Retorno a Twin Peaks
Todavía no nos reponemos de la noticia: David Lynch anunció que vuelve la serie que coinventó a principios de los 90 con Mark Frost y que cambió para siempre las posibilidades expresivas del formato. En Chile fue un raro destello en la tierra yerma de la televisión de la época.

Creíamos que nada podría sorprendernos en un año donde ya vimos la insólita, imposible reunión de los Monty Python en un escenario de Londres. Pero bueno, estábamos equivocados. Había otra sorpresa pendiente y apareció de la nada como un relámpago en un día sin nubes. David Lynch, el mismo director que llevaba tiempo declarándose cuasi-jubilado, de pronto sacudió la internet al informarnos que estaba preparando una nueva temporada de Twin Peaks.
O algo así como una temporada. Ni Lynch ni Mark Frost (el coproductor y coguionista de la serie original) fueron muy claros. Lo que se sabe hasta ahora: se trata de nueve episodios, todos dirigidos por Lynch y se calcula como fecha de estreno algún momento del 2016 en la cadena Showtime. Por supuesto, las preguntas son numerosas. ¿Volverán los personajes originales? ¿O será una historia nueva ambientada en el mundo Twin Peaks, tal como hiciera la miniserie Fargo con el universo de la película de los Coen? ¿Está conectado este retorno con la famosa frase de Laura Palmer "Nos vemos en veinticinco años" en el episodio final de la última temporada?
¿Significa eso que Lynch y Frost llevan dos décadas y media preparando esto?
Nadie tiene idea. Respecto al tema del elenco, Frost dio una respuesta críptica al estilo de los mejores momentos de la Mujer del Leño: "Aquellos que quieren ver caras conocidas y aquellos que quieren ver caras nuevas, ninguno será decepcionado". De hecho, ni siquiera se ha confirmado que los nuevos capítulos cuenten con la música de Angelo Badalamenti, el colaborador histórico que compuso el famoso tema central de la serie.
El revuelo causado por la noticia tiene que ver con la nostalgia. Pero también con un dato innegable: Twin Peaks fue un hito televisivo a la altura del show de los ya mencionados Monty Python y de cuya estela nacieron toda clase de hijos y sobrinos mutantes. El primer episodio se emitió en Estados Unidos en abril de 1990 en la cadena ABC en un contexto donde su atmósfera, ritmo y extraña mezcla de tensión y humor absurdo no tenían nada que ver con el resto de la programación. Apareció en un entorno donde casi no había series para adultos que no fueran familiares (como lo era Treintaytantos) y la moral HBO/FOX/Netflix que conocemos hoy era impensable. Eran los tiempos de Cheers y Casado con Hijos.
Y en Chile, donde la serie comenzó a emitirse en 1992 en Canal 13, eran los tiempos de Lee Night, El Show de los Libros, Pantanal y Carrusel. Eran los primeros años de la transición y no era raro encontrarse una noche en el zapping con episodios de Alf, Los Magníficos o Reportera del Crimen. Los "estelares", ese concepto hoy incomprensible, todavía reinaban. En el canal católico existía Martes 13 y TVN tenía su propia versión, Siempre Lunes conducido por Antonio Vodanovic. Twin Peaks en ese entorno fue algo más que una rareza. Fue una transmisión pirata desde otra galaxia, desconcertante incluso para los que ya se habían topado en los videoclubes con el episodio piloto, editado en VHS bajo el título atroz de Crimen pasional. Para la generación de chilenos que estaban saliendo de la adolescencia en 1992, Twin Peaks fue la primera serie que se comentó la mañana después: un vicio de espectador cuyo único antecedente hasta ese momento eran las discusiones de colegio respecto a los capítulos más extraños de La Dimensión Desconocida.
Twin Peaks, sin embargo, dejaba atrás cualquier formato conocido entonces por los televidentes chilenos. Canal 13 la promovió como una serie nocturna, sin embargo sus capítulos (a diferencia de producciones cercanas en el tiempo como Se Hará Justicia) no eran autoconclusivos. Muchas de sus situaciones recordaban a la narración coral de las teleseries diurnas y su perpetuo Continuará…, pero a diferencia de los culebrones de Moya Grau no apostaba a la identificación sino a la extrañeza. La mayoría de sus nudos argumentales jamás se resolvían. En una época donde estábamos acostumbrados a que Matlock siempre atrapara al asesino cinco minutos antes del final del episodio, el agente Dale Cooper se daba todo el tiempo del mundo antes de embarcarse en la pesquisa del homicidio de Laura Palmer.
Los que fuimos fieles a la serie a pesar del horario infame en que fue emitida en Chile no podíamos saberlo, pero estábamos siendo testigos de la siembra que más tarde cosecharían tipos como Joss Whedon (Buffy, la Cazavampiros), Chris Carter (Los Expedientes X), David Chase (Los Soprano) y JJ Abrams (Lost). Twin Peaks atisbó -espió detrás de la pesada cortina roja- que en la pantalla chica podía haber lugar para la pausa, el tiempo muerto, la repetición poética, el chiste interno, la autoparodia, el interludio musical. Desechó el esquema donde cada escena y diálogo deben llevar naturalmente a un final cerrado y se concentró en dar puntadas sin hilo. Eso tuvo un costo (la serie cayó en los ratings y su segunda temporada extravió el rumbo con escándalo) pero a cambio dejó en el aire algo más que un simple repertorio de trucos: plantó la idea de que el drama televisivo podía hacer muchas otras cosas aparte de entregar información respecto al ir y venir de sus personajes.
Y también dejó confundidos a miles de espectadores, entre ellos el subgrupo formado por la tribu de chilenos que intentó ver todos los episodios que canal 13 emitió. En una vuelta de tuerca que habría divertido al propio Lynch, el canal empezó a mover la serie. Primero de horario. Luego de día. Los que se sentaban a verla un lunes en la noche descubrían en su lugar un programa de entrevistas o algún telefilme estilo Estaré en casa para Navidad. Y el episodio de esa semana se emitía el martes. O el miércoles. A las once de la noche. Después en la madrugada. No ayudó en todo esto el hecho de que la misma serie tuviera una narrativa intermitente con abundancia de cabos sueltos, lo que contribuyó a que muchos quedaran con la idea de haberse perdido la mitad de los capítulos: lo cierto es que en esos años pre-internet nadie sabía a ciencia cierta cuántos episodios de Twin Peaks le faltaban por ver.
Y entonces se acabó. De golpe. Sin ruido. Tal como una señal de onda corta mal sintonizada, se esfumó y la televisión chilena volvió a su aburrida normalidad de estelares, debate político y programas de videos musicales. Nadie entendió nada. La furia que algunos sintieron respecto al final abierto de Los Soprano o a la aguachenta conclusión mística de Lost no se compara con la frustración ante el cierre de la última temporada de Twin Peaks. Algunos nunca se recuperaron del odio cobrado. Otros con el tiempo se reconciliaron con ese final y aceptaron el conjunto de la serie como lo que fue, un accidente feliz en medio del páramo. Algunos incluso reconocieron en un extraño podcast/radioteatro llamado Welcome to Night Vale un heredero directo y asumido de la estética de Twin Peaks.
Y ahora Frost y Lynch vuelven al ruedo. Lo hacen en un mundo en el que es moneda corriente exigirle a las series de televisión el encanto y la inventiva que alguna vez se esperó del cine. El propio Lynch -cuyo último trabajo importante fue la monumental Imperio el 2006- reconoció en una entrevista reciente que había perdido el interés por las películas no sólo como cineasta, sino también como espectador. Por eso, este demorado regreso a Twin Peaks huele a ajuste de cuentas. Con la industria, con la serie, con sus personajes y de paso con los espectadores que hemos pasado todos estos años tratando de sacarnos esas imágenes de la cabeza.
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