Mitchell Siegel: La tragedia del héroe
Batman vs Superman trae de vuelta al superhéroe más famoso de la historia. Una criatura capaz de saltar edificios de un solo brinco y detener locomotoras con un solo brazo. Y que es a prueba de balas: un poder que tal vez surgió en la imaginación de sus creadores a partir de un drama secreto.

Todo lector de historietas que se precie de tal conoce el mito: Jerry Siegel y Joe Shuster, dos muchachos pobres de Cleveland, se juntan un día a dibujar y a escribir y terminan inventando a Superman. Venden el personaje por una suma miserable a una editorial y alcanzan a ver antes de sus muertes (Shuster en 1992, Siegel en 1996) cómo su creación se convierte en el personaje de ficción más conocido y exitoso de la cultura estadounidense del siglo XX. Ambos reciben casi al final de sus vidas el crédito que merecen por su aporte al género de los superhéroes pero, para todos los efectos, Shuster y Siegel son los que menos se benefician de las millonarias ganancias producidas por el personaje. Es una típica historia de origen en la lógica más oscura del sueño americano: los genios anónimos que entregan el fuego de la creación a la industria para luego vivir décadas de ninguneo antes de la reparación final.
El asunto es este: tal vez haya una versión más interesante y retorcida de la historia. Una versión que tiene que ver mucho más con Jerry Siegel que con Joe Shuster. Porque Jerry era el hijo de Mitchell Siegel, un inmigrante lituano de origen judío que la tarde del 2 de junio de 1932 –seis años antes de la primera aparición de Superman en un cómic- cae muerto de un infarto en el suelo de su negocio en Cleveland. Esa es la historia oficial dentro de la familia Siegel. Y esa fue la versión que originalmente conoció el escritor y guionista Brad Meltzer, quien el 2008 publicó un thriller de acción y fantasía llamado El libro de las mentiras, donde cruzó la ficción especulativa con la muerte de Mitchell Siegel.
Durante el curso de su investigación para escribir la novela, Meltzer descubrió un dato particular: muchos miembros de la familia Siegel creían la versión del infarto de Mitchell. Pero otros tantos –más o menos la mitad- decían saber la verdad. Y la verdad era esta: la tarde del 2 de junio de 1932, el negocio de Mitchell Siegel fue asaltado por un ladrón. Ese hombre le disparó a quemarropa en el pecho al inmigrante lituano de origen judío y se perdió para siempre en la noche de los tiempos. En ese entonces, Jerry Siegel tenía 17 años. Y, como señalan los numerosos artículos sobre la invención de Superman, Siegel y Shuster no publicaron ninguna aventura del personaje hasta seis años más tarde, cuando el Hombre de Acero debutó en las páginas de la antología Action Comics.
Sin embargo, ambos venían trabajando en la idea de un superhombre invulnerable a las balas desde fines de 1932, meses después de la muerte de Mitchell. Hay que aclarar algo en este punto de la historia: en su origen, Superman no era el héroe perfecto que conocemos hoy. No volaba, no tenía visión de rayos X, ni seducía a Luisa Lane ni tenía una magnífica Fortaleza de la Soledad en mitad de los campos de hielo del polo. Era solamente un hombre con una fuerza sobrehumana y la capacidad de repeler las balas.
La teoría de Brad Meltzer, ya es fácil de adivinar, es que Jerry Siegel inventó a Superman para lidiar con el trauma de su padre asesinado, un trauma que no fue capaz de mencionar en las docenas de entrevistas que le hicieron durante su vida profesional y hasta el día de su muerte. La historia humana, por supuesto, nunca es tan simple. A pesar de eso, hay un dato en la propia biografía del personaje inventado por Siegel y Shuster que le da una sombra extra a la versión de Meltzer.
El hecho es que Superman es una criatura definida por sus carencias antes que por su enorme poder. Superman, sobre todo, es un huérfano y el último sobreviviente de una raza destruida junto con su planeta natal. Luego de la explosión de Kryptón llega a la Tierra, donde sus padres adoptivos le dan otro nombre –Clark Kent-, lo crían como un terrícola y lo forman en una cultura que no es la suya. Una vez adulto, Superman se vuelve el hombre más poderoso de su nuevo hogar. Sin embargo, todos sus dones no son capaces de cambiar su pasado. Le sirven para ayudar a los demás, pero son inútiles para conseguir cualquier deseo privado.
Si Batman es un maniático cuya obsesión personal se basa en un momento congelado en el tiempo (el asesinato de sus padres afuera de un cine), Superman es una víctima de su propio destino. Es invulnerable a todo, sin embargo esa invulnerabilidad no le sirve de nada. No puede traer de vuelta su mundo, no puede restaurar su familia y, sobre todo, no puede resucitar a aquellos que perdió.
¿Por qué Superman decide usar sus enormes, infinitos poderes para hacer el bien? La explicación canónica del cómic es que posee un imperativo moral producto de ser educado por un campechano y religioso matrimonio de un pueblito de Kansas. Es una bonita idea, de no ser porque la historia del siglo XX nos ha demostrado que toda clase de monstruos, psicópatas y asesinos en serie pueden provenir de la educación de piadosos matrimonios residentes en Kansas.
La mejor explicación es que Superman hace el bien a niveles superlativos (nadie hace más y mejor el bien que Superman) porque el personaje en secreto espera una recompensa superlativa: ser digno de amor, de confianza, ser digno de recuperar lo que perdió. Batman castiga a todos los criminales a su alcance para olvidar que no fue capaz de detener al único que le importa, aquel que asesinó a sus padres. A su manera, Batman sigue la lógica de Herodes, que mató a todos los niños de su provincia para acabar con uno solo.
Batman castiga al mundo por no haber recibido justicia de él cuando más la necesitaba. Superman protege al mundo con la esperanza de recibir alguna vez una recompensa imposible. El guionista de cómic Alan Moore dijo una vez que la magia no consiste en pócimas o pases mágicos, sino en la manera en que las palabras y las ideas influyen en la realidad. En El libro de las mentiras, Brad Meltzer hace referencia a una de las primeras imágenes de Superman en el cómic: un hombre inocente está a punto de ser asesinado por un maleante que le encañona con un revólver. Sobre ellos, atravesando una pared, aparece el Hombre de Acero a punto de intervenir.
Tal vez, en alguna parte de su cabeza, Jerry Siegel creyó en esos últimos meses de 1932 que si inventaba una ficción suficientemente convincente, esta intervendría en la realidad. Que su padre no recibiría la bala en el pecho, que no moriría en el suelo de su negocio en Cleveland y que los malhechores del mundo recibirían su justo castigo. Pero el hecho es que Mitchell Siegel permaneció muerto incluso cuando Superman ya era un éxito de ventas y un fenómeno de la cultura popular. Desde 1938 hasta hoy, cientos de miles de niños a lo largo del mundo han aprendido a amar las historietas gracias al héroe de Kryptón, el hombre "que vino del cielo y sólo hizo el bien", como lo describiera el mismo Alan Moore en el prólogo de Whatever happened to the Man of Tomorrow? (1986). Jerry Siegel murió sin jamás comentar en público la verdadera historia de la muerte de su padre, como si el hecho del asesinato fuera una vergüenza personal o su verdadero secreto de origen. Como si al ocultarlo pudiera imaginar que jamás ocurrió. Imaginar que Mitchell Siegel nunca recibe la bala, que un Hombre de Acero la detiene en pleno vuelo y que un muchacho huérfano de padre nunca tiene que sentarse a inventar al héroe más grande y más triste del mundo.
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