Rudyard Kipling: la vida de sombras y luces del profeta del Imperio
Se cumplen los 80 años del primer Premio Nobel en habla inglesa y el 7 de abril se estrena una nueva versión fílmica de El libro de la selva. Resistido por muchos debido a su defensa del imperialismo británico, Kipling tuvo una vida marcada por la tragedia.
A Rudyard Kipling siempre la fascinaron las máquinas, los animales y soldados. Por lo primero lo tildaron de chiflado, por lo segundo se hizo famoso a través de El libro de la selva, y por lo tercero cargó con la cruz de ser un militarista fanático e irredimible.La ironía quiso también que este defensor de la bota castrense protagonizara el peor de los calvarios: la pérdida de su hijo de 18 años en el frente occidental durante la Primera Guerral. A Jack nunca lo encontraron, y las leyendas al respecto oscilaban desde su eventual fuga hacia una granja hasta una muerte dolorosa, con la quijada semidestruida por la artillería alemana.
Hombre de prosa brillante y cortejado en su vida por una fatalidad insoslayable, Rudyard Kipling escribió dos de sus obras más significativas bajo la triste sombra de la muerte de sus vástagos: su solemne poema My boy Jack fue la respuesta evidente tras la muerte de John Kipling y el exitosísimo volumen de relatos El libro de la selva coincidió con el deceso de su hija Josephine. Las desgracias familiares de Kipling fueron el correlato de una vida que en términos profesionales fueron sólo éxitos, dando lugar a un tipo de personaje contradictorio y complejo.
Inmensamente leído a comienzos del siglo pasado, el primer Nobel de habla inglesa (lo ganó en el año 1907, con sólo 42 años, aún el más joven de la historia) fue resistido, sin embargo, durante mucho tiempo por algunos de los intelectuales más brillantes de su país. George Orwell lo tildaba de “profeta del imperialismo”, y Gilbert Keith Chesterton lo veía como un vulgar agitador bélico y “un cosmopolita sin raíces”.
A 80 años de su muerte, ocurrida el 18 de enero de 1936, una gran superproducción se asoma en el horizonte: se trata de El libro de la selva (foto principal), película de Jon Favreau basada en el libro homónimo que ya en el año 1967 fue popularizado a través del clásico con el mismo nombre de Disney. La cinta, que se estrena el 7 de abril en el país, es otra propuesta de los estudios del ratón Mickey, pero a diferencia del largometraje musical de los 60, aquí ya no hay dibujos animados. Sólo actores de carne y hueso y animales creados a partir de tecnología digital de última generación. Además del joven Neel Sethi en el rol del niño Mowgli, hay una pléyade de estrellas otorgando sus voces a las fieras: Scarlett Johansson en la piel de la pitón Kaa, Bill Murray como el oso Baloo, Ben Kingsley como la pantera Bagheera, Idris Elba en el rol del tigre Shere Khan, Christopher Walken como el orangután King Louie y Lupita Nyong’o en el personaje de la loba Raksha.
La adaptación no es la única que Hollywood prepara a partir de los cuentos salvajes de Kipling. Warner Brothers estrenará en el segundo semestre del próximo año Jungle Book: Origins, otra megaproducción que en ese caso dirige Andy Serkis (Gollum en El señor de los anillos), y donde las voces las proveen el propio Serkis como Baloo, Cate Blanchett en el papel de Kaa, Christian Bale en el rol de Bagheera y Benedict Cumberbatch como Shere Khan. En términos técnicos también se trata de un matrimonio entre actores reales, animales y animación digital, pero a diferencia del producto Disney, el filme de Serkis también incorporará algunos personajes de la propia biografía de Kipling, entre ellos a su padre, figura tutelar en la vida del autor y autor de las ilustraciones para la primera edición de El libro de la selva.
De India a Gran Bretaña
Se podría decir que en la vida de Rudyard Kipling la India siempre fue el paisaje de la acción y Gran Bretaña el territorio del honor intelectual. De sus años infantiles en Mumbai conservó para siempre los mejores recuerdos, luego cristalizados en su obra literaria, mientras que en Southsea, en el sur de Inglaterra, aprendió con rigor excesivo cómo había que hacerse un nombre en la vida.
En efecto, la infancia de Kipling contiene al mismo tiempo algunos de los mejores y los peores momentos de su vida. Hasta los seis años vivió con su familia en la capital india, sobreprotegido por sus padres y rodeado de sirvientes que atendían todos sus mimos. Luego, intempestivamente, fue enviado a Gran Bretaña junto a su hermana menor para vivir en la casa de un matrimonio de desconocidos donde la mano de hierro de la esposa se transformó en su tormento infinito. Mujer caprichosa y sádica, “tía Rosa” (como los pequeños Kipling estaban obligados a llamarla) no sólo lo golpeaba con frecuencia, sino que además ejerció una tortura psicológica que llegaba a su grado mayor cuando privaba al niño de su máxima entretención: la lectura. En su cuento Bala, bala, oveja negra, Kipling llamó “casa de la desolación” a este maldita morada infantil.
Corto de vista y con escasa habilidada para los deportes, Kipling nunca encajó demasiado bien en la exitista sociedad británica. La Universidad de Oxford lo rechazó y, harto de rendir cuentas a las barreras de la burocracia educativa, se puso a trabajar a los 16 años como reportero de los periódicos Civil and Military Gazette y The Pioneer, órganos oficiales del imperio británco en la India.
Su mala fama de racista, imperialista y amigo del nacionalismo británico comenzó a fraguarse en esta época. Sería una sombra que se extendería por toda su vida y que, según el estudioso Andrew Lycett postula en su reciente libro Kipling and war, es injusta.
Es más, con motivo de los 150 años de su natalicio, celebrado el año pasado en Gran Bretaña, Christopher Howse escribía en el periódico The Telegraph que la privilegiada prosa de Kipling terminaría por eclipsar sus anquilosadas ideas políticas. En el mismo artículo se citaba al académico Daniel Karlin, que acababa de editar un nuevo volumen de Stories and poems: “Su toque es único. Puede evocar un gusto, un aroma, una mirada o una expresión humana con una convicción infalible e inmediata. Leer a Kipling es saborear una serie de deliciosos episodios”.
Su pasión por los viajes y la aventuras le llevaron a trabar a amistad con los americanos Mark Twain y Henry James, y entre sus defensores latinoamericanos, Borges solía decir que “después de Shakespeare, Kipling era el único autor inglés que escribía con todo el diccionario”.
Hasta hoy sus biógrafos hurgan en sus libros para encontrar señas de una vida ensombrecida por la tragedia familiar. El libro de la selva, que es la historia de Mowgli, un muchacho criado entre animales de la flora y fauna de la India, no escapa a tal disección. Su protagonista, como el propio Kipling, es una suerte de outsider. Sin embargo, hay datos peores: escrito cuando el autor residía en EE.UU., fue un regalo para su hija Josephine y, de hecho, existe una copia con las palabras manuscritas en una de sus solapas. La pequeña, lamentablemente, jamás lo leería, pues una neumonía terminó con su vida a los seis años.
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