Sicario: el FBI y la CIA versus Ciudad Juárez
En Sicario, una agente del FBI integra una misión contra los carteles dentro y fuera de EE.UU.

La agente del FBI Kate Macer quisiera que todo fuera limpio y suave como el piso de su casa. Querría que al llegar junto a su equipo de fuerzas especiales a la mansión de un narcotraficante mexicano en Arizona no encontrara un cementerio de policías en el living. También querría que su jefe no fuera un agente encubierto de la CIA con aspecto de hippie cínico y burlón, y que el principal informante de la misión no pareciera un evidente ex gángster. Kate Macer, la brillante novata, quisiera que el mundo fuera mejor, aunque tal vez es bueno que no sea así: el planeta está lo suficientemente descompuesto como para que ella se encargue de arreglarlo.
En este mundo de buenos, malos y muy malos suceden los acontecimientos de Sicario, la tensa y frenética película sobre como un grupo de agentes norteamericanos busca aniquilar las redes de un poderoso cartel mexicano que opera entre México y EE.UU. Dirigida por el canadiense Denis Villeneuve (La sospecha), Sicario llega este jueves a Chile precedida de una cálida recepción crítica en todo el mundo y también de un estreno en Cannes de primer nivel, donde fue saludado como uno de los mejores filmes en competencia. La cinta ocupa de cierta forma la vieja premisa de la debutante ingenua, también presente en El silencio de los inocentes, aunque para contar una historia de justicieros versus narcotraficantes. El matiz, evidentemente, es que los policías se mueven en la gama de los grises y no hay nadie absolutamente libre de pecado. A excepción, claro, de Kate Macer (Emily Blunt).
en Texas, Nuevo México y Ciudad de México, Sicario recoge su título del nombre que se da en la jerga de narcotráfico a los asesinos a sueldo. Es más, toda la película está vestida del imaginario de la lucha contra los señores de la droga, una suerte de paisaje físico y moral que ha ido construyendo el cine y la literatura de Estados Unidos desde hace al menos 15 años.
De cierta manera, Sicario también dialoga con su más evidente precursora, la ya lejana Traffic. Como aquel filme de Steven Soderbergh del año 2000, el actor puertorriqueño Benicio del Toro tiene un rol central, aunque cambiando el orden de los factores. Hace 15 años interpretó al policía mexicano Javier Rodríguez, quien tenía más o menos claro que debía entregar a un corrupto oficial mexicano a la DEA. Ahora es simplemente Alejandro, un enigmático colaborador de origen latino que dice haber sido fiscal antidrogas en México y que es algo así como el hombre de confianza de Matt Graver (Josh Brolin), el sabelotodo de la CIA que siempre parece tener el control de la situación y del que Kate no para de sospechar.
Cinta donde la lucha contra los capos de la droga es también una batalla contra la paranoia, Sicario es contemporánea de la historia de la captura, arresto y escape del Chapo Guzmán entre el 2014 y el 2015: se rodó en los meses en que Guzmán permaneció encarcelado y se estrenó 60 días antes de que escapara de la cárcel. Es más, una de las escenas más poderosas transcurre casi completamente a oscuras, en un gigantesco túnel utilizado por los narcos para transportar drogas en la frontera entre Estados Unidos y México. Al ver aquella secuencia es casi imposible no recordar el complejo viaducto que el jefe del cartel de Sinaloa utilizó para fugarse de prisión.
Imaginario narco
Cadáveres decapitados colgando de los puentes, balaceras a mitad de la noche, camiones cargados de droga cerca de la frontera, policías federales en alerta roja en Nuevo México o Texas. Los personajes y el territorio que conforman la trama de Sicario son las mismas coordinadas que se repiten en varias películas y series de televisión recientes.
Sin ir más lejos, la larga e impactante escena inicial de la película transcurre entre los desiertos y las carreteras que rodean Albuquerque, la ciudad de Nuevo México que durante cinco años sirvió de escenografía a las aventuras y desventuras de Walter White, el inolvidable fabricante de metanfetamina de Breaking Bad.
A tres horas al sur de Albuquerque se encuentra El Paso, la ciudad tejana que comparte buena parte de su frontera con Ciudad Juárez en México y donde se desarrolla la segunda mitad de la historia de Sicario. Es aquí también donde los hombres de la CIA y el FBI se enfrentan en plena carretera con los narcos, pasando de de El Paso a Ciudad Juárez en una secuencia de acción particularmente lograda.
En El Paso además lleva su agitada vida un defensor de criminales al que sólo se conoce como El consejero y que es el protagonista de El abogado del crimen (2013), filme de Ridley Scott sobre como un profesional de las leyes es súbitamente avasallado por la vorágine del narcotráfico. La cinta tiene guión nada menos que del escritor ganador del Pulitzer Cormac McCarthy, uno de los ciudadanos ilustres de El Paso durante 20 años y quien ha transformado la iconografía física de Texas en el telón de fondo de su literatura.
Un año antes de que Ridley Scott adaptara el guión de McCarthy, Oliver Stone ya había realizado su propia propuesta fílmica sobre carteles mexicano poniendo en peligro la vida de ciudadanos americanos. Se trató de Salvajes (2012), cinta basada en la novela homónima de Don Winslow sobre un par de fumadores y vendedores de hierba de buena familia que son interceptados por la red de narcotráfico más importante del estado mexicano de Baja California. La jefa de la organización (Salma Hayek) secuestra a la mejor amiga de ambos y los muchachos caen bajo las re des del grupo criminal
Si Salvajes puede parecer a simple vista un mero ejercicio de estilo en suspenso, la novela El cartel (ver página 59) es otra cosa. Es la última creación de Winslow y es un recorrido por el panorama del tráfico de estupefacientes entre el 2004 y el 2014, dominado por la figura omnipresente de “El Chapo” Guzmán. La película es la nueva adaptación fílmica de Ridley Scott, que ya una vez había sido tentado por las redes dramáticas de las narcohistorias en El abogado del crimen.
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