Histórico

Pasión por los monos: la escena del stop motion en Chile

La productora Diluvio y la compañía Maleza son las puntas de lanza de una nueva generación de animadores en la técnica del cuadro a cuadro.

Los cultores de la animación en stop motion en Chile están de acuerdo: hoy más que nunca antes existe una escena bullante, con más recursos, festivales, gente interesada en trabajar la técnica y otros interesados en verla. Hace 10 años el panorama era totalmente contrario. En el 2000, con el auge del 3D digital y la aparición de estudios como Pixar y Dreamworks y de películas como Toy Story y Shrek, muchos dieron por muerto el stop motion, la técnica que aparenta el movimiento de objetos estáticos usando varias fotografías por segundo. No fue así. Aunque requiere de más tiempo y muchas veces de más dinero, el stop motion logró sobrevivir, reinventarse y cautivar a una nueva camada de animadores. Sólo como una muestra, en 2012 tres de las cuatro películas nominadas al Oscar en la categoría de Mejor Animación estaban hechas en stop motion: Frankenweenie, de Tim Burton, ParaNorman, de la productora Laika y ¡Piratas!, de Aarman Animations.

La tendencia también se refleja en Latinoamérica, con una escena donde destacan los trabajos del argentino Juan Pablo Zaramella, que con su corto Luminaris postuló al Oscar en 2011, o el mexicano René Castillo, autor de Hasta los huesos, con más de 50 premios e invitado al último festival Chilemonos, la principal vitrina de animación de nuestro país. "Desde que partimos, en 2012, le dimos espacio al stop motion. Es una técnica que se hace querible, es cercana al público por su artesanía", dice Erwin Gómez, director de Chilemonos.

En Chile la pionera fue Vivienne Barry, quien en los 70 estudió en el famoso Trick Film Studio en Alemania, heredero de los maestros europeos del stop motion, el polaco Jan Svankmayer y el inglés Ray Harryhausen. A su vuelta, Barry logró reconocimiento con Tata Colores que se transmitió hasta 1994. "Hay un vacío a fines de los 90, se hace publicidad en stop motion, pero no mucho más; recién en los 2000 es que revive la técnica", señala Erwin Gómez.

Ahora, aunque la escena es pequeña, está bullante y de apoco se consolida con el liderazgo de dos grupos creativos que vienen trabajando en paralelo desde 2006: Hugo Covarrubias y Muriel Miranda de la Compañía Maleza, quienes mezclan teatro con animación en stop motion; y Joaquín Cociña, Cristóbal León y Nilles Atallah, quienes con la productora Diluvio trabajan desde la artes visuales.

Ahora mismo, Maleza está en cartelera en el Teatro UC, hasta fines de junio, con el montaje Un poco invisible, un guión de Andrés Kalawski, donde se mezclan actores en escena (Muriel Miranda y Mariana Muñoz) que se ven replicados en los muñecos hechos de plasticina de Covarrubias. Mientras que León y Cociña trabajan ahora en dupla filmando La casa lobo, la primera película en stop motion hecha en Chile, que espera estrenarse en 2015. Instalaron en el MAC de Quinta Normal su estudio de grabación y desde hoy se podrá ver cómo se filma la escena El castillo de la pureza y los primeros 26 minutos de la película, ambientada en el sur de Chile y que narra la historia de María, una niña que huyendo de una secta alemana se refugia en una casa que parece estar embrujada. "Nos atrae el efecto visual del stop motion. Nos movemos por el set, aplastamos y movemos cosas, pero lo que se ve en pantalla es sólo el rastro de alguien que anduvo dando vueltas. Por eso sentíamos que era interesante mostrar el proceso", dice Cociña, quien con León ha exhibido su trabajo en la Bienal de Venecia, el Guggenheim de Nueva York y en la Bienal del Mercosur.

No es primera vez que hacen el experimento de grabar con público. En 2013 montaron el set en el Teatro Kampnagel Hamburgo y hace un mes estuvieron filmando en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. También, es una forma de financiarse. "Los materiales de esta escena son desechos del museo. Así avanzamos con la película y exhibimos el trabajo", explica Cristóbal León.

Con una técnica más pulcra y un sistema más tradicional, Hugo Covarrubias no se queda atrás. El diseñador está produciendo Puerto de papel, la primera serie en stop motion de Chile financiada por el CNTV y coproducida por Zumbástico Studios y Gloob de Brasil (del canal Globo). El proyecto es ambicioso: con un presupuesto de 1,5 millones de dólares tendrá 24 capítulos de 12 minutos y saldría al aire para toda Latinoamérica a fines de 2014. Claro que sólo es la continuación de sus últimos años de trabajos, con cortometrajes como El almohadón de plumas (2007) y La noche boca arriba (2013), que ganó el Chilemonos del año pasado. "Nuestra técnica ha evolucionado hasta el punto de ponernos más artesanos. Hacemos nosotros mismos los muñecos, con una plasticina especial traída de Inglaterra, resina y silicona. Me interesa que la expresión de los muñecos sea muy realista", dice Covarrubias.

Tras las puntas de lanza, se divisan ahora más seguidores: Tamara Reyes, quien en 2010 produjo el corto El terriblemente temido cuco, que se estrenó en España, la productora Arbol Naranja de Valparaíso, que en 2009 sorprendió con La niña de viento, corto que fue uno de los postulantes chilenos al Oscar ese año, o Duo Producciones de Valdivia, donde Claudia Menéndez animó Me la paso cantando, una serie que ganó el Fondo de Fomento Audiovisual en 2007 y 2009.

Para levantar sus producciones, la mayoría postula a fondos concursables. No es barato: "El promedio de mercado para un minuto de animación es de $ 800.000. Así, depende de cuánto dure el corto para saber cuánto valdrá", dice Tamara Reyes. Por ejemplo, La noche boca arriba, que dura 10 minutos, le costó $ 22 millones a la compañía Maleza, pero "debería haberse hecho con $ 30 millones, trabajamos varios meses gratis", revela Covarrubias. "A veces me dan ganas de bajar las manos por lo caro que es y el tiempo invertido es igual que grabar un largo de ficción", dice Jetzabel Moreno de Arbol Naranja.

Pero la pasión mueve a los animadores y más que por el dinero la queja general es por la falta de espacios para mostrar el trabajo. "Hace falta una asociación que se preocupe de la distribución en el extranjero de la animación local y la televisión también abandonó su parrilla chilena por comprar cosas hechas afuera", dice Covarrubias.

Para Erwin Gómez, de Chilemonos, hay falta de compromiso. "La animación aquí está madura, pero hace falta producir una película animada al año para competir y un organismo que apoye su salida. El año pasado, en Chilemonos firmamos un acuerdo con festivales de México, Brasil y Argentina para hacer circular nuestros productos". Es un comienzo.

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