Señor director:

En columna publicada el viernes, Demetrio Infante señala que un sistema semipresidencial nos llevaría a caer en las prácticas parlamentarias que entorpecieron la gestión entre 1891 y 1925. Ignora que el semipresidencialismo es una categoría con características claras, implementado de manera exitosa por varios países, como la Quinta República Francesa, Austria o Finlandia. En Francia, el semipresidencialismo se instauró para evitar la inestabilidad gubernamental durante la Cuarta República, entre 1946 y 1958.

Lo que tuvo Chile entre 1891 y 1925 ha sido mal llamado República Parlamentaria, pero carecía de todas las características distintivas del parlamentarismo: no existía la figura de primer ministro, el Presidente no podía disolver las cámaras del congreso y la censura a los ministros no estaba regulada. En Alemania, la Ley Fundamental de 1949 incorpora el voto de censura constructivo. Bajo esta institución, la oposición no puede censurar un gobierno si no ha formado antes una alternativa. Este dispositivo busca evitar la inestabilidad ocurrida durante la República de Weimar, entre 1919 y 1933.

Chile tiene una tradición de presidentes fuertes, pero históricamente ha existido un conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo por el alcance de sus facultades, incluso entre 1932 y 1973.

Es necesario considerar cómo una nueva Constitución puede canalizar este conflicto latente de los poderes en aras de una democracia más saludable.

Pablo Valenzuela