Chile se prepara para ganar la Copa América 2015 por primera vez. Nunca la hemos ganado y eso pesa en la historia de nuestro fútbol. 100 años sin subir al Olimpo. Ahora seremos locales y eso también pesa en el favoritismo natural para salir campeones. El éxito está asociado a la notoriedad, a los logros visibles de tener el reconocimiento del medio futbolístico internacional. Nos reconocen que hemos avanzado y estar presente en los dos últimos mundiales es un aval para que nos miren con respeto. Esa mirada del mundo futbolístico, el hincha la siente e infla el pecho, aumenta el orgullo nacional y se droga con el exitismo o se deprime con el fracaso. Ésta es un arma de doble filo y Sampaoli lo sabe y presiente. Es su gran oportunidad de hacer historia.

Los jugadores también lo intuyen. Ahora no valen los analgésicos ni las pastillas paliativas, que el penal perdido o el tiro en el palo, tenemos que ser un gran dolor de cabeza para los rivales. Los Bravo, Medel, Vidal y Sánchez  como columna vertebral deben ser territorios infranqueables para llegar a la victoria. El hincha convoca a la selección para correr y ganar, pero el calvo DT está convencido de que ahora debe jugar con inteligencia y equilibrio.

Sampaoli convoca a sus kamikazes a dejar el alma con su intenso estilo de juego. Ruego que el DT sea claro a la hora del pitazo inicial. Credos e ideologías no bastarán con los brazos al cielo. Voluntad y compromiso será la religión para alzarse con los triunfos. Le podrán cerrar calles a Sampaoli, objetar sus fugaces cambios desacertados, criticar su intensa forma de trabajo, su esquiva disponibilidad con la prensa chilena, sus titubeos de última hora pero no le pueden clausurar sus sueños de gloria. A él ni a sus jugadores les es permitido fallar, menos en el Estadio Nacional. El deseo amaestrado del hincha es sólo triunfar. Presión, localía y favoritismo, tres mensajes que se deben manejar con serenidad y sabiduría de un monje budista.