Todos podemos ser hipócritas
<img style="padding-bottom: 0px; margin: 0px; padding-left: 0px; padding-right: 0px; padding-top: 0px" alt="" width="81" height="13" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200910/550385.jpg" />La clave está en el poder. Recientes estudios prueban que basta que una persona gane poder para que se vuelva muy estricto al juzgar a otros, pero laxo respecto de su propio comportamiento.
¿Cómo se explica que un respetable hombre de negocios, que cuenta con la confianza de sus socios, llegue a utilizar fondos de la empresa para su provecho cuando acaba de despedir a una decena de trabajadores para paliar los embates de la crisis? O, ¿por qué muchas personalidades defienden públicamente a la familia como núcleo fundamental de la sociedad, pero engañan sin pudor a sus esposas? Estas son las preguntas que se hicieron científicos de la Escuela de Negocios de la U. de Illinois, que buscaban desentrañar cómo opera la hipocresía en la sociedad.
En una serie de experimentos con más de 350 personas, comprobaron que cuando alguien se sabe el foco de atención, como ocurre con celebridades, políticos, deportistas o gerentes de empresas, es más propenso a mantener un doble estándar: muy estricto al juzgar la moral de otros, pero absolutamente laxo cuando se trata de su propio comportamiento. ¿La razón? Todo radica en el poder.
PREDICAN, PERO NO PRACTICAN
Los expertos consiguieron simular la sensación que da el poder a una persona en sus experimentos. Para ello asignaron a un grupo el rol de "primer ministro" y a otro grupo, el papel de "sirvientes". La idea era que todos enfrentaran una serie de "dilemas morales" relacionados con situaciones en las cuales podían no respetar las reglas de tránsito, no declarar sus impuestos e, incluso, no devolver una bicicleta robada.
Fue aquí que se detectó una "desconexión importante" entre el juicio que "los poderosos" hacían del comportamiento de los otros y del suyo. Si bien todos condenaban las irregularidades, cuando se veían enfrentados a la posibilidad de "saltarse las reglas", lo hacían sin remordimiento alguno.
Por el contrario, quienes sentían que su influencia no era relevante, tendían a ser los más duros al juzgarse a sí mismos y ser honestos, un fenómeno sicológico que los expertos denominan como "hipercresía". De manera inconsciente, aquellos sin poder temen a la presión y el control que pueden ejercer sobre ellos los más poderosos. Esta presión "omnipresente" es la que los hace actuar conforme a las reglas establecidas. Los científicos concluyen que estos patrones de "hipocresía" e "hipercresía" son los que, en definitiva, tienden a perpetuar la inequidad en la sociedad.
En otro de los experimentos confirmaron la tesis. Los participantes debían jugar a los dados para ganar una recompensa, pero aquellos con más poder podían jugar en privado, sin que nadie los viera. Según habían manifestado previamente, todos estaban de acuerdo en que jamás se debía falsear un resultado, pero cuando estaban lejos de las miradas de los investigadores no trepidaban en mentir.
Los sicólogos que realizaron el estudio quedaron impresionados con el nivel de "hipocresía", pero sobre todo con la facilidad en la cual personas comunes y corrientes se dejaban embelesar por el poder. Joe Magee, científico de la U. de Nueva York, dice que estos resultados explican por qué la gente famosa parece tener mayor facilidad para verse comprometida en escándalos, sean estos amorosos, económicos o de otra índole. "Es increíble cómo olvidan que las reglas también corren para ellos y se lanzan a perseguir sus propios deseos", dice este experto en moral, poder y estatus.
Este no es el primer estudio en demostrar una relación parecida. En una investigación dada a conocer en 2007, especialistas de la Escuela de Negocios de la U. de Washington demostraron que aquellas personas con un elevado sentido de la moral tienen el potencial para llegar a convertirse en los peores timadores, no trepidando en engañar y burlar sus propias reglas.
Se trata de personas que poseen una característica que los sicólogos denominan "identidad moral". Cuando les toca describirse a sí mismos (por ejemplo en sus perfiles de internet), suelen incluir frases como "soy honesto" o "soy caritativo". En la mayoría de los casos, sin embargo, no se trata de que estas personas engañen de manera deliberada para causar un daño, sino que en su afán de bondad terminan validando el axioma de "el fin justifica los medios".
De este modo, por ejemplo, este grupo de personas no dudará en hacer trampas en una prueba si eso le puede permitir convertirse en médico y así poder ayudar a muchas personas. Este experimento también indagó en el poder y la moral. Se entrevistó a 290 gerentes de empresas de manera anónima, quienes debían contestar preguntas como si habían usado recursos de la compañía para provecho personal o si habían prolongado un trabajo para ganar más dinero.
Los que puntuaban más alto en una medición de principios y valores, más se saltaban las reglas. Aquellas personas con un elevado sentido de la moralidad -concluye el estudio- tienden a caer en conductas extremas para alcanzar sus objetivos.
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