”. La evolución de los cristianos inspirados por la teología de la liberación, comenta por su parte Carlos Alvarez S.J., de la Facultad de Teología de la UC, “lo impresionó muchísimo. Probablemente veía en ellos una palabra que volvía a retejerse con la acción, condición de toda credibilidad”.

En 1967 escribe un texto que tributa al “Che” Guevara, cuyo reciente fallecimiento le provoca “el respeto y la admiración por el hombre”.  Al año siguiente gana visibilidad al mostrarse receptivo y entusiasta con el movimiento estudiantil de mayo.  Si la Revolución Francesa se tomó La Bastilla, lo ocurrido entonces significó a su juicio  la “toma de la palabra” (en 1971 Ed. Universitaria publica este y otros textos bajo el título Por una nueva cultura).

“Alterado” como se siente después de mayo, buscando a tientas dar sentido a un nuevo escenario, le proponen ser el relator del coloquio internacional de Arc-et-Senans (abril de 1972), donde debe prepararse la reunión de Helsinki entre ministerios de la Comunidad Europea para definir una política cultural. Este trabajo, plantea Giard, “será una etapa decisiva en la cristalización de su reflexión sobre las prácticas culturales”.

De ahí nace La cultura en plural (1974), obra donde el autor toma distancia de la “cultura erudita”, pagada de sí misma, y de la “cultura popular”, entendida como un rótulo intelectual de escasa utilidad: hay que interesarse, no en los productos culturales ofrecidos en el mercado de bienes, sino en las operaciones que hacen uso de ellos.

Esta lógica gobierna una investigación nacida en 1974 y cuyos resultados se compendian en el primer volumen de La invención de lo cotidiano(1980). Esta obra estimulante e inclasificable, que dialoga con Foucault y Bourdieu aunque sigue su propio camino, descarta las visiones que considera a los consumidores culturales -lectores, telespectadores- como zombis moldeados por los productores de contenidos.

En nombre de las “apropiaciones” que éstos generan, y valiéndose de términos como “ardides”, “prácticas”, “trayectorias” y “tácticas”, la obra plantea que es posible

considerar las mercancías culturales “ya no sólo como datos a partir de los cuales establecer los cuadros estadísticos de su circulación o señalar los funcionamientos económicos de su difusión, sino como el repertorio con el cual los usuarios proceden a operaciones que les son propias”.

Deseoso de crear una “ciencia de la singularidad” e inclinado a acoger y entender al “otro”, para Certeau “la forma actual de la margínalídad ya no es la de pequeños grupos, sino una marginalidad masiva”. Una “mayoría silenciosa”, pero capaz de interpretar la realidad en sus propios términos.

Para el historiador Peter Burke, Certeau fue capaz de secularizar y tranmutar sus aprendizajes del ámbito religioso para darles nuevos usos. He ahí solo una de sus cualidades. Porque Certeau, “que podría ser descrito como un sociólogo de la creatividad, fue de los más creativos entre  los sociólogos”.

Más sobre:portada

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

¿Vas a seguir leyendo a medias?

NUEVO PLAN DIGITAL $1.990/mesTodo el contenido, sin restricciones SUSCRÍBETE